A veces me da
por pensar
que al llegar
la hora de morder
el polvo,
si tengo suerte
(no sé si buena o mala)
y soy consciente
no haya nadie:
ni familia,
ni amigos,
ni amor,
ni obra.
Tan solo yo
frente a mí mismo.
Como un espejo
abismal y eterno.
¿Sabes?
Esa posibilidad
me aterra.