Entre nevadas y ventiscas, avanza este invierno tan inusualmente duro como inesperado después de tan cálido otoño. Cuesta creer que los mismos seres que en verano han soportado las tórridas temperaturas del mediodía mediterráneo sean ahora capaces también de sobrevivir a semanas enteras de heladas y lluvias, a la nieve y el hielo. Los mayores cuentan con la ventaja de que un tamaño corporal grande tiende a conservar mejor el calor, ya que el enfriamiento sucede a través de la superficie del animal y ésta aumenta con la longitud más despacio que el peso. Aves y mamíferos, además de ser animales relativamente grandes, generan su propio calor corporal. Pero, ¿qué hay de los más pequeños? Se las arreglan como buenamente pueden. Por ejemplo, refugiándose y disminuyendo considerablemente su actividad (dormancia). Parece ser el caso de estos dos insectos: la mosca enjambradora y el escarabajo del romero. Multitudinarios enjambres de la primera se veían por los rincones ya desde finales de verano, mientras que los segundos son de los últimos insectos en verse al final del otoño y de los primeros en aparecer al iniciarse la primavera. Ambas especies no sólo se refugian sino que se reúnen en grupos. ¿Acaso la presencia de otros animales desprende algo de calor que favorece evolutivamente esta estrategia? ¿O reduce el riesgo de ser cazado si un depredador da con el escondite? ¿O simplemente los insectos coinciden allá donde encuentran un buen refugio? ¿Quizá sintetizan alguna sustancia anticongelante en su organismo? Entre estas preguntas, los días gélidos y los temporales se suceden uno tras otro, poniendo a prueba una vez más la resistencia física de los moradores de nuestro ecosistema, presionando a la evolución para producir nuevas y sorprendentes adaptaciones... Las Pollenia se desarrollan como ectoparasitoides de lombrices de tierra. Los Chrysolina se nutren de hojas de romero. Más sobre ellos en Guide to Garden Wildlife (Lewington 2008).