"La Luna suspiraba cansada por tercera vez esa noche, tenía frío y como siempre, estaba sola en su lecho azul oscuro, sin más compañía que unos cuantos satélites que la rodeaban y emitían molestos pitidos. La bandera que le habían clavado los hombres hace ya algunos años resultaba más dolorosa que nunca esa noche; ya había perdido el brillo de la novedad y ahora solo resultaba una pieza metálica molesta inserta en su ultrajada superficie.Al menos algo bueno tenía la noche, la estación espacial de los hombres se interponía entre ella y el astro rey, alejándola de los imponentes rayos que cada día amenazaban con darle alcance. Al principio, hacía ya unos miles de años atrás, el hecho de que el Sol estuviera enamorado de ella la había halagado, pero eso era porque no conocía nada mejor.El abrazador del hechizo del fuego había durado hasta que la vio.Magnifica, brillante e imponente. Le plantaba cara con orgullo, mostrándose toda y por completo sin ningún pudor; Andrómeda, su galaxia favorita por excelencia.Antes, nunca se había fijado en ella, pero un día su resplandor morado llamó poderosamente su atención y terminó por atraparla para siempre. ¿Quién era el Sol comparado con la hermosa Andrómeda? ¿Qué era su débil fuego comparado con el ardor de millones de estrellas? Pero ella jamás sería suya… La dama jamás podría verla. Sus grandes ojos de fuego jamás se posarían en un trozo de roca que ni brillar por sí mismo podía. Y por eso la Luna lloraba. Y por eso sentía frío, pero no dejaba que el Sol la calentara, porque eso sería traicionar su amor. Y seguía llorando.Los otros cuerpos celestes de la Vía Láctea se arremolinaban a su alrededor. ¿Qué te ocurre? Preguntaban, ¿por qué ya no brillas? Y es que en las noches en la Tierra ya no tenían ni un poco de su blanca luz. La luna ya no recibía el amor de nadie, no recibía al Sol. No había lobos en la Tierra que aullaran ni parejas que se besaran al anochecer, pues la penumbra total no es un buen escenario para el romance. Y es que sin saberlo todos lloraban por dentro las penas de la luna.-¿Por qué ya no me quieres? –le preguntaba el Sol a su blanca amada, allá arriba en las alturas.Pero la Luna no respondía y seguía mirando fijamente a la giganta púrpura, la miraba todo el día hasta quemarse los ojos y luego repetía el proceso. Un día ya no lo soportó más y decidió que debía ir a buscarla. Su corazón no podía estar sin ella y su existencia centenaria ya había sido demasiado vacía como para continuarla así sin intentar cambiar su destino.
Ese fue el día en que en la NASA informó por cadena internacional que habíamos perdido a nuestro astro. Y al día siguiente tuvimos tormentas solares inmensas, porque el Sol no podía dejar de llorar. Y entonces supe que tenía que hacer algo. Tendría que morir para seguir a la Luna en su viaje interestelar, pero yo era la única que podía ir tras ella. Suerte que mi cuerpo estaba en coma hace largo tiempo y que fue fácil dejarlo, porque jamás podría haber viajado con una carga tan pesada,incluso ayudada por el polvo de estrellas. Fue entonces la última vez que vi la Tierra.Fue un viaje largo y cansado, muchas veces estuve a punto de perder mi ruta, pero las lágrimas cristalizadas de la Luna me guiaban en mi camino. Al fin, cerca del borde de nuestro camino Lácteo, le di alcance. La vi abatida, triste, tomando aliento. También yo estaba por morir de cansancio, congelada por el frío del espacio y la mirada gélida de las estrellas que nos rodeaban.-Espera –le dije, aunque no estaba yendo a ningún lado-, no puedes irte.-Tengo que ir por Andrómeda. Tengo que encontrarla. La voz de la luna resonaba dentro de mi cabeza, como un zumbido ronco.-No puedes dejarnos solos –rogué-, no si sabes lo horrible que se siente la soledad.-Ustedes tienen al Sol. Yo no tengo a nadie.-Y él no tiene a nadie ahora. Y llora lágrimas ardientes porque tú te has ido.-Andrómeda… -se quejó el astro dentro de mi cabeza.-Luna, mi amada –comencé-, no puedes irte y dejarnos. Algunos estamos destinados a sufrir por amor. El Sol te mira sin alcanzarte jamás, separado de ti para siempre de forma inevitable por nuestro planeta. Tú miras a Andrómeda desde la lejanía, incapaz jamás de tenerla, porque juro que cuando la veas de cerca no te parecerá tan maravillosa. Y al igual que ustedes, muchos de nosotros estamos enamorados de ti, oh Luna mía, condenados a mirarte sólo cuando te dignas a aparecerte y sin llegar a tocarte jamás.No me di cuenta de que estaba confesándome. Pero se sintió bien hacerlo.-Junto a ti me siento tan insignificante como tú respecto a la gran dama –intenté finalmente.-¿Estás diciendo que nunca podremos amarnos? Podía sentir el dolor de la Luna clavándose como agujas dentro de mi cráneo. No quería ser yo quien la hiciera sentir así, pero debía hacerlo por todos aquellos que habían quedado con el corazón roto ahí en el lugar que yo había decidido abandonar.-Estoy diciendo que tu amor está destinado a ser diferente.Entonces la Luna soltó sus últimas lágrimas y desapareció. No tuve que seguirla. Ya sabía que estaba de vuelta en su lugar. Yo, por mi parte, me convertí en polvo de estrellas, y fui testigo de desamores astronómicos por el resto de mis días. La Luna sigue llorando hasta el día de hoy."Creo que estaba un poco drogada cuando escribí esto. De verdad. A veces no sé como se me ocurren estas cosas. So, ¿alguien tiene un tema o idea sobre la cual quiere que escriba para el jueves siguiente? (así nos ahorramos estos relatos, frutos del LSD) Espero ver sus propuestas en los comentarios!Saludos, chicos!