Juan de la Cruz y la familia

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

María del Puerto Alonso,
ocd Puçol

San Juan de la Cruz no nos habla nunca en sus escritos de su vida personal, ni de la familia. Sin embargo, podemos entresacar bastante información sobre su infancia y primeros años de vida familiar, leyendo las primeras biografías del santo. Como son más bien hagiografías (biografías de Santos extremadamente elogiosas), hay que tratar de extraer de ellas aquellos datos que pueden ser históricos, frente a las exageraciones típicas de la época.

El niño Juan de Yepes nació en 1542 en Fontiveros. Su padre se llamaba Gonzalo de Yepes y su madre Catalina Álvarez. Tenía dos hermanos mayores: Francisco y Luis. Se dice que su padre era noble y que al enamorarse de una mujer de baja alcurnia, fue desheredado y obligado a vivir en la suma pobreza junto a su amada. La realidad fue más prosaica. Seguramente, tanto su padre como su madre eran pobres de solemnidad ya cuando se casaron. Vivían ambos como tejedores de humildes buratos. Dependen de las buenas cosechas para sobrevivir, pues años de malas cosechas, nadie compraba buratos, por ser un artículo innecesario. Así le sucedió al joven matrimonio, que hubo de pasar por diversas hambrunas que afectaron a la familia.  De  hecho, siendo ya fraile, Juan sería conocido por “chico” o pequeño. Sabiendo ahora por los estudios de antropología forense, que no era tan bajito como se creía, seguramente sería de complexión endeble. Aunque bien demostró en los tiempos de persecución y cárcel, la resistencia de su cuerpo y de su mente a lo más adverso. De hecho, ya fue así en su infancia. Fruto de las hambres y la enfermedad, muy pronto murieron su padre y su hermano Luis, pero él sobrevivió.

La pobre viuda, tiene que comenzar un éxodo en busca de lugares donde poder vivir de la caridad, además de seguir con los telares y siendo madre de leche de niños, para poder subsistir. Esta imagen de la madre amamantando, la llevará fray Juan a varios de sus escritos para hablarnos de Dios. Un ejemplo: “Comunícase Dios en esta interior unión al alma con tantas veras de amor, que no hay afición de madre que con tanta ternura acaricie a su hijo, ni amor de hermano ni amistad de amigo que se le compare. Porque aún llega a tanto la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala y engrandece a esta humilde y amorosa alma, -¡oh cosa maravillosa y digna de todo pavor y admiración!-, que se sujeta a ella verdaderamente para la engrandecer, como si él fuese su siervo y ella fuese su señor. Y está tan solícito en la regalar, como si él fuese su esclavo y ella fuese su Dios: ¡tan profunda es la humildad y dulzura de Dios! Porque él en esta comunicación de amor en alguna manera ejercita aquel servicio que dice él en el Evangelio (Lc. 12, 37) que hará a sus escogidos en el cielo, es a saber, que, ciñéndose, pasando de uno en otro, le servirá. Y así, aquí está empleado en regalar y acariciar al alma como la madre en servir y regalar a su niño, criándole a sus mismos pechos. En lo cual conoce el alma la verdad del dicho de Isaías (66, 12), que dice: A los pechos de Dios seréis llevados y sobre sus rodillas seréis regalados. ¿Qué sentirá, pues, el alma aquí, entre tan soberanas mercedes? ¡Cómo se derretirá en amor!” (Cántico espiritual). O también este otro escrito: “La va Dios criando en espíritu y regalando, al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos le calienta, y con leche sabrosa y manjar dulce y blando le cría, y en sus brazos le trae y regala (…) La amorosa madre de la gracia de Dios, luego que por nuevo calor y hervor de servir a Dios reengendra el alma, eso mismo hace con ella; porque la hace hallar dulce y sabrosa leche espiritual sin ningún trabajo suyo en todas las cosas de Dios, y en los ejercicios espirituales gran gusto, porque le da Dios aquí su pecho de amor tierno bien así como niño tierno” (Noche Oscura). Ese peregrinar en busca de algo para subsistir les llevó caminando por Castilla. Los pobres de aquella época no tenían otro medio de transporte que sus propios pies. También la imagen de la madre y el niño caminando la utilizará el Santo en la Llama de Amor Viva y en Subida: “Hay almas que, en vez de dejarse a Dios y ayudarse, antes estorban a Dios por su indiscreto obrar o repugnar, hechas semejantes a los niños que, queriendo sus madres llevarlos en brazos, ellos van pateando y llorando, porfiando por se ir ellos por su pie, para que no se pueda andar nada, y, si se anduviere, sea al paso del niño” (Subida del Monte Carmelo).

