Infinitos episodios de toda clase sucedieron en los años de la conquista de América (a mediados del siglo XVI ya estaba concluida), los cuales fueron protagonizados por personajes que, en mayor o menor medida, conservan su nombre en las páginas de la Historia. El leonés Juan Argüello hizo lo imposible: después de muerto, su cabeza aterrorizó al emperador azteca Moctezuma
Aunque parezca reiteración, es necesario recordar que cuando llegaron los españoles (hace unos 500 años), los territorios que hoy conforman México estaban en permanente y violentísima guerra de todos contra los aztecas. Éstos venían a suponer alrededor del cinco por cien de la población que habitaba el territorio, sin embargo, habían impuesto una tiranía revienta-pechos y antropófaga al resto. Esa situación explica por qué tantos y tan fácilmente se aliaron con los recién llegados, los tlaxcaltecas, los totonacas, los zapotecas…, que resistían al dominio mexica y cuyos caciques se quejaban continuamente, insistentemente, de la tiranía sangrienta que ejercían los mexicanos. Esta situación de enemistad permanente fue aprovechada por los españoles, que aun así se las vieron en aventuras asombrosas, inverosímiles, increíbles, como la de Juan Argüello, el leonés que, formando parte de la hueste de Hernán Cortés en 1519, peleó hasta su último aliento, siendo su enorme cabeza cortada y luego presentada a Moctezuma, el cual se acobardó al verla…
Cuenta Bernal Díaz del Castillo que Hernán Cortés dejó una pequeña guarnición de cuarenta soldados, auxiliados por unos dos mil totonacas, en la Villa Rica (Veracruz) mientras él avanzaba hacia México-Tenochtitlán. Al poco, fuerzas mexicas atacaron el puesto, provocando el pánico en los aliados de los españoles, quienes a la primera refriega escaparon gritando aterrorizados; los españoles se quedaron solos y aun así consiguieron resistir. Pero finalmente casi todos murieron, incluyendo el capitán, sólo sobrevivió muy malherido un soldado, el cual iba a ser llevado como trofeo a Moctezuma. El cronista-soldado Díaz del Castillo explica: “Le llevaron un soldado vivo, que se decía Argüello, que era natural de León, y tenía la cabeza muy grande y la barba prieta y crespa, y era muy rebusto (sic) de gesto y mancebo de muchas fuerzas”.
Hay que imaginarse el aspecto del tal Argüello (con orígenes, seguro, en la comarca de Los Argüellos, al norte de León, la cual está acreditada desde la Edad Media): un tipo alto, macizo, muy fuerte, criado en los rigores y fríos de la montaña con las mejores cecinas y embutidos, con una gran cabeza con pelo alborotado y una negra y frondosísima barbaza. Asimismo es fácil deducir que el angelito, una vez metido en batalla, debía repartir mandobles a diestro y siniestro con una fiereza y contundencia que asustó y asombró a los atacantes (de ahí lo de “rebusto de gesto”). Y tampoco sería disparate especular con que lucharía gritando e insultando… En fin, un enemigo verdaderamente temible.
Un poco más adelante, el soldado-cronista detalla cómo fue el encuentro entre el gran Moctezuma y el cabezón del leonés: “… y aun le llevaron presentada la cabeza del Argüello, que paresció ser murió en el camino de las heridas, que vivo le llevaban. Y supimos que el Montezuma, cuando se la mostraron, como era rebusta y grande y tenía grandes barbas y crespas, hobo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen a ningún cu de México”. Es decir, el poderosísimo Moctezuma (al parecer el nombre real era Motecozuma), sentado en su trono y rodeado de muchos caciques, sacerdotes y capitanes, casi se desmaya de espanto cuando le presentaron la inmensa y barbadadísima testa de Argüello, la cual, seguramente, conservaría una expresión de rabia, un acongojante rictus de furia, como si en cualquier momento pudiera recobrar la vida y lanzarse contra todos los que le rodeaban… Por eso el soberano azteca ordenó que no se ofreciese en ningún templo (‘cu’) de su ciudad.
Y esa es casi toda la información, casi toda la huella que este grandullónleonés dejó en la Historia. Casiano García publicó en 1946 un interesante estudio titulado ‘Leoneses en América’, en el que compendia los nombres de todos los leoneses (de los que se tiene noticia) que tomaron parte en la conquista. Este autor añade que el cabezón se llamaba Juan Argüello, y dice que “le hirieron muy malamente y le cogieron a tiempo que no podía ser socorrido y así lo llevaron queriendo hacer presentación de él al Emperador y sacrificarlo en sus templos. Aun herido mucho les costó llevarlo, pues sus fuerzas extraordinarias le ayudaron a que se defendiera como un toro de todos los que le rodeaban. Consiguieron atarlo y, aun así, su gesto era tan terrible que les infundió pánico y no se atrevían a mirarlo. Murió por fin de las heridas (...) y le cortaron la cabeza (…) cosa que hicieron los capitanes”.
Esto es todo lo que se sabe de aquel tiarrón de cabeza desmesurada, espesas barbas y una fuerza de la naturaleza en combate, aquel leonés al que le sobraban riñones, el que impresionó de tal modo a Moctezuma y sus huestes que no se atrevían ni siquiera a mirar su cabeza inerte… Hay que suponer que, incluso sin vida, sus ojos abiertos debían ser ciertamente aterradores, sobre todo para los mexicanos que lo habían visto pelear y, seguro, oído sus desaforados y amenazantes gritos.
Juan Argüello, español de León, murió en México a finales de 1519. Han quedado para la historia su tremenda figura y su indomable valentía.
CARLOS DEL RIEGO
(Actualización de texto de X-2017)