Los más viejos del lugar recordaréis en qué consistía la experiencia de ir al cine hasta hace -más o menos- un par de décadas: sentarse en la oscuridad para dejarse llevar por una historia con planteamiento, nudo y desenlace, que nos mantiene pegados a la butaca, que nos emociona, y que, al salir de la sala, provoca la conversación sobre lo que se acaba de ver en la pantalla grande. No se trata de ser nostálgicos, nos gusta la Nouvelle Vague, la serie B y hasta el cine de arte y ensayo, pero es verdad que también nos gusta el cine clásico y que Clint Eastwood se ha erigido como el último de una estirpe nacida con D.W. Griffith y cuyos máximos representantes fueron John Ford y Howard Hawks. La escritura invisible. Ver una película en la que el director nunca te dice “aquí estoy yo”. Porque la cámara siempre está colocada en el lugar preciso para contar la historia, sin que se note, sin estorbar, y el montaje se encarga de cortar la escena en el momento justo para pasar a lo siguiente sin que nos demos cuenta. Esto es lo que siempre consigue Eastwood en cada una de sus películas y que, a sus 94 años vuelve a lograr en Jurado nº 2 (2024). El planteamiento es tan inverosímil como irresistible: Justin Kemp (Nicholas Hoult) parece el americano medio ideal, un fantástico marido y futuro padre, un ciudadano cabal y razonable, que es citado para ser jurado en un caso de asesinato. La casualidad dicta que Justin esté implicado en ese mismo crimen de una forma sorprendente, por lo que el veredicto final del juicio puede ser decisivo no solo para el sospechoso, sino también para él mismo. Eastwood cuenta esta intriga con la sencillez de los maestros de su oficio. Resulta didáctico al contarnos cómo se forma un jurado y cómo se desarrolla el juicio; es preciso en el dibujo de los personajes que forman ese jurado y mantiene el equilibrio justo entre la trama principal que implica a Justin Kemp y la historia paralela de la fiscal a la que da vida una estupenda Toni Collette. Eastwood nos engancha a su historia y a sus personajes sin grandes movimientos de cámara, con una música minimalista -de Mark Mancina-, sin preciosismo en la fotografía -Yves Belánger-, y sin aspavientos histriónicos de sus actores -J.K. Simmons, Kiefer Sutherland y Chris Messina aparecen en roles secundarios y como únicas caras conocidas en un reparto sin estrellas-. Jurado nº 2 parece una película sin pretensiones que, sin embargo, deja en el espectador profundas reflexiones sobre la justicia, sobre el bien y el mal, sin olvidar que toda cuestión moral tiene, necesariamente, una repercusión política.
JURADO Nº 2 -TAN SIMPLE COMO ESO
Publicado el 14 noviembre 2024 por Jorge Bertran Garcia @JorgeABertranLos más viejos del lugar recordaréis en qué consistía la experiencia de ir al cine hasta hace -más o menos- un par de décadas: sentarse en la oscuridad para dejarse llevar por una historia con planteamiento, nudo y desenlace, que nos mantiene pegados a la butaca, que nos emociona, y que, al salir de la sala, provoca la conversación sobre lo que se acaba de ver en la pantalla grande. No se trata de ser nostálgicos, nos gusta la Nouvelle Vague, la serie B y hasta el cine de arte y ensayo, pero es verdad que también nos gusta el cine clásico y que Clint Eastwood se ha erigido como el último de una estirpe nacida con D.W. Griffith y cuyos máximos representantes fueron John Ford y Howard Hawks. La escritura invisible. Ver una película en la que el director nunca te dice “aquí estoy yo”. Porque la cámara siempre está colocada en el lugar preciso para contar la historia, sin que se note, sin estorbar, y el montaje se encarga de cortar la escena en el momento justo para pasar a lo siguiente sin que nos demos cuenta. Esto es lo que siempre consigue Eastwood en cada una de sus películas y que, a sus 94 años vuelve a lograr en Jurado nº 2 (2024). El planteamiento es tan inverosímil como irresistible: Justin Kemp (Nicholas Hoult) parece el americano medio ideal, un fantástico marido y futuro padre, un ciudadano cabal y razonable, que es citado para ser jurado en un caso de asesinato. La casualidad dicta que Justin esté implicado en ese mismo crimen de una forma sorprendente, por lo que el veredicto final del juicio puede ser decisivo no solo para el sospechoso, sino también para él mismo. Eastwood cuenta esta intriga con la sencillez de los maestros de su oficio. Resulta didáctico al contarnos cómo se forma un jurado y cómo se desarrolla el juicio; es preciso en el dibujo de los personajes que forman ese jurado y mantiene el equilibrio justo entre la trama principal que implica a Justin Kemp y la historia paralela de la fiscal a la que da vida una estupenda Toni Collette. Eastwood nos engancha a su historia y a sus personajes sin grandes movimientos de cámara, con una música minimalista -de Mark Mancina-, sin preciosismo en la fotografía -Yves Belánger-, y sin aspavientos histriónicos de sus actores -J.K. Simmons, Kiefer Sutherland y Chris Messina aparecen en roles secundarios y como únicas caras conocidas en un reparto sin estrellas-. Jurado nº 2 parece una película sin pretensiones que, sin embargo, deja en el espectador profundas reflexiones sobre la justicia, sobre el bien y el mal, sin olvidar que toda cuestión moral tiene, necesariamente, una repercusión política.