Judas y familia

Por Ninyovampiro @ninyovampiro
Torcido, como todo en esta familia
Decía un ruso que, mientras todas las familias felices se parecen, las desdichadas lo son cada una a su manera. De ser esto así, sería un alivio saber que la desdicha de los Golovliov es única e intransferible.
La desgracia parece cernirse sobre algunas familias. Esto sucede sobre todo con la pequeña nobleza esparcida por toda Rusia, sin nada que hacer, alienados del flujo de la vida, y sin capacidad alguna de liderazgo. Bajo el régimen de servidumbre conseguían malvivir, pero ahora simplemente se quedan sentados en sus dilapidadas haciendas a la espera de que llegue el fin.

A Mijaíl Saltykov-Shchedrín se le define como un maestro de la sátira. Uno identifica dicho género literario con la crítica más cáustica y con el afán de ridiculizar determinados vicios personales o sociales. Unos ejemplos obvios serían Catch-22, la película Borat o Las aventuras del buen soldado Svejk, es decir, obras en las que -por lo menos a primera vista- prima el humor sobre todo lo demás. Por ello es difícil describir la obra maestra de Saltykov como sátira, pues la crítica a la sociedad, a la hipocresía, a la mojigatería, a la codicia, al despotismo y a la familia es de lo más oscuro y desolador que he leído en mucho tiempo.
No obstante, es posible que en la versión original sí fuera más evidente el carácter satírico de la obra, y que éste se haya perdido en la traducción (en mi caso, como veis por la foto que abre esta entrada, se trata de una versión algo antigua). De hecho, si os fijáis en las ilustraciones para la obra que a lo largo del tiempo se han hecho en Rusia, se observa un marcado tono caricaturesco y hasta grotesco en los retratos de los personajes.
Stepán, derrotado, humillándose ante su madre
Las dificultades de la traducción se hacen evidentes con el nombre del protagonista principal, Iúdushka, diminutivo de Judas. Dado que en español no existe dicho diminutivo, el traductor debe, bien inclinarse por dejarlo en Judas, como en mi versión en inglés; bien optar por "pequeño Judas", más fiel, pero que no es lo mismo (los matices y eso), o bien dejarlo en el original, que quizá sea lo más acertado. En todo caso, es incuestionable que este Juditas (¿veis qué mal suena?), comparado por algunos con Uriah Heep o Tartufo, es una de las más grandes creaciones de la literatura rusa del XIX, uno de esos personajes que acaban haciéndose más grandes que la propia novela que les dio la vida. Arnold Bennet iba más lejos y calificaba Los Golovliov como una de las diez mejores novelas universales. Esto de los rankings sabéis que no va conmigo, y menos si son tan hiperbólicos, pero no exagero si digo que ésta es una novela grandiosa, indiscutiblemente a la altura de los otros rusos.
A título de curiosidad, vale la pena señalar que la relevancia del personaje de Iúdushka, tanto en la literatura com en la sociedad rusa, fue tan grande que su nombre acabó siéndole endosado a Lev Davidovich Bronstein. Fue el propio Lenin quien consideró que el modo que tenía Trotski de solucionar los conflictos, con una cháchara untuosa e hipócirta, era muy parecida a las maneras de nuestro Judas, cuya falsa santurronería y hueca palabrería saca de quicio a cualquiera que pasa cinco minutos con él. Sin embargo, en el último momento Lenin, y quizá debido a las connotaciones antisemitas del nombre, se lo pensó dos veces, pues el artículo en cuestión no fue publicado y sólo se descubrió en 1932. Para entonces, con el Padrecito de los Pueblos en el poder, el temor a ser tachado de antisemita había dejado de ser un obstáculo, y Trotski cargó con el sobrenombre hasta el fin de sus días.
Nacido para traidor. Pero, ¿traidor a quién?¿A Cristo o a la revolución?
Los Golovliov narra los avatares de una familia de terratenientes dominada por la cicatería, el egoísmo, el rencor y la desidia. La hacienda familiar se encuentra en un lugar no precisado, pero se nos antoja un paraje remoto y desolado, al que nadie quiere ir si no es para morir. Sólo Arina Petrovna, la gélida e implacable matriarca, y su hijo Porfiry, el Juditas, también conocido como el Chupasangre, que son quienes con más grandilocuencia y aspavientos hablan de la Familia, sienten cierto apego por la casa y las tierras familiares. No se trata de un apego sentimental, desde luego, si no, más bien, fruto de la convicción de que, fuera de su ataúd, de un cadáver no queda ni la memoria. Por eso el resto de la familia no ve el momento de abandonar por siempre la casa: porque no es sino una tumba para muertos en vida.
Y Golovlovo era la muerte misma. La muerte cruel y voraz que acecha eternamente a su víctima.
No se trata, sin embargo, de una novela "rural", aunque sí podría describirse como una historia "de provincias". La historia de las dos huérfanas, por ejemplo, que se van de Golovliov para abrirse camino en el mundo del teatro nos muestra la otra cara de la pequeña nobleza rusa. Vemos entonces un mundo que apesta a vanidad y hedonismo, un hedonismo tan estúpido e irresponsable como la falsa religiosidad de Judas y que, en su caída, arrastra a las hermanas por teatros y pensiones de mala muerte, hasta concluir en una escena terrible.
 El pequeño Judas, cuando aún no se ha hecho con el poder.
Resulta interesante comparar esta novela con Apuntes de un cazador, de Turguénev, publicada un cuarto de siglo antes. Pese a que ambas obras tienen como telón de fondo la servidumbre y su abolición, no puede menos de sorprender el profundo humanismo de la obra de Turguénev, escrita de hecho antes de dicha abolición, y ver cómo, veinte años más tarde, otro autor nos ofrecía una visión tan decadente y deshumanizada de toda la sociedad, deshumanización de la que no se libran los, ayer, siervos, hoy criados. Otro de los aspectos que contrastan fuertemente en las dos obras es el retrato lírico y casi edénico de la naturaleza en Apuntes..., mientras que en Golovliovo no hay más que nieve y campos baldíos. Parece que, como sucede a menudo con los cambios sociales más profundos y trascendentales, la realidad, en este caso la incapacidad de la nobleza rusa para amoldarse a un sistema de producción agrícola racional, no tardó más que un par de décadas en hundir por completo aquellos sueños y esperanzas que inundaban la obra de Turguénev.
Judas Golovliov en la versión cinematográfica de Aleksandr Ivanovski (que por cierto podéis ver aquí. En ruso, конечно)
Mijaíl Yevgráfovich Saltykov acostumbraba firmar sus obras con el seudónimo Nikolái Shchedrín, y de ahí le quedó el apellido compuesto por el que se le conoce, un apellido que, me atrevo a sugerir, jugó en detrimento de la popularidad del autor en occidente. Y es que, al lado de Tolstói, Dostoievski, Gógol o Turguénev, no me negaréis que Saltykov-Shchedrín suena muy poco comercial. Quizá por ello, la versión española de Nevsky Prospects optó por dejarlo en Schedrín. En todo caso, llámese como quieran llamarlo, nuestro autor puso mucho de su propia vida en esta su obra maestra. Nunca ocultó, por ejemplo, que el irresistiblemente repulsivo Iúdushka estaba basado en su hermano Dmitri. Del mismo modo, y al igual que sucede con Arina  Petrovna al comienzo de la novela, la despótica madre de Saltykov tenía aterrorizado a su marido y a toda la servidumbre (en esto, bien poco se diferencia de la violenta y cruel madre de Turguénev). Al pequeño Mijaíl apenas se le permitía salir de casa, por lo que se pasaba los días encerrado. Consecuencia de ello fue, como hemos visto, que la naturaleza esté ausente de su obra, y que el niño fuera testigo constante de las condiciones de vida de los siervos. Fue probablemente entonces cuando arraigó uno de los motivos principales de toda su obra: en palabras del propio Saltykov, "el devastador efecto de la esclavitud legal sobre la psique humana".
Judas y la no menos arrebatadora Ulita
La lectura de esta novela depara más de una sorpresa, tanto en lo que se refiere al argumento como a su estructura. Ésta, por ejemplo, se nos antoja mucho más moderna de lo que algunos esperan de una novela del XIX, y quizá ello se deba al modo en que fue publicado. El autor publicó los cinco primeros capítulos de que consta hoy en forma de relatos separados, como parte de un ciclo titulado Discursos bienintencionados, y sólo después decidió reunirlos en forma de novela y añadir dos capítulos más. Y como vimos en Un héroe de nuestro tiempo, a veces este modo casi improvisado de publicar una obra le da a ésta un aire de modernidad muy poco decimonónico.
En cuanto a los inesperados giros que da el argumento, aquí el autor nos sorprende con el cruel modo en que los personajes sufren unas caídas tan duras y crueles sin siquiera haber gozado antes de una subida a unas alturas dignas de tal nombre. Ésta es una novela llena de hijos pródigos que, en lugar de abrazos, reciben de su progenitor una severa admonición, y que, en lugar de novillo cebado, han de conformarse con un plato de setas o un trago de vodka. Es una historia también de padres desnaturalizados que en vez de dar amor, ayuda y comprensión, limitan sus obligaciones paternas a tirarle un "hueso" al tarambana de su hijo. Y es, en definitiva, una novela que culmina de un modo, si no inevitable, sí coherente, el camino abierto por Goncharov y, en cierto modo, por Turguénev o incluso Dostoievski. Y por último, es también, sin duda, una obra que prefigura tanto a Chéjov como algunas de las grandes sátiras de la literatura soviética. Porque, después de todo, creo que sí, que, aunque negra como boca de lobo, esto es una sátira.
Póster de Iúdushka Golovliov
En definitiva, una novela impresionante, épica en su pesimismo, con antihéroes inolvidables e impredecibles y que demuestra, una vez más, lo inagotable que fue el siglo XIX en Rusia.