Siempre que pienso en un escritor, me lo imagino sentado en una habitación frente a un ordenador, concentrado, el ceño fruncido, la vista fija en la pantalla. Sus dedos vuelan sobre las teclas en el mejor de los días; otros permanecen estáticos, esperando que la inspiración traicionera se despierte. Es un trabajo lento y laborioso, que dura semanas, meses… incluso años. Después vienen las correcciones y las segundas lecturas, cuando las dudas acechan y se reescribe, se elimina, se añade, una y otra vez, hasta la desesperación. Cuando finalmente se pone la palabra fin se siente una extraña sensación de satisfacción y desasosiego porque viene la pregunta: ¿Y ahora qué?Entonces se inicia la caza y captura de editoriales; otro camino de “sin sabores”, colmado de decepciones, hasta que un día un editor se fija en la historia y bingo: se publica. Y ahí llega la tercera etapa: alegría y miedo. Una vez más las dudas acechan: ¿Mi historia gustará a los lectores? ¿La leerán al menos? ¿Me pondrán a parir? Estoy segura que en esa etapa, es como sufrir un parto, hasta que vemos como el retoño, que tanto se ha hecho esperar, ve la luz y vemos los resultados.Esa es, creo yo, la aventura de un escritor actual, ¿pero os imagináis todo este proceso hace más de doscientos años? Cuando los escritores escribían de su puño y letra sus novelas, cuando los procesadores de texto no facilitaban la tarea, cuando los ordenadores no existían, ni siquiera una mísera máquina de escribir. Cuantas hojas tachadas, reescritas entre renglones, en los márgenes, a la luz de un candelabro o lo que se usara en aquel entonces… para después pasar todo ese trabajo a limpio con pluma y tinta. ¿Da miedo, verdad? Creo que en aquel entonces la vocación de escritor era más bien una pesadilla y quien se arriesgaba tenía que ser muy valiente con mucho tesón, y es de admirar.Por suerte, algunos genio de la pluma y el papel dejaron maravillas que han envejecido con elegancia, han superado las estrellas fugaces de las modas temporales, y hoy en día podemos leer esos pequeños tesoros que llamamos Literatura Universal.
Pero no es todo, de la trama del libro no se ha respetado gran cosa: el encuentro de los cuatro mosqueteros y la búsqueda del colgante de la reina. Todo lo demás parece salido de un vídeo juego de acción.
En general, la película es un despropósito en todos los sentidos, un ‘eye-popping action film’ (¿?¿?¿? ¿Alguien me lo puede explicar antes de que mis neuronas estallen?), con batallas navales en el aire repletas de efectos especiales (un amigo de mi hija dijo que para los susodichos efectos especiales contrataron a Campanilla y su polvo de hadas para que volaran. ¿Por qué no ante tal despropósito?), máscaras/escafandra para bucear (aquí faltaron unas cuantas pirañas del Amazona o un buen tiburón blanco con anorexia) y hasta ¡¡¡AMETRALLADORAS!!! Ay, mi pobre Alejandro Dumas, ¿Qué dirías de tu novela convertida en un circo de tres pistas?
Ambientada durante el reinado de Luis XIII de Francia, Alejandro Dumas crea una insuperable novela de aventuras en la que narra las peripecias del joven d’Artagnan en su intento por convertirse en uno de los mosqueteros del rey.Repleta de acción, romance, intriga y humor, considerada una de las piezas más importantes de la literatura francesa, sorprenderá al lector por su atrevimiento y actualidad.