Juanito el puma

Publicado el 04 agosto 2010 por Sergiodelmolino

Venga, hablemos de cosas majas, ya está bien de darle bola a los legionarios amargados.

¿Os habéis fijado que el iTunes genera una lista de reproducción automática titulada Las 25 canciones más escuchadas? Nunca la había mirado, pero el otro día la puse y cuál fue mi sorpresa al ver que 10 de las 25 eran de John Mellencamp.

Qué mazazo. Qué radiografía más cruel de los gustos de uno. Ahí está el delator chisme de Apple revelándote lo cansino y reiterativo que puedes llegar a ser.

Pues sí, me mola Mellencamp, ¿qué pasa?

Su carrera es ejemplar, es un bellísimo ejemplo de inconformismo y de autocrítica, de una honestidad cabezona y machacona. Un tipo que engrandece la música popular.

John Mellencamp empezó siendo John Cougar, horrísono sobrenombre que habría que traducir como Juan el Puma. Sus primeros trabajos son una mala imitación de Bruce Springsteen. Cuando el rudo chaval de Nueva Jersey triunfó, le salieron un millón de emuladores con camisa de cuadros y carita afeitada, todos con pinta de buenos chicos blancos y guitarreo antimelódico deslizándose sobre ocasionales lechos acústicos. Cuatro por cuatro, rock and roll básico, botellines de cerveza Bud y mucho orgullo de working class.

Juanito el Puma persiguió la veta en bares y antros de todo el país, sin mucha suerte, hasta que, en 1982, pegó un pelotazo mayúsculo: su disco American Fool llegó a número uno. Cougar se presentó en la industria como el digno relevo de un Springsteen que empezaba a agotarse comercialmente.

Una historia anodina. El guión previsto: chico que imita bien lo que se lleva consigue un éxito, perfecciona la fórmula y tira de ella hasta que se agota. Años después, todos le olvidan y sus discos se quedan como fósiles.

Pero lo bonito del caso es que el éxito no se comió a Mellencamp. Al contrario, le hizo florecer. American Fool es un disco correctito que se ha quedado muy antiguo. Ha envejecido fatal, apesta a años 80, a hombreras y a alegría neoconservadora. Pura fórmula, material para usar y tirar.

Pero Mellencamp aprendió. Alguna mosca le picó cuando le llegó el éxito y entendió que eso no era lo que estaba buscando. Y buceó, y estudió mucho, y decidió despegarse del modelo, aunque le costara el éxito y colgarse la etiqueta de artista de culto (es decir, comercialmente inviable).

Dos discos después, se quitó el ridículo nombre de guerra del Puma y firmó con su nombre. El disco se titulaba Scarecrow y, aunque incompleto y vacilante, insinuaba muchas de las líneas del Mellencamp que me gusta.

La eclosión llegó en 1987, cuando produjo una de las cumbres de su carrera: The Lonesome Jubilee. En él, sin traicionar sus raíces springsteenianas, compone su primera obra personal, buceando en las raíces de la música americana, con unos arreglos muy folk que no rompen la esencia rockera de la canción, y desarrollando en las letras las que serán sus obsesiones: la carretera, la huída, la gente perdida, la tristeza, la soledad compartida de los bares, la juventud destrozada por la frustrante madurez. Y su país, la crítica de la sociedad americana. Una de las canciones se titula Hot Dogs And Hamburgers, y dice:

Now everybody has got the choice
between hot dogs and hamburgers.
Evereyone of us got to choose
between right and wrong
and givin’ up or holdin’ on.

Es decir, que ahora todo el mundo puede elegir entre perritos y hamburguesas; cada uno de nosotros ha de elegir entre lo correcto y lo equivocado, y rendirse o resistir.

Elegir entre perritos y hamburguesas, a eso se ha reducido la vida americana, dice el viejo y renegado Puma.

The Lonesome Jubilee contó con la impresionante colaboración de una casi desconocida Lisa Germano, que ejerció de multiinstrumentista: violín, acordeón, armónicas, metales… El talento de Germano da forma a las canciones y las ha convertido en clásicas. Clásicas en el mejor de los sentidos: tienen 23 años, pero suenan como si se hubieran compuesto ayer. Si American Fool es sonrojante para el público cultivado del siglo XXI, The Lonesome Jubilee podría ser un disco de americana de hoy en día, una colección de canciones que coquetea con las raíces folk de la música popular de Estados Unidos, que dialoga con la tradición, reescribiéndola para construir algo significativo y emocionante para un tipo urbano de hoy.

A partir de entonces, lo de Mellencamp ha sido una búsqueda con altibajos, con algunas horas negras en los 90, pero, por lo general, emocionante y liberadora. Se ha quedado como músico más o menos de culto, pero su parroquia es fiel e insobornable, y celebra que en cada nuevo disco se esfuerce por probar sus límites y enriquecer su lenguaje. Se esfuerza en cada trabajo por dar lo mejor de sí mismo, y aunque a veces falle, aunque a veces no cuajen sus ideas, su espíritu exploratorio siempre se agradece. El inconformismo, el querer ir siempre un paso más allá, la preocupación por no repetirse, por intentar siempre algo nuevo, son rasgos de un carácter extraordinario. Mellencamp es un tipo libre que nos hace sentir libres con lo que hace.

Soy de los que piensan que al mundo le hacen falta más Mellencamps y le sobran Pérez-Revertes.


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