Juntos, nada más (Anna Gavalda)

Publicado el 17 octubre 2014 por Elpajaroverde
"...por primera vez, todos tuvieron la impresión de tener una verdadera familia.Mejor que una de verdad, de hecho, una elegida, una querida, una por la cual habían luchado y que no les pedía a cambio nada más que ser felices juntos. Ni siquiera felices, de hecho, ya no eran tan exigentes. Estar juntos, nada más. Y eso en sí ya era algo inesperado."

Portada de Juntos, nada más

Hace varias semanas hablábamos a raíz de la magnífica novela de Ignacio Martínez de Pisón "La buena reputación" de la familia, de cómo las relaciones con esas personas a las que nos unen lazos de consanguinidad determinan en gran medida, para bien o para mal, nuestras vidas. Esta semana retomamos el tema familiar de la mano de la deliciosa "Juntos, nada más" de Anna Gavalda. No apelamos a la biología en este caso ni a las relaciones forjadas en nuestros primeros años de existencia. Nos referimos a esas personas que el azar pone en nuestras vidas para instalarse y quedarse en ellas, esas con las que surge un 'feeling' inexplicable, aquellas con las que apenas hace falta cruzar las miradas para entenderse. No es la familia dada por nacimiento, sino la que elegimos nosotros. Y es precisamente ese poder de elección que ostentamos, el que hace que los vínculos con esas personas sean en ocasiones más fuertes e indisolubles que los de la propia familia de origen.
Anna Gavalda crea un núcleo familiar de cuatro personajes tan bellos como frágiles, pues precisamente en su fragilidad radica su belleza, y aunque ellos no lo saben, estriba su fuerza. Camille, joven brillante con un talento inusitado para el dibujo que no sabe aprovechar como tampoco sabe enfrentarse al mundo, "un ángel", "un hada". Philibert, caballero a la antigua usanza, una eminencia en Historia cuya timidez y tartamudez le relegan a vender postales en un museo, un "príncipe", un "SuperNesquick bajado del cielo". Frank, cocinero con un futuro prometedor, mujeriego y malhablado, él sí vive encarado a la realidad pero bajo una coraza que esconde su vulnerabilidad. Y Paulette, una entrañable anciana enfrentándose a sus últimos días, que se niega a asumir el cansancio de su cuerpo y de su alma.

Sin título. Fotografía de Adriano Agulló

La etérea Camille, débil y malnutrida, malvive en una buhardilla cuyas condiciones de vida rozan los límites de la dignidad. Su pintoresco vecino Philibert la rescata del frío invierno parisino y la aloja en el enorme piso familiar en el que vive y del que está a punto de ser desalojado. En el mismo domicilio reside Franck como inquilino, que se mostrará muy molesto con la llegada e interrupción en su vida de Camille. Contra todo pronóstico y a la vez inevitablemente, la convivencia entre estos tres personajes obra sutiles cambios en ellos. Camille empieza a comer más y a ganar peso, y comienza a abrirse al mundo y a expresarse a través de sus dibujos. Philou muestra síntomas iniciales de vencer su timidez y cada vez su tartamudeo es más leve. Y Frank baja poco a poco la guardia para mostrar su auténtico yo por primera vez. Todos estos cambios mudan en la fuerza suficiente para atreverse a incorporar a la desvalida Paulette, la abuela de Frank, a su sorprendente recién estrenada familia.
"Un día uno quiere morirse, y al día siguiente, se da cuenta de que bastaba con bajar un par de escalones para encontrar el interruptor y ver las cosas un poco más claras."
Llama la atención el hecho de que trascurriendo la historia en una ciudad tan emblemática como París, tan novelada, tan cantada, tan cinematográfica, esta no cobre un lugar relevante en la trama. Podríamos decir que esta es una novela de interiores, los personajes se mueven mayoritariamente en escenarios cerrados: la maltrecha buhardilla, el enorme apartamento, el restaurante en el que trabaja Frank, la residencia de ancianos,... El único sitio en el que parece poder respirarse un poco de aire fresco es en el jardín de la casa de Paulette. Se me ocurre que la autora utiliza todos estos espacios cerrados como metáfora de lo confinados que viven los personajes en sí mismos, y paradójicamente, como muestra de la riqueza interior de los mismos. En contra de lo que pudiera parecer, esto no imprime a la novela un ambiente claustrofóbico, sino que la escritora francesa crea un microcosmos mágico y exquisito a medida para estos cuatro supervivientes, con inventiva suficiente para convertir esa casa-museo en fuerte y trinchera de sus batallas vitales.

Fat Boy. Fotografía de André Banyai

No os desvelo nada, pajaritos, si os digo que la relación entre Camille y Frank se torna en algo muy especial, pues ya se intuye desde las primeras páginas. Esto les hace adquirir un mayor protagonismo en detrimento de Philibert y Paulette, algo que lamento profundamente. También origina cierta ambigüedad en la trama, que oscila entre la historia romántica de los dos primeros y ese universo paralelo creado entre los cuatro personajes. Esto me desorienta a veces y me desubica, y pienso que la autora debería haberse decantado por una sola de las dos alternativas. Hay algún otro aspecto que me falla, que considero un tanto forzado y que creo resta credibilidad a la historia. El epílogo final personalmente me sobra y lo encuentro innecesario. Todos estos detalles no me han supuesto un obstáculo para el disfrute de esta novela, pero sí me han impedido alzar el vuelo a una altura equiparable a las numerosas y halagüeñas críticas, comentarios y opiniones de las que goza este indiscutible éxito editorial.
Yo, que soy generosa e indulgente cuando una lectura me llega y me aporta, me quedo con esa casa-museo aunque sobre ella penda la amenaza del desahucio, tan frágil como sus habitantes. Con ese hogar sumergido en tiempos pretéritos en el que las agujas del reloj parecen marcar las horas a un ritmo distinto al del resto del mundo. Con esos hermosos seres que en ella residen, más bellos cuanto más raros y únicos. Con esa familia no buscada pero finalmente encontrada, en la que sus miembros no suman pero multiplican. Vuelvo a remitirme a "La buena reputación" como hacía al inicio de esta reseña. ¿Os acordáis, pajaritos, de lo que comentábamos sobre los cordones umbilicales? Nuestros cuatro anti-héroes son seres carentes de afecto. Los cordones umbilicales que los mantenían unidos con sus familias eran tan exiguos y recibían tan pocos nutrientes que se han roto. Por eso vagan perdidos por el mundo, les falta el anclaje, les falta el sostén. La vida y Anna Gavalda les ha regalado una segunda oportunidad, nuevos cordones, nueva familia. Y ahora, alimentados por estos lazos inquebrantables, reciben por fin la fuerza suficiente para abrirse y salir al mundo, para enfrentarse a la realidad. Son hermosos, tienen mucho que ofrecer, recibámoslos con las alas abiertas. Pero recordad, siguen siendo vulnerables. Cuidádmelos. Sé que no me decepcionaréis.
"Tienes que reventar esa piel que se te ha quedado pequeña, así... Mira... Te estás ahogando dentro de esa piel... Tienes que salir de ella ya... Venga... Quiero oír cómo revienta la costura de la espalda..."

El último pixel sigue siendo una recta. Fotografía de Iker Merodio

Ficha del libro:Título: Juntos, nada másAutor: Anna GavaldaEditorial: Seix BarralAño de publicación: 2004Nº de páginas: 592

Más sobre "Juntos, nada más"


Anna Gavalda es una de las autoras de mayor éxito editorial en Francia. "Juntos, nada más" es uno de sus mayores éxitos de venta. En 2007 se llevó a cabo la adaptación cinematográfica de esta novela con Audrey Tautou como protagonista.
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