Esta foto la rescaté hace tan sólo dos días de un viejo cajón, aun que la verdad es que no fue casualidad sino que fui precisamente a por ella. En ella vemos a la joven madre Tai, una preciosa gata callejera de la que jamás me olvidaré, así como tampoco olvidaré de qué modo entró en casa. Era mediodía, y estábamos todos comiendo alrededor de la mesa, comíamos filetes empanados con patatas fritas, sólo faltaba a la mesa mi hermano Rafa.
- Déjala tranquila, mira que te va a morder, ¿eh?. - En ese momento, me entró el hambre de
nuevo.
- No, no le hagas eso, que no le gusta. Tienes que acariciarla.-
En ese momento mi abuelo me sentó en el sofá, me puso a Tai sobre mi regazo y me enseñó como acariciarla, como agradarle. Tai comenzó a ronronear y a dedicarme miradas llenas de complicidad y gratitud, y esa era su manera de pedirme que continuara, o al menos yo así lo notaba. Tai se durmió en mi regazo y por primera vez en mi vida sentí el dulce calor de un animal sobre mi, y desde ese día jamás volví a hacerle daño. Me enamoré de esa gata.
De nuevo he de centrarme en la foto de más arriba, no se si podéis distinguir al gato atigrado que hay en el centro. Me gustaría decir que ese es Junior, pero la verdad es que es el que hay justo debajo (se ve parte de su cuerpecito). Nos quedamos con Junior por que, como mis padres tuvieron que dar el biberón a las crías que Tai dejó, nos hacía gracia que fuese el que más comía.
Junior nos dejó el verano de 2008, aún hoy se me hace rara
Por que fuiste tu el que me enseñó el amor a los animales, por que tu me regalaste unos años maravillosos llenos de alegría y por que no soy capaz de escribir estas líneas sin romper a llorar.
Te quiero Junior, allá dónde estés. Siempre te recordaré.
Abrazos fieros para todos.