La joven cubana de 17 años identificada como Dayanny le confesó a una periodista indepenediente la corta pero intensa historia que vivió a partir de un día que fue de paseo al Coopelia.
"Dayanny llegó al fin a mi casa. Llevaba tiempo en hacerlo. Le dijeron que en la calle 17 de Santa Fe vive una vieja periodista independiente y ella sabe muy bien lo que buscaba. Dayanny quería contarme su historia. Breve por cierto, aunque intensa, porque desde sus 16 años, ha vivido mucho según ella y ha sufrido y aprendido demasiado de la vida. La vi pasar muchas veces por la acera de mi casa. Casi siempre bien vestida, con sus licras a colores de moda, su pelo suelto y rubio hasta la cintura y su carterita al hombro, como si fuera de compras. Cuando la tuve de cerca, me percaté de que aún no tendría veinte años. Podía pasar perfectamente por una estudiante normal y corriente. Pero no. Dayanny, así la llaman, perdió su nombre verdadero en la prisión de menores, Ceiba Cuatro, cuando cumplía una condena por "asedio al turismo". "¿Asedio al turismo?", le pregunté. "Eso mismo. Para la Policía, yo asediaba al turista, pero la verdad es que los turistas me asediaban a mí." La historia de Dayanny comenzó como cualquier otra, propia de muchas adolescentes cubanas, "cultas", como las llamó Fidel, sólo porque tenían una instrucción escolar de noveno grado y pese a ello, se dedicaban a la nueva prostitución surgida en la Cuba socialista. "Yo estaba en una mesa de la heladería Coppelia con una amiga, esperando que nos atendieran. Se nos acercaron dos turistas. Uno joven y otro viejo. Nos pidieron sentarse junto a nosotras. Así comenzó todo. Al día siguiente el turista joven, de unos treinta años, muy bien parecido por cierto, visitó mi casa. Yo vivía sola con mi madre. Mi padre había muerto en Angola y mi madre estaba recién divorciada de su segundo esposo. Todo parecía perfecto. Angelo, que así se llamaba mi novio italiano, venía cada cierto tiempo. Yo me enamoré de él, sinceramente. Creo que él de mí también. Pero todo se acabó y sólo me quedé con un hijo suyo que aún está por recibir los apellidos de su padre. Nunca ha venido a reconocerlo. El niño ya tiene tres años y lleva los míos. Ni falta que hace que vuelva." "¿No recibes ayuda del Gobierno?", le pregunté. "¿Ayuda? No me haga reír. La única ayuda que recibí fue que me llevaran para aquella antigua beca de Fidel, donde estuve encerrada un año, mientras mi madre se ocupaba del niño, como pudo, con ayuda de la familia." ¿Por qué una "antigua beca"? "Porque ahora es una cárcel de mujeres y antes era una de las doce becas que Fidel mandó a construir en Ceiba del Agua, perteneciente a la provincia de Mayabeque. Esta se llama Ceiba Cuatro. Eran doce becas, cada una en un edificio. Todos, menos uno, se pudrieron con el tiempo." "Aquello era un infierno. Había de todo: asesinas, ladronas, drogadictas, vendedoras de drogas, jineteras como yo y hasta mujeres revolucionarias de oficinas y empresas que habían malversado. La única alegría que yo tenía era recibir la visita de mi madre cada cierto tiempo, en brazos de mi hijito." Allí cambió su vida. "Sí, cambió mi vida. Me hice una persona con los dos pies bien puestos sobre la tierra. Aprendí a hacer todo lo que yo quería, pero de forma inteligente, cuidando bien las apariencias: mientras hacía el amor por las noches con una chica espléndida de mi edad, me hice novia de un jefe militar, que me ayudó a obtener mi libertad condicional. Imagínese usted lo que sigue. Hoy soy una experta en todo. Tengo otra chica, otro novio militar que me acepta como soy y mi hijo es el niño más lindo del mundo. Mejor no le sigo contando. Ustedes se lo saben todo."