Julia Pastrana nació mujer, india y pobre en el estado Sinaloa, México, en 1834. Así que lo normal es que su vida no fuera fácil. Pero además Julia era muy especial, tanto que cuentan en su pueblo, Ocoroni, que su madre la mantenía recluida en casa, a salvo de miradas indiscretas. También cuentan que en la casa no había espejos.
Julia Pastrana hubiera sido una india pobre y anónima más si no hubiera nacido con hipertricosis lanuginosa (otros hablan de hirsutismo) y con hiperplasia gingival. O, en términos de marketing, que puede ser extremadamente cruel, si no se hubiera convertido en la famosa mujer mono, la mujer oso, la mujer más fea del mundo, un “híbrido maravilloso, producto de los amores pecaminosos entre un hombre y una hembra de orangután”.
La enfermedad provocaba que Julia midiera 1,37 cm, estuviera completamente cubierta de abundante pelo negro y que su mandíbula fuera especialmente prominente, debido a que tenía bultos en las encías y sus enormes dientes se apilaban desordenados en dos hileras. Su aspecto era indudablemente simiesco.
Así que lo de ser pobre e india iba a ser casi lo de menos.
De su infancia se conocen pocos datos. La mayoría gracias al historiador Ricardo Mimiaga, que afirma que tras la muerte de su madre pasó a trabajar de sirvienta en la casa del gobernador de Sinaloa, Pedro Sánchez. Pero su destino no era ser sirvienta, está claro. Así que Sánchez la vendió a uno de sus correligionarios, Francisco Sepúlveda, administrador de aduanas, que vio el negocio en exhibir a Julia en el circo. Como no sabía inglés y no conocía Estados Unidos contrató al estadounidense Theodore Lent, al que hoy algunos círculos llamarían “un emprendedor” y mi padre “un sinvergüenza de los de toda la vida”. Mi padre es que no tiene más que estudios primarios, discúlpenle. Lent era un ‘empresario del mundo del espectáculo’ que se dedicaba a exhibir freaks para todos los públicos, que quisieran pagarle.
De Estados Unidos saltaron a Europa: primero Londres y luego otras capitales europeas como Berlín, París o Moscú. Parece que Julia era una mujer sensible e inteligente, amante de la lectura, y que aprovechó su carrera para aprender a comunicarse en varios idiomas: en sus espectáculos cantaba en inglés, francés y español. Quienes la conocieron hablan de una persona generosa, bondadosa y divertida.
En 1860 la pareja descubre que ella se ha quedado embarazada. El parto les pilla en Moscú y es un niño, que nace con la misma enfermedad de la madre y apenas vive 36 horas. Julia tampoco logra sobrevivir a las complicaciones del parto y muere, cinco días después.
El negocio no tiene límites
El final de su vida y su muerte es posiblemente la parte más triste, si cabe, de la historia de Julia Pastrana. Uno de los nombre con los que Julia se anunció en los diarios a su llegada a Europa era “La Indescriptible”, mote que se me antoja mucho más apropiado para su marido/manager, aunque sí es verdad que se me ocurren a bote pronto un par de calificativos que pueden describirlo perfectamente.
Tras la muerte de Lent las momias tienen una historia convulsa que acaba llevándolas hasta Oslo en 1921, compradas por el empresario noruego Haakon Lund, que las exhibe en su parque de atracciones. Su hijo Hans hereda las momias, las esconde de los nazis que quieren llevarlas a Berlín y durante años las exhibe por diferentes ferias. Tras numerosos y morbosas vicisitudes llegan al Hospital General de Oslo, donde se ocultan en los almacenes, a salvo de miradas curiosas. La sensibilidad del público ha cambiado, parece que ahora prefiere contemplar horrores diferentes.
En 2003, la artista plástica Laura Anderson conoce la historia de Julia cuando la contratan en Nueva York para el vestuario de una obra de teatro sobre la vida de Pastrana. A partir de ahí empieza su batalla burocrática por conseguir repatriar el cuerpo para que sea enterrada en su país. Es una lucha que durará nada menos que 10 años, hasta que el 12 de febrero de 2013 Julia es enterrada en el Panteón Municipal de Sinaloa de Leyva. Su cuerpo es recibido con actos oficiales de bienvenida y se celebra una misa en su honor. Su féretro se cubre con miles de flores llegadas de todas partes del mundo. Un acto por el respeto y la dignidad que merece toda vida humana. Por fin puede descansar en paz.
Pero lo más interesante de la vida de Julia queda, de momento, sin respuesta. Lástima que no dejara un diario o testimonio escrito de qué pensaba o qué sentía: sería muy interesante para orientarnos sobre la inmensa zona gris en la que vivió. ¿Qué sentía por Lent: amor, agradecimiento, miedo, asco? Todos nacemos con unas cartas e intentamos hacer la mejor jugada que sabemos, no hay otra. Por mucho que se filosofe, hay quien nace con cuatro reinas y quien lo hace con una pareja. Y creo que Julia, como mujer inteligente, jugó lo mejor que se podía con pareja de doses.
Podemos pensar que su enfermedad le permitió escapar de alguna manera de un futuro marcado por su condición de mujer india y pobre, y dedicarse a viajar por el mundo cantando y bailando. O tal vez su ingenio le hubiera permitido igualmente escapar de él, quién sabe. Tal vez nunca le compensó ser tratada como un fenómeno y no como una persona. Tal vez hubiera cambiado, sin dudarlo, su destino por el de cualquier otra mujer india y pobre. Pasó la vida exhibiéndose pero lo más interesante de ella ha quedado bajo ese velo con el que empezaba sus actuaciones.
Aprovecho para recomendarles Freaks (1932), de Tod Browning , gran película. Retrato de una época y, sobre todo, un canto a la dignidad humana