Juicios

Publicado el 14 julio 2010 por Cosechadel66

24.000 kilómetros. Eso es lo que les quedaba por delante a los cuatro integrantes de la tripulación del yate Mignonette, la distancia desde Southampton (Inglaterra) a Sidney (Australia). Sus nombres eran Brooks, Stephens, Dudley y Parker. También iban a recorrer una linea difusa entre el bien, el mal, el cerebro, el corazón, el estómago y el alma, pero no eran conscientes de ello el 19 de mayo de 1884, cuando comenzaron la travesía para transportar el barco, de tan sólo 16 mts de eslora, hasta la persona que lo había comprado en Australia, el abogado John Henry Want, para utilizarlo como embarcación de recreo.

Todo fue bien hasta el 5 de julio, cuando la embarcación se encontraba a unos 2600 km al norte del Cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica. Para proporcionarse un mejor descanso y ante una tormenta en principio sin ningún riesgo para el barco, el capitán ordena un cambio de rumbo y que el grumete Parker prepare unas tazas de té. Nunca llegaron a tomarlo. Una ola golpea la embarcación y la hiere de muerte. En apenas unos minutos, la vida se hace números. Una barca, 4 metros, 4 personas, 6 mm de espesor de las tablas, 2 botes de conserva con nabos, 1 millar de Km hasta la tierra más cercana, y 0 litros de agua.

Presos en una barca, en una prisión que tiene horizontes en lugar de paredes. A pesar de que logran capturar una tortuga que les proporciona algo de comida, hacia el 13 de julio comienzan a beber su propia orina. Y quizás también comienza a recorrer su mente ideas que jamás pasan por nosotros si no vemos de cerca a una señora negra con guadaña. Los horizontes de su celda debían parecer losas gigantes. La sed, el hambre, la inmensidad. Tres ideas girando en la mente como los cubiletes del trilero. Adivina donde está la idea que hemos escondido. Y esa idea sale por primera vez a los 10 días de encierro en la barca. ¿Y si la muerte de uno salva a los otros? Y a partir de esa primera puesta en escena, hay un quinto tripulante. Una señora negra que espera y sonrie. Y la idea pesa, cada hora, cada día. No hay otra cosa que hacer, no hay otra cosa que pensar que en seguir vivo. De un lado, la humanidad y la moral, tan aparentemente lejana como la tierra que no pueden ver. De otro lado, la mera supervivencia personal, el miedo a ese quinto tripulante que puede que termine siendo el único y seguro superviviente. Podemos imaginar que en muchas ocasiones, ni siquiera se mirasen, por miedo a que los otros pudieran leer la desesperación en los ojos del otro.

Cuando pasan dos semanas del naufragio, el más joven de ellos, Parker, cae en lo que parece un estado de coma, probablemente por beber agua del mar. Y entonces las ideas salen a borbotones, como si fueran el agua que les falta en su gargantas. Dos defienden que el inconsciente les daría la vida. El tercero mira el horizonte buscando una respuesta. 5 días más siguen discutiendo. 120 horas de un juicio sobre la propia vida, la supervivencia. El bien se viste de mal, el mal se disfraza de bien, la ética o la moral simplemente no existen. Todo es mar, horizontes, hambre, sed. El 25 de julio, una navaja acaba con la vida de Parker, y su cuerpo da las suficientes fuerzas a los otros tres para sobrevivir, náufragos del mundo, de la sociedad, de todo aquello que estaba al lado de la linea que habían cruzado.

Tan sólo 4 días después, un barco les recoge.

No es la primera vez ni será la última que el mar o la desesperación es testigo de hechos similares. Sin embargo, si será la primera ocasión en que los protagonistas son juzgados y caso crea jurisprudencia (al menos británica) sobre si la necesidad de supervivencia puede ser una excusa para el homicidio. En contra de la opinión popular, que apelaba a una “ley del mar”, fueron condenados a muerte, aunque luego se les conmuto la sentencia por la de cadena perpetua. Así, los hombres juzgaron entre paredes aquello que ocurrió en un lugar que empezó siendo una barca en el Atlántico para terminar en el interior de cuatro hombres más allá de su propia existencia, en una prisión de horizontes.

(foto: la barca del yate inglés Mignonette, exhibida en Falmouth en 1884. Fuente, Wikipedia)

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