1 julio 2013 por alhobo
La foto es del blog historiagastronomia.blogia.com
Cuando cumplió los 72 su marido, su pareja de toda la vida, su compañero de los últimos 50 años, su amor de juventud, su compañero, el padre de sus hijos, falleció. Fue un duro golpe que poco a poco, a pesar de su frágil estado de salud, comenzó a superar; pero la vida a ciertas edades es cruel, muy cruel, y pronto volvió a zarandearla. Una terrible caída la dejó unos meses postrada en la cama y fue entonces cuando se dio cuenta de lo sola que estaba: sus hijos, peleados; sus hermanos, peleados; sus amigos, ocupados con sus vidas; y ella sola en aquella cama, casi sin visitas, sin nietos que le ayudaran a comer, sin hijos que le leyeran el periódico, sin hermanos que escucharan sus lamentos. Con una extraña como compañera de habitación y unos profesionales, que a veces no lo son tanto, encargados de su cuidado.
Estaba sola, triste y sola, como también lo están muchos mayores cuando por un motivo o por otro pierden su autonomía y dependen de los demás para sobrevivir en este mundo sinsentido. Esta vida del revés que vivimos sin tiempo para atender y cuidar de nuestros mayores es un absurdo. Sin tiempo ni ganas de dedicar parte de las 24 horas del día a aprender de nuestros mayores, a atenderles, a hacerles un poco más felices sus últimos años de vida… Somos unos ignorantes al no apreciar la riqueza que atesoran; somos unos desagradecidos por no tener en cuenta que fueron ellos los que una vez cuidaron de nosotros, los que nos enseñaron lo poquito que sabemos de la vida, los que nos lavaron la boca después de comer y nos limpiaron el culo después de cagar… Ellos, todos ellos, dedicaron sus vidas a cuidar de nosotros, de todos nosotros; sin embargo, en el momento en que les hacemos realmente falta, les fallamos. ¡Qué vergüenza!