Muchos judíos, israelíes y de otros países, pero también “gentiles” que defienden Israel y palestinos moderados, ven alarmados como vuelven a construirse asentamientos de colonos israelíes en Cisjordania, territorio que deberá ser parte del futuro Estado palestino.
Tras diez meses de moratoria prometida a Barack Obana, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu ha permitido reiniciar la construcción de dos mil viviendas más en Cisjordania, que corresponde al territorio bíblico de Judea y Samaria.
Esa franja de tierra entre el Mar Muerto y el río Jordán, de 5.640 kilómetros cuadrados, y en el que ya existen numerosos asentamientos, fue conquistado por Israel a Jordania en la Guerra de los Seis Días de 1967, y ahora está parcialmente bajo administración israelí y de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
Quien haya visto en televisión la emoción y muestra de agradecimiento a Jahvé de numerosas familias judías cuando se reiniciaron las obras sabe que será casi imposible la devolución de ese territorio a la futura Palestina, como esperan la ANP, pero también EE.UU. y Europa, defensores de Israel.
Parece que no hay salida: los fieles más fervientes de las religiones, como es el caso de los colonos, mayoritariamente judíos ortodoxos, esperar allí al Mesías.
No muy lejos, en Gaza, otros religiosos mucho más radicales están en guerra contra su propio pueblo palestino y contra los israelíes, porque han jurado destruir Israel: son de Hamas, una organización islamista fanática, y además terrorista.
Y en otra área, al norte, en Líbano, está Hizbollá, organización también fanática y terrorista con igual objetico antiisraelí. Hasta hoy, más de dos mil años de muertes, de destrucción, de odios.
Hasta las Cruzadas se iniciaron para recuperar aquel territorio tras la demolición por los islamistas del Santo Sepulcro cristiano. Y así, hasta hoy.