A pesar de la retahíla de estrellas que presentaba Brasil, fue Bielorrusia quien golpeó primero. Y lo hizo, precisamente, el duodécimo futbolista brasileño que había sobre el césped, Renan Bressan. Un buen remate de cabeza aprovechando un despiste de los centrales rivales sirvió para poner a su país en una situación complicada. Un marcador en contra ante un equipo muy sólido defensivamente era un reto estimulante para esta selección brasileña.
Más allá del gol, Bressan le dio aire a su equipo cada vez que tocaba el balón. La selección brasileña dominaba el ritmo del partido y prácticamente monopolizaba la posesión, pero sus compañeros siempre le buscaban cuando tenían oportunidad. Cuando él recibía el balón, el partido se pausaba durante unos segundos, su equipo respiraba y podía desplegarse para organizar un ataque con sentido y relativo peligro. Bien secundado por Dragun, por el mediapunta brasileño pasaban las oportunidades de poder sacar algo positivo en el partido.
Finalmente no fue así. Las individualidades brasileñas demostraron su calidad, Neymar y Oscar acabaron marcando las diferencias. La última jugada del partido, la del tercer gol, es la mejor muestra de ello. Sin embargo, les costó batir al equipo bielorruso, que plantó cara durante gran parte del encuentro a base de esfuerzo, sacrificio, orden y talento defensivo. Fueron un rival incómodo que también demostró tener calidad en las pocas jugadas ofensivas que tuvo. Egipto deberá aprender que no es bueno dejarle tiempo para pensar a ese mediapunta brasileño.