La viuda, con su hijo mayor, su nuera (Ana Izquierda: “mujer honrada y virtuosa, aunque pobre”) y el pequeño Juan, se fueron a vivir (por mejor decir: “sobrevivir”) a Medina del Campo, donde al tiempo, llevaron al Santo al colegio de la Doctrina, para sacar al niño de la mendicidad. Allí, el muchacho demostró tanta torpeza en los oficios manuales como destreza en los estudios. Mientras, su madre y hermano recogían niños expósitos, en parte por caridad, en parte porque esto les procuraba un medio de subsistencia. Decían de ella que era hermosa, apacible, honesta, buena cristiana, devota y caritativa. Moriría en 1580, víctima del catarro universal.

El joven Juan pasó al colegio de los jesuitas. Y cuando ya tenía posibilitado un futuro prometedor, pues trabajaba en el hospital de las bubas, y allí le ofrecieron vivir como capellán (lo que le hubiese sacado de pobre), él opta por entrar en el Carmelo como novicio. No por ello se rompe la vinculación con su familia, porque cuando está terminando los estudios, va a celebrar la primera misa a Medina, donde conocerá a Santa Teresa.

Juan había dejado su familia para entrar en una familia religiosa. ¿Por qué escogió el Carmelo? ¿Por devoción mariana? ¿Porque conoció algún religioso de la Orden que le motivó? No se sabe. Sí sabemos que el joven religioso estaba desencantado con su vida cuando entró en contacto con Teresa de Jesús. Ella logra entusiasmarle en el proyecto de mejorar dentro de su propia familia religiosa (Juan se planteaba marcharse a la Cartuja), y él accede con tal que se haga pronto.

Así, Juan de Santo Matía pasa a ser Juan de la Cruz al hacerse Descalzo. Primer Descalzo junto al Padre Antonio. Sin saberlo, estaban creando lo que sería una nueva Orden o familia Religiosa con un carisma muy particular, inspirado a Santa Teresa para mujeres y para varones.

Cuando los descalzos fueron creciendo en número y crédito ante las gentes, llegaron las envidias y con ello las persecuciones por parte de sus antiguos hermanos. Juan fue apresado y llevado a Toledo, donde estuvo nueve meses encerrado en un zulo maloliente y diminuto, víctima de torturas físicas y psicológicas.

Huyó de allí, con el tesoro de los versos que había compuesto en la prisión y que tenía pasados al papel gracias a la benevolencia y compasión de su guardián. Estos versos y su prosa, que le granjearon el título de doctor de la Iglesia, hicieron de él no solo cofundador sino Padre espiritual de esta nueva familia carmelita teresiana. En sus escritos, trata de cómo llegar en breve a la unión con Dios por medio de la fe, la esperanza y el amor. Y habla de cosas muy prácticas en la vida y el acompañamiento espiritual. En una ocasión, queriendo alguien halagar al fraile, le dijo: “Parece que con el gusto que Vuestra Paternidad muestra a esta soledad y el campo y el que nunca le veamos por allá, nos quiere decir que es hijo de algún labrador”. Esto no es hoy elogio ninguno, pero en aquella época ser labrador quería decir “cristiano viejo” y “limpio de sangre” (sin ascendencia judía o mora), algo que en esa época de honras postizas, era muy importante. Y fray Juan, con gran sencillez respondió: “No soy tanto como eso; mis padres fueron unos pobres tejedores de buratos”. El Santo nunca renunció ni olvidó sus raíces, en la más extrema pobreza.

Años después, tras la muerte de Teresa, defender el legado de la Santa ante mentalidades fundamentalistas y rigoristas, le valió una nueva persecución por parte de sus hermanos en la ya nueva Orden del Carmelo Descalzo. Persecución en la cual murió, perdonando y amando, dando ejemplo a sus hermanos.

Entretanto, su hermano Francisco vivió un poco a costa de las reliquias de su hermano, con el que había seguido tratando toda la vida. Esto, al menos le valió para morir pobre, mas no en la miseria, el 29 de noviembre de 1607. Había tenido 8 hijos y la única que sobrevivió a la infancia, murió con fama de santa como monja en las Bernardas de Olmedo.

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