Mientras recortaba los vestiditos ante la mirada atenta de mis niños, me vi sentada en la habitación azul de casa de mi abuelita. En el frío suelo de loza roja, debajo de la máquina de coser Singer, apoyando los vestiditos recortados en el pedal. Entonces la imaginación volaba. Las muñecas de papel cobraban vida; reían, lloraban, viajaban, trabajaban, eran mamás, chicas guapas.
El tiempo se detenía a la vez que volaba. Fue bonito ver que hay cosas que son eternas, que perduran a pesar de la modernidad, los videojuegos y los juguetes sofisticados.