Entre las mesas de Julieta, se adivinan confidencias, risas, secretos y fiestas. Este restaurante italomediterráneo en La Latina se postula como ese lugar en el que cenar entre amigos antes de salir de copas un sábado, donde recalar tranquilamente a cerrar el aperitivo del domingo o comer con la familia cualquier festivo. Un sitio bonito, luminoso, acogedor con una gastronomía divertida a un precio asequible, a gusto de todos.
La anfitriona, sin embargo, no es ella sino ellos, Antonio Martuscelli y Roberto Stella que, después de cuatro años regentando el Tio Vivo en Malasaña, pensaron que su amor por la gastronomía iba más allá de un bar de copas y decidieron inventarse a Julieta, su icono. “Un nombre de mujer representaba ese toque casero que tiene nuestra cocina. Giullietta, Julieta, es un bonito nombre en italiano y en español, que al final es lo que es nuestra carta, un poco de los dos sitios”, me cuenta Antonio.
Un amplio ventanal decorado como un balcón con asiento da la entrada a un espacio en colores crudo y turquesas, con espejos y lámparas de metal y cobre. El lugar, que era una cervecería, ha sido reinterpretado por el estudio Puntos Suspensivos y aún se encuentran algunas mesas y sillas del antiguo espacio, ahora recicladas para el restaurante.
Junto con la chef Valentina Ciardulli, los propietarios han diseñado una carta “simple, sana y sabrosa” con un precio razonable en la que sin embargo, se permiten jugar mucho con las mezclas y las combinaciones. Cuidan su materia prima y se preocupan de traer la mozzarella y la burrata de un proveedor napolitano, la ricota y los canoli de Sicilia o determinados quesos y vinos españoles, directamente de pequeños proveedores.
La crema de calabaza, guanciale y pimentón, las cocas de burrata y pesto o mozzarella ahumada con anchoas, la pasta fresca rellena de ricota y pera con salsa de brie y nueces son ejemplos de mezclas más arriesgadas, que se salen de lo comun sin abrumar al público general. La crema de calabaza me sorprendió por su crujido y su ligero picor y las cocas destacan porque las masas y las salsas son totalmente artesanas, como los saquitos de pasta, que se hacen directamente en Julieta. Solo le pongo una pega a la salsa de brie, un poco sosa para mi gusto. Muy apreciadas son la hamburguesa de queso de cabra, bacon, tomate y rúcula (que ya es obligatoria en todas las cartas de Madrid), el arroz meloso con mejillones, la brocheta de albóndigas con pimientos o las carrilleras de ternera gallega al vino tinto, aptas para paladares más tradicionales.
Los postres son un pilar en Julieta porque están deliciosos y porque sirven para apoyar las meriendas de tarde en el bistró. Si eres goloso, te recomiendo el cheesecake, que solo se parece al original en el nombre y sin embargo, es un riquísimo vasito de ricota con trozos de canoli al fondo. También tienen tartas caseras y crumble de manzana, que se acompañan de cafés, infusiones o tés. O un combinado, porque Julieta cuenta con un coctelero experto para las copas.
Acuérdate de llamar a Julieta cuando tu pareja quiera un sitio informal pero especial o te apetezca cenar con tus amigos y divertiros comiendo bien. Hay una mesa redonda al fondo que os está esperando.
Los datos. Julieta Bistró. Calle Toledo, 51. 910 12 86 54. Horario: de martes a domingo, de 12 a 00h. Precio medio: 20-25€. Muchos más datos en la web o en su Facebook.