Como diría el boticario don Hilarión, hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad. Pues, cuando yo era pequeño, entre otros entretenimientos propios de la edad de la inocencia, las niñas y los niños jugábamos a los médicos. Juego del que no haré apología por si acaso sus pormenores resultaran políticamente incorrectos. Sólo quisiera resaltar que podía ser llevado a la práctica utilizando recursos propios, sin otoscopios ni zarandajas.
El mismo fabricante ofrece la sensacional mochila de Dora La Exploradora. Al apretarle la boca, se escuchan frases y canta la canción de la serie. Viene con accesorios para las exploraciones: brújula, videocámara, telescopio mágico y mapa, que se puede guardar todo en su interior.
Esta Dora también me recuerda la infancia. Pues, como no siempre había partenaires dispuestas a las cosas del curar, el de explorador era otro de mis juegos preferidos.
Cuando era pequeño tenía pasión por los mapas. Me pasaba horas y horas mirando Sudamérica, o África, o Australia, y me perdía en todo el esplendor de la exploración. En aquellos tiempos había muchos espacios en blanco en la Tierra, y cuando veía uno que parecía particularmente tentador en el mapa (y cuál no lo parece), ponía mi dedo sobre él y decía: "Cuando sea mayor iré allí".
Yo también me sentía identificado con esas palabras que, años después, leería en las primeras páginas de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Y conseguí viajar por las pistas de arena saharianas a bordo de un 4-L hasta Tammanrasset, en pleno corazón de las montañas del Hoggar. En el Alto Atlas marroquí ascendí las cumbres de los Djebel Toubkal, M'Goun y Biginoussen, que superan la cota de los 4.000 m. Pero el África central es el gran viaje soñado por un chaval que veía a Bogart sorteando los rápidos fluviales al timón de La Reina de África mientras guiñaba el ojo a doña Catherine. Y abría ojos de Guadiana ante el body que Ava Gardner ponía a refrescar en rústica ducha, en Mogambo. De niño, para qué negarlo, quería ser explorador como Stanley, para acabar diciendo lo que procede en estos casos: "Dr. Livingstone, supongo".
Lleva cuidado con lo que deseas, porque tarde o temprano acabará cumpliéndose, dice una vieja sentencia. El caso es que, para bien o para mal, un buen día, ya con muchos años encima, me encontré a mí mismo recorriendo las altas tierras por las que discurren las fuentes del Nilo, que Heródoto situó en los Montes de la Luna, el actual Ruwenzori.
Y entre otras experiencias, tuve ocasión de ver los juguetes que gastaban los niños que habitan en esas altas, feraces y ricas tierras donde se producen, entre otros frutos del Edén, el aromático café y las deliciosas piñas que los europeos tomamos de postre a un precio relativamente bajo. No me extiendo en su descripción, las siguientes imágenes son elocuentes.
No pertenezco a la tribu de los cenizos, así que nada más lejos de mi ánimo actuar como aguafiestas de nuestras cabalgatas de Reyes Magos. Sólo, poner de manifiesto, otras realidades. Para los niños que viven justo en el país soñado por los niños que sueñan con ser exploradores, jugar a ser sofisticados doctores de maletín es algo prohibido. O prohibitivo, que tanto da. Muchos de ellos puede que nunca hayan visto a un médico de verdad. Y la mayoría de las niñas se encuentra obligada a cargar a sus hermanitos a la espalda, y no precisamente porque estén jugando a las mamás.