¿Dónde está la autoridad (moral) pa darle un buen meneo? Agua de coco, cuplés, rayos y centellas. Otro año de Mary Poppins. Antes de la tormenta de ceniza, las calles de Cádiz, salpicadas de arte accidental en estado puro, reflejan las mil aristas de este mundo aparte. Coros en carrozas, barras con vistas al mar, niños mayores, pájaros inmaduros, chirigotas por las esquinas, una fiesta peatonal, de costa a costa. El lunes de papelillos y serpentinas, a las dos y media de la tarde, la comparsa triunfadora del año ingresa en el legendario templo de las coplas, Los Pabellones, mirando a la calle Plocia, sin la efervescencia de antaño pero con tos los avíos antiguos de siempre: la mediana edad bien despachá, matrimonios veteranos alicatados hasta el techo, adolescentes, guiris, fanáticos de los pasodobles castizos, una ración de tortilla de papas, un billete de cinco euros al aire, una cervecita, ahora o nunca. Cuando cantan los artistas, la barra pide silencio, la gente se deja llevar por la emoción de la comparsa de Tino Tovar, que ofrece su repertorio como si fuera la última vez que someten el personaje de Juana La Loca a juicio popular. Estremecen los pasodobles, encantan los estribillos, los comparsistas del cabaret de la vida presentan al homosexual con crudeza y elegancia, en el aire flota una revolución personal y colectiva emprendida siglos antes, las caritas, las voces por bajini, la reacción del público a cada verso, a cada canto por derecho, detienen el tiempo. Tras la tempestad festiva, los comparsistas podrán relatar en primera persona el sentir agridulce de Juana La Loca, confirmar sospechas, coleccionar miradas, escrutar silencios y conjugar los verbos más duros o delicados. Todo tiene un precio. Canciones de redención. Una comparsa de Cádiz puede remover más conciencias que una campaña de sensibilización al uso. Los Pabellones no es lugar cualquiera. Reducto de la libertad de expresión, otro planeta, fotos de Camarón por los siglos de los siglos, y de Mágico González, y de toreros, comparsas y cristos, camareros con bigote, sombreros de paja, alaridos de pasión y misterios de Cádiz. Las entretelas del Carnaval en la frontera del barrio, Santa María y San Juan de Dios, la religión de la calle, sombras intermitentes a un paso del mundo pudiente. La mafia del baile, el día que Juana la Loca escandalizó, o no, al bien o mal pensante. Un momento irrepetible.
¿Dónde está la autoridad (moral) pa darle un buen meneo? Agua de coco, cuplés, rayos y centellas. Otro año de Mary Poppins. Antes de la tormenta de ceniza, las calles de Cádiz, salpicadas de arte accidental en estado puro, reflejan las mil aristas de este mundo aparte. Coros en carrozas, barras con vistas al mar, niños mayores, pájaros inmaduros, chirigotas por las esquinas, una fiesta peatonal, de costa a costa. El lunes de papelillos y serpentinas, a las dos y media de la tarde, la comparsa triunfadora del año ingresa en el legendario templo de las coplas, Los Pabellones, mirando a la calle Plocia, sin la efervescencia de antaño pero con tos los avíos antiguos de siempre: la mediana edad bien despachá, matrimonios veteranos alicatados hasta el techo, adolescentes, guiris, fanáticos de los pasodobles castizos, una ración de tortilla de papas, un billete de cinco euros al aire, una cervecita, ahora o nunca. Cuando cantan los artistas, la barra pide silencio, la gente se deja llevar por la emoción de la comparsa de Tino Tovar, que ofrece su repertorio como si fuera la última vez que someten el personaje de Juana La Loca a juicio popular. Estremecen los pasodobles, encantan los estribillos, los comparsistas del cabaret de la vida presentan al homosexual con crudeza y elegancia, en el aire flota una revolución personal y colectiva emprendida siglos antes, las caritas, las voces por bajini, la reacción del público a cada verso, a cada canto por derecho, detienen el tiempo. Tras la tempestad festiva, los comparsistas podrán relatar en primera persona el sentir agridulce de Juana La Loca, confirmar sospechas, coleccionar miradas, escrutar silencios y conjugar los verbos más duros o delicados. Todo tiene un precio. Canciones de redención. Una comparsa de Cádiz puede remover más conciencias que una campaña de sensibilización al uso. Los Pabellones no es lugar cualquiera. Reducto de la libertad de expresión, otro planeta, fotos de Camarón por los siglos de los siglos, y de Mágico González, y de toreros, comparsas y cristos, camareros con bigote, sombreros de paja, alaridos de pasión y misterios de Cádiz. Las entretelas del Carnaval en la frontera del barrio, Santa María y San Juan de Dios, la religión de la calle, sombras intermitentes a un paso del mundo pudiente. La mafia del baile, el día que Juana la Loca escandalizó, o no, al bien o mal pensante. Un momento irrepetible.