esas copias baudrillard-borgeana de la realidad que amenazan con reemplazarla– y aunque las personas y los objetos no se veían afectados por el fuego virtual, de cualquier forma había algo en el juego que perturbaba nuestra representación del mundo y su seguridad. (Uno puede imaginar una escena hipotética, un jugador navega por su colonia y se encuentra con que el coche de Google lo ha tomado haciendo una diligencia, entonces apunta al rifle a la sien y se dispara, cometiendo un autoasesinato simbólico).
Lo interesante de este juego es que se incrusta en una creciente área de desarrollo en la que se embebe la ficción sobre la realidad (aumentada), lo cual evidentemente acaba cuestionando nuestra realidad cotidiana. Borrar las fronteras entre las diferentes plataformas y entre los mundos digitales y los mundos “reales” arrastra el lúdico peligro de que nos volvamos incapaces de distinguir la realidad de la ficción (o de lo virtual). Y sin embargo, esta distinción quizás nunca haya existido y nosotros estamos incrustados en una platataforma virtual, sólo que creemos que es inexorablemente real porque todo lo que percibimos lo percibimos desde nuestro (único) punto de vista.