Michael J. Sandel es conocido sobre todo por el curso dedicado a la idea de Justicia que imparte en la Universidad de Harvard, que ha llegado a inspirar documentales televisivos y un libro de éxito. El secreto de Sandel es aplicar la árida materia filosófica a la realidad en la que habitamos todos los días. Puede que la justicia sea algo metafísico, más perteneciente al mundo de las ideas que al nuestro, pero, después de todo, muchos de los avances que ha conseguido la humanidad se han derivado de su desarrollo teórico, en forma de leyes y constituciones, que posibilitan la imprescindible organización social necesaria para el progreso. Cuando la gente reflexiona acerca de su idea de lo que es la justicia, su hilo de pensamiento suele derivar en la idea contraria, en la injusticia y los modos de remediarla. Así, habrá quien abogue por un Estado policial y habrá quien piense que la idea del Estado de bienestar no está tan mal. En estos tiempos la idea triunfante es la del liberalismo, quizá con con el ultra delante. Constamente se nos bombardea con mensajes que nos incitan a buscar nuestro potencial interior, que nos dicen que somos triunfadores aunque no lo sepamos: el objetivo es que el fracaso también se individualice. Que no se culpe al Estado o a la sociedad, sino a nosotros mismos.
Tomando en cuenta que la mayoría de los debates políticos sobre justicia tienen que ver con la economía, con la prosperidad, hasta tal punto que otro tipo de discusiones casi están vetadas del foto público. Así pues, examinemos el mundo ideal del pensamiento ultraliberal, que dice basarse en la meritocracia como fundamento de dicha prosperidad individual. Pero eso es una falacia, puesto que las personas no nacen en las mismas condiciones, no inician su carrera desde el mismo punto de partida. En materia de triunfo vital, al menos desde el punto de vista económico, no es lo mismo nacer en una familia próspera que en un barrio de chabolas. Y las desigualdades no acaban aquí, sino que también se bifurcan hacia la herencia genética. Michael Jordan vive en un mundo en el que el baloncesto es apreciado y por saber meter una pelota en un aro gana millones de dólares. Si llega a hacerlo un siglo antes, sus habilidades naturales (que él ha potenciado, por supuesto, con grandes sesiones de entrenamiento), no le hubieran servido de mucho y se hubiera tenido que buscar la vida de otra manera:
"Prescindir del merecimiento moral como fundamento de la justicia distributiva resulta moralmente atractivo porque socava la complaciente premisa, habitual en las sociedades meritocráticas, de que el éxito corona la virtud, de que los ricos son ricos porque se lo merecen más que los pobres. Como nos recuerda Rawls, "nadie se merece la superior capacidad que por naturaleza pueda tener ni partir de una situación social más favorable". Y no es obra nuestra el que vivamos en una sociedad que tiene a bien recompensar nuestros puntos fuertes. Eso mide nuestra buena suerte, no nuestra virtud."
En el mundo ideal ultraliberal, los ricos no pagarían impuestos, porque detraer parte de la fortuna de alguien para uso social sería considerado un robo (siempre que dicha fortuna tuviera un origen lícito, si no sería demasiado escandaloso). Según parece, en esta sociedad los perdedores lo serían con todas las de la ley: ellos se lo habrían buscado, por lo que el Estado no tendría obligación de ayudarles ni concederles una segunda oportunidad, aunque sí podrían solicitar limosna (recuerden la doctrina del capitalismo compasivo del nefasto presidente Bush II) si alguien se la quiere conceder. Es evidente que los fundamentos de esta teoría hacen agua por los cuatro costados. Muchos ricos lo son de herencia, y el origen de la fortuna se pierde en la noche de los tiempos, siendo ilícito en demasiadas ocasiones. Además, desplazar el papel del Estado como garante de la justicia social hacia la compasión privada sería catastrófico, porque es bien sabido que uno de los más poderosos sentimientos humanos es el de la codicia. Cuanto menos nos ha costado conseguir lo que poseemos, mayor sentimiento de superioridad, de ser unos elegidos nos embarga. Además, cuando se desmorona el sistema capitalista, cuyo funcionamiento actual nadie alcanza a comprender del todo, los grandes empresarios apelan a la ayuda del Estado, no intentan resolver por sí mismos los problemas que han provocado. Como siempre ha sucedido a lo largo de la historia, los débiles deben sacrificarse para que los poderosos sigan manteniendo su nivel de vida.
Como es lógico, el contenido del ensayo Justicia, no termina ni empieza con los asuntos que yo estoy exponiendo aquí. Se trata de un compendio mucho más completo de dilemas éticos actuales y de como algunas ideas de los grandes filósofos (Aristóteles, Kant, Rawls o Stuart Mill) han conformado buena parte de nuestros fundamentos como civilización. Yo me quedaría con una frