Juan Herrezuelo: Las flores suicidas

Publicado el 18 junio 2017 por Francisco Ortiz
   Tiene cinco relatos este libro:
   La esfera de sus plumas: La imaginación de Herrezuelo, siempre cercana a lo que brilla al otro lado de las cosas, vuela libre y poderosa en este relato que empieza con ecos de Cortázar, se desarrolla con otros de Saramago y se acerca a su final con otros del mejor Stephen King, ese escritor siempre apenas valorado por la crítica pero capaz como pocos de definir los miedos y los temores de una época. En su final hay un Herrezuelo más personal, o el más personal, mejor dicho, aquel que tiene un alma sencilla y mira al mundo con una distancia apaciguadora y algo distanciadora que no encubre su sensibilidad antigua, noble y quizá pasada de moda para los gustos de quienes se pelean contra zombis en las pantallas y se adormecen ante los televisores en los que algunos personajes de ficción se matan ya casi con desidia, ahora que la muerte es lo más común en los telediarios y lo oscuro es lo único que altera, aunque brevemente, las emociones asustadas por lo cotidiano real. Herrezuelo no quiere ir más allá de lo que se plantea en este relato como una sensibilidad antigua porque busca al lector cómplice, al lector que ama las palabras y las paladea releyendo frases y disfrutando con inesperados adjetivos junto a conocidos sustantivos para obtener una experiencia estética de alta categoría. Y aquí aparece la influencia más callada, la menos evidente: Kafka. Porque las palomas del relato no son pájaros, porque la ciudad cerrada no es una ciudad, porque la narradora no es una narradora, como un famoso personaje de Kafka no era tan solo un insecto. Y empieza el desafío a lo que el lector daba por hecho, y el final y el tono demodé se convierten en algo afilado y menos reductible, como en los relatos del gran Henry James menos apegado a lo cuantificable y ordenable. Así que, una vez han comparecido todos estos maestros de la literatura para dialogar con nuestro autor, dentro de su texto y fuera de él, sin que nada rechine, ¿quién osará decir que no es otro maestro -pues nada de ejercicio vano ni hipertextualismo ni de manía de epígono hay aquí- el que firma La esfera de sus plumas?