Luis Britto García
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Un muchacho de 19 años y de mirada distante como de poeta o marinero toca la puerta de una revista literaria y deja unas cuartillas. A los pocos días pasa de nuevo, le dicen que su relato va a ser publicado y quizá le anticipan un modesto estipendio. La anécdota sería anodina de no ser porque el director de la revista es Jorge Luis Borges, el cuento es “Casa tomada”, y el adolescente es el entonces desconocido Julio Cortázar. El destino del primero será el exilio de la progresiva ceguera; el del segundo, la emigración y desde 1973 el destierro; “Casa tomada” se convertirá en el relato emblemático del extrañamiento y de la expatriación latinoamericana.
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Entre los riesgos de la celebridad está el de ser tomado o propuesto como modelo. En el escritor este riesgo se materializa en tres formas: por la influencia de sus textos en el arte literario; por el ejemplo de su manera de vivir, y por los efectos de su docencia. Las tres circunstancias están conectadas. Si, según decía Buffon, el estilo es el hombre, también lo son sus enseñanzas.
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El artista descifra y mueve al mundo con su obra. El universo de Julio es inseguro y contingente. Por momentos lo pueblan animales como las mancuspias, que producen cefalea. A ratos sus ciudadanos son tan inconsistentes y aleatorios como su mundo: los cronopios, Berthe Trépat, Horacio Olivera. La ley de ese cosmos es la yuxtaposición de la pequeñez con la incongruencia. Los hermanos huérfanos de “Casa tomada” son expulsados de su hogar por una fuerza invisible e irresistible. Un maya a punto de ser sacrificado en una pirámide sueña que recorre una ciudad luminosa en una máquina inexplicable. El universo de los famas es minucioso y monótono, apenas refutado por los arranques de locura de cronopios y de esperas. Horacio no se enamora en París de La Maga, pero sí se apasiona en Buenos Aires de la esposa de su mejor amigo, providencialmente parecida a La Maga. Esta yuxtaposición recorre toda su obra; quizá culmina en La vuelta al día en 80 mundos, repertorio inverosímil donde narrativa, poesía, ensayo, humor y absurdo coexisten sin rechazo inmunológico. Esta celebración de la incongruencia crea escuela.
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La alternación de la pequeñez con lo inaudito se eleva a sistema en Rayuela, novela dividida entre capítulos sensatos, funcionales, necesarios, y capítulos divagantes, decorativos o estáticos, que el autor apila en una sección final como prescindibles. Vale decir, unos son famas, y otros cronopios. Oportunas numeraciones permiten leer los capítulos sensatos intercalados con los prescindibles; o bien recorrer en masa cada categoría, o hacerlo al azar. Estas variantes sugieren que nada es categóricamente trivial ni imprescindible, que la coexistencia entre lo uno y lo otro bien puede definir una poética o una vida. Me decía Darcy Ribeiro que en Rayuela el escritor había dejado los andamios después de terminar el edificio. Pero Fruto Vivas me argumentó que usualmente la arquitectura de los andamios, livianos, baratos, resistentes, fáciles de armar, es superior a la del pesado edificio.
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El humor es contradicción entre extremos, y justamente uno de los atrevimientos de Cortázar es infringir la demoledora solemnidad que entonces paralizaba gran parte de la literatura latinoamericana y caribeña. Humor es nihilismo amable, rebelión sin ínfulas de heroísmo, vínculo que impide que la distancia se transforme en desasimiento, simultánea condena y absolución de la condición humana. La obra de Julio sonríe; la gracia es la varita mágica que rompe el círculo infernal que arrastra de la sensualidad del bolero a la rabia de la ranchera, de ésta a la resignación del tango y de allí al desenfreno de la salsa y la rumba para comenzar de nuevo. Quizá el humor sea todas las melodías tocadas al mismo tiempo, contradiciéndose, enriqueciéndose.
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El verdadero escritor es un exiliado que describe el mundo para intentar pertenecerle. En entrevista concedida a Martín Caparrós dos meses antes de morir, Julio aclara que no le gustaba que lo trataran de tal porque “El exiliado es el hombre que se va porque si no se va lo matan. No es mi caso: yo me fui y viví en París porque me dio la santa gana”. Pero con las amenazas de muerte, a partir de 1973, su situación cambió de emigración a destierro. Aunque mucho antes, con Rayuela, había escrito la obra fundacional de la literatura del exilio: la que ve la patria desde el cristal de la nostalgia o de la distancia, condición que tan injustificadamente criticaron José María Arguedas y Oscar Collazos. Desde entonces “Éramos, como me calificó un señor, los jefes intelectuales de la subversión en el exilio”. Liderazgo nada fácil, entre diluvios de insultos del conservadurismo y reclamos de incondicionalidad del progresismo. Julio estuvo allí siempre que pudo o lo dejaron, en los países asediados o junto a las izquierdas diezmadas, aportando amistad y claridad.
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Maestro es quien extrae enseñanzas de la propia vida y las comparte. Para conocer la intermitente docencia de Cortázar son fundamentales su propio libro Esencia y misión del maestro. Papeles inesperados (Alfaguara. Bogotá, Colombia. 2009) y la tesis de Gipsy Gastello Un maestro de literatura: Julio Cortázar: identidad, narración y magisterio (2023). En su infancia recibe clases de profesores que califica de “vejigas infladas”. Enseña para sobrevivir y ayudar a su familia mientras aprende su verdadero oficio, la escritura. Maestro Normal, da clases en Cuyo y Chivilcoy. Se desempeña en Francia como traductor y finalmente como autor consagrado. Desde entonces su enseñanza es la del compromiso. Defiende los movimientos progresistas, la Revolución Cubana la nicaragüense, la venezolana. En su última conferencia me depara el inmerecido honor de elogiar mi posición sobre el compromiso. Exalta el idioma como escudo de la identidad. Más allá de pasajes y pasaportes, sigue siendo latinoamericano y caribeño, al mismo tiempo espectador y protagonista de nuestro drama. Lección para quienes habitan una Europa mental que nunca los aceptará como iguales.
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De su ausencia nos consuela apenas el recuerdo de su fanatismo por la amistad y la música, de sus incomparables amores, del brutal destino que los segó, de la certidumbre de que su existencia fue una novela que sólo pudo haber escrito Julio Cortázar.