Acompañado por un par de buenos compañeros de trabajo (Jose y Julio), comenzamos la jornada musical comiendo juntos en un restaurante oriental y conversando sobre el trabajo, Juego de Tronos y las cosas de la vida en general. Lo cierto es que los tres que nos hemos juntado tenemos mucho peligro y preveo que en lo sucesivo serán muchas y variadas las ocasiones en las que compartiremos las tres C's: correrias, conciertos y conversaciones. Una horita antes del concierto ya estábamos en las primeras posiciones, no sin antes echar un ojo al (caro) merchandising de la entrada.
Después llegó la hora de recibir la bendición de Lemmy, auténtico mito viviente del Rock & Roll y líder indiscutible e increiblemente carismático de unos Motörhead que, tras una declaración de intenciones directa a la yugular ("We are Motörhead. We play rock & roll") descargaron su adrenalítico repertorio cruzando fronteras con el punk y el trash. Ver a Motörhead al menos una vez en la vida es algo imprescindible, pero he de decir que me sentí ligeramente defraudado, quizás por la acústica del lugar, quizás por la frialdad de un Lemmy algo alicaído (¿será por la pérdida de algunos de sus característicos sombreros en el aeropuerto de La Coruña un par de días antes de la actuación en Bilbao?). Aún así, y a pesar de mi pequeña decepción, Motörhead se mean y se cagan encima de muchas bandas que hoy en día se jactan de tocar rock duro (el eterno "querer y no poder"). Al comenzar con Iron Fist y Stay Clean dejaron claro su misión esa noche. Con Metropolis hicieron que yo empezara a desgañitarme (me encanta esa canción). Cuando llegó el póker de temas finales, con los cuales se desató la locura, yo ya tenía la garganta dolorida. Lemmy preguntó si nos gustaba el rock & roll para lanzarnos un temazo de la talla de Going to Brazil. Sin apenas respiro, Killed by Death y Ace of Spades hicieron que cundiera el paroxismo para cerrar de manera inolvidable con Overkill, temazo de siete u ocho minutazos de duración que el respetable coreó mientras se sacudía de forma frenética. Toda una experiencia para recordar. Espero que Lemmy recupere esos sombreros extraviados y que en un futuro regrese por estos lares para una nueva descarga de buena música.
Cuando un enorme telón con la palabra "EPITAPH" cubrió el escenario del BEC mientras los "pipas" de los Judas Priest preparaban la escenografía, todo el recinto empezó a agitarse nervioso, sabedores de que pronto serían testigos de una actuación mítica, memorable: la de un grupo con una trayectoria tremenda en el mundo del rock y el heavy, germen de la New Wave Of British Heavy Metal (NWOBHM) y más de cuarenta años de historia y un éxito incontestable tanto a nivel de público y crítica. Y si, hacían acto de presencia sin K.K. Downing, pero tengo que reconocer que su joven sustituto, Richard Faulkner, lo hizo de lujo y consiguió que apenas echáramos de menos al legendario guitarrista fundador de la banda. Los acordes de War Pigs, excelso tema de Black Sabbath, seguidos de la intro Battle Hymn presagiaban el comienzo del derroche metálico. Cayó el telón y aparecieron los Judas Priest en un escenario realmente logrado, emulando una ciudad industrial, con parafernalia de cadenas, chimeneas humeantes y un cartel en el que se podía leer "Welcome To The Home Of British Steel". UIna verdad como un templo que se confirmaría a lo largo de la velada.
Y es que el concierto empezó con dinamita, al ritmo de Rapid Fire y Metal Gods (lo sois, lo sois...), sendos temas del album British Steel (1980), cuya mítica portada (esa mano agarrando con fuerza una cuchilla de afeitar) era proyectada en una gran pantalla tras el batería Scott Travis. Dicha pantalla empezó a emitir imágenes en movimiento de una carretera en cuanto sonaron los acordes de Heading Out to the Highway (Point of Entry, 1981). Con Judas Rising (Angel of Retribution, 2005) empecé a entender que estaba viviendo un concierto único, la despedida de los grandes escenarios de una banda, auténtica leyenda de la música, encabezada por la que Luciano Pavarotti calificó en su día como una de las mejores voces del mundo. Starbreaker (Sin After Sin, 1977), Victim of Changes (Sad Wings of Destiny, 1976) y Never Satisfied (Rocka Rolla, 1974) ejercieron de anticipo a Diamonds & Rust, versión del tema de Joan Baez que aparecía en Sin After Sin (1977) y que Halford interpretó de manera baladística en su primera parte para ejecutar la segunda como nos tiene acostumbrados. Un momento emotivo, sin duda.
Dawn of Creation nos introducía en el mundo de Nostradamus, y Halford apareció en escena con túnica brillante y cayado en mano, para interpretar de manera siniestra y con gran teatralidad el tema Prophecy. Con Nightcrawler se desató la euforia, y no es para menos, pues constituye uno de los grandes temas de la banda, pertenciente al magnífico Painkiller (1990), disco clave en el desarrollo del metal moderno en la década de los '90. Turbo Lover (Turbo, 1986) supuso otro momento álgido del concierto, con prácticamente todo el aforo coreando el estribillo de tan tremenda canción (un clásico básico). Superábamos el ecuador del concierto y aún quedaba lo mejor...
Beyond The Realms Of Death, del Stained Class (1978) supuso un respiro antes de disfrutar con The Sentinel (Defenders of the Faith, 1984) y Blood Red Skies, del disco Ram It Down (1988). Otra versión, esta vez de los Fleetwood Mac (The Great Manalishi, del disco Killing Machine, 1978) suponía el preludio del éxtasis colectivo que se desató con una de las canciones más conocidas de la banda: Breaking the Law, otro temazo del legendario British Steel (1980) que Rob Halford dejó interpretar por completo al público. Momento épico para la posteridad, como casi todos los que quedaban ya por vivir esa noche. Cosa lógica si tenemos en cuenta que lo que venía a continuación era un gran solo de batería que dió paso al frenético y desatado Painkiller. E-S-P-E-C-T-A-C-U-L-A-R es quedarse corto a la hora de definir esta canción que cerraba el repertorio y, después de un amago de despedida, llegó el turno de los bises.
The Hellion introdujo a Electric Eye (Screaming for Vengeance, 1982), donde vimos a un Halford más recuperado después de la extenuación a la que había llegado después de casi dos horas de concierto vaciándose por completo en el escenario. En el segundo bis llegaba la hora del Hell Bent for Leather (Killing Machine, 1978), con la clásica entrada de Halford al escenario a lomos de una Harley (eso sí, despacito, para que la cosa no pasara a mayores...) y You've Got Another Thing Comin' (Screaming for Vengeance, 1982), que interpretó apoyado sobre la moto visiblemente cansado. Aún así, hubo tiempo y fuerzas para cerrar esa increible noche con Living After Midnight incluida en el disco British Steel (1980), con Halford envuelto en una ikurriña a la que besó en varias ocasiones, desatando así el calor del público. Fue un fin de fiesta perfecto, con un tema festivo coreado a pleno pulmón por los miles de asistentes, a los que Halford y el resto de Judas Priest agradeció el apoyo y el cariño demostrado a lo largo de la noche.
Reconozco que disfruté como un Tyrion cualquiera, saltando entre ese mar de cuernos y melenas, gritando como el que más y sudando la gota gorda. Acabé realmente afónico, pero consciente de haber vivido algo inimitable y que no se va a repetir jamás. Grabarán nuevos temas, sacarán discos, pero una gira así no lo volverán a repetir. Es su despedida, la de unos auténticos "metal gods" con un Halford que, a pesar de tener casi sesenta años y de tener especial querencia por vestimentas de cuero y brillos un poquito horteras, demostró seguir estando en buena forma. Yo, al menos, le esperaba algo más cascado, y se nota que se ha preparado para la ocasión. Otro concierto grabado a fuego en mi cabeza, como el de ACDC del año pasado.