Uno de mis escritores favoritos de siempre es Eduardo Sacheri. Lo conocí cuando tenía 15 o 16 años cuando encontré un video de uno de sus cuentos siendo leído por alguien en Youtube, y me flechó de golpe: sus personajes, sus descripciones, su forma de hilar una historia hasta llevarla al punto máximo de sus finales, apoteósicos. Su forma de hablar sobre fútbol. Me encantaba saber que alguien más sentía lo que yo había sentido alguna vez en una cancha.
En su última columna para el diario «El Gráfico», Sacheri se propone, como despedida, «hacer una pisadita», que en argentino (Je) es lo que en colombiano llamamos «pedir equipos»: en los recreos de colegio, cuando hay ya gente suficiente para armar un partido, dos personas se reúnen y se dicen «Bueno, pidamos» con prisa de empezar a jugar pero ya.
Sacheri hizo eso como despedida, escoger qué gente quería que siempre estuviera en su equipo y que gente no, y yo me propongo hacer algo parecido como introducción a estos #JuevesSagrados: buscar y tomar los temas que construyen mi propia forma de ver la espiritualidad en nuestro siglo ateo (Para otro día quedan entonces mis problemas con este siglo, que ya se hacen evidentes en la SEGUNDA columna).
Allá enfrente, frente a los dos que pedimos equipos, están las ideas de nuestro tiempo, sólo falta que decida qué tipo de equipo quiero formar.
Pero antes de eso, se que quiero de mi lado la duda: por ahora que venga la duda, que luego decidiré si traer a la crítica. La duda razonable, ese sentido de preguntarse si allá arriba, entre las estrellas, habrá alguien moviendo los hilos. Eso que tienen esos que son capaces de preguntarse cosas sobre lo que creen, esos que cuando se cruzan con alguien de convicciones férreas lo interpelan sin agresividad, tratando de llegar juntos a algún lugar mejor, a un prado más verde. Eso siempre en mi equipo
Y al otro lado, que sepa de una vez que no la voy a pedir, la fe cruzada, esa fe que llevó a miles a miles a morir en Jesuralén y ahora lleva a cientos y cientos a gritar o a callar cada vez que algo les pide explicaciones, se muestra diferente. Esa forma de creer que supone que tener fe es no permitir que nadie desdiga sobre lo que es «bueno» y «Justo» y «redentor» en este sucio mundo. Eso que lleva a creer que las ideas se defienden, pero bota la capa al suelo y empuña la espada a dos manos, como quien nunca ha peleado, y la menea de aquí para allá como un poseso. Por allá lejitos, por favor, en sus templos, en sus estadios, en sus convenciones cringe.
Por ahora dejémoslo aquí (La otra mitad de la columna, donde hacía «chistes» sobre falsos positivos se me borró, je), que con estos ya podremos tirar para algún lado, «echar pa’lante». Les dejo un Kierkegaard de la suerte, para que no dejen que la fe les haga perder el vértigo de la decisión, y para que lo compartan con sus tias rezanderas <3