Juan Carlos Onetti: "La novia robada"
«Era imposible que toda la ciudad participara en el complot de mentira o silencio. Pero Moncha estaba rodeada, aun antes del vestido, por un plomo, un corcho, un silencio que le impedían comprender o siquiera escuchar las deformaciones de la verdad suya, la que le habíamos hecho, la que amasamos junto con ella.»
La novia robada (1968) es una muestra perfecta de realismo mágico de la literatura sudamericana, si bien, y según dicen todos los expertos en su Obra, Onetti se sitúa en una zona marginal del mismo con un estilo más existencialista, más pesimista. Así es en este cuento o, por su densidad, novela corta, en el que un narrador colectivo en primera persona —los viejos, que habitualmente se reúnen en el entorno del Hotel Plaza de Santa María, territorio mítico creado por Onetti ya en sus primeras novelas de los años cuarenta del siglo pasado—, cuenta la historia (real, irreal, pasada, futura, intemporal) de Moncha Insaurralde. Algunos personajes habitantes de Santa María, espacio aparecido por vez primera en su novela "La vida breve" (1950), son citados o tienen protagonismo en La novia robada. Están Brausen, una especie de Dios creador, alter ego del propio autor, que es quien en esa primera novela inventó dentro de la trama novelística la ciudad ficticia de Santa María y los personajes que en ella habitan. De éstos, como digo, en La novia robada aparece específicamente uno, el doctor Díaz Grey. Es este doctor quien a la protagonista Moncha Insaurralde, retornada desde París, a su pregunta de «me voy a casar o me voy a morir» respondió con un inequívoco «Usted se va a casar», frase que ella completó, también de modo irrefutable con un «Y me voy a morir».
Estas dos frases son las que marcan la historia. Una historia surreal, que abandona las coordenadas espacio-temporales que conocemos para llevarnos a una zona incierta (Santa María) en un tiempo más incierto todavía:
«El inevitable Díaz Grey trató de recordarla, algunos años atrás, cuando la huida de Santa María, del falansterio, cuando ella creyó que Europa garantizaba, por lo menos, un cambio de piel.».Por si lo anterior fuera poco, los mismos actores se cuestionan a sí mismos, perciben su irrealidad. Moncha Insaurralde, cuando Díaz Grey afirma no ver en ella síntomas de enfermedad alguna, le dice:
«No sé por qué vine a visitarlo. Si estuviera enferma hubiera ido a ver a un médico de verdad. Perdóneme, Pero algún día sabrá que usted es más que eso.»Este es el ámbito en que se mueve el relato: la irrealidad, la evanescencia, lo surreal, la magia, lo inexplicable...
Moncha Insaurralde retornada a Santa María se encerrará tras los muros de su casa y no será vista por nadie. Ella aspira a casarse por la iglesia con Marcos Bergner, vividor y borracho. Los casará el cura Bergner en la Catedral. Sólo hay un problema que comunica al lector el narrador colectivo: hace años que ambos Bergner desaparecieron de este mundo. No sabemos si Moncha también está desaparecida, pues nadie la ha visto desde su regreso (a la consulta con Díaz Grey acudió aprovechando la solitaria hora de la siesta). Lo único que sí se conoce es el vestido de novia que durante años estuvo confeccionando. Hay quienes dicen haberla visto vestida con él esperando en el Hotel Plaza a su enamorado Bergner; otros afirman haberla visto paseando a bordo de un lujoso, pero ruinoso coche.... Todo se confunde en la neblina que cubre Santa María que hace imposible calcular los tiempos, las realidades, los sucedidos. Además la memoria de los viejos, ya se sabe, es caprichosa y volátil, sobre todo volátil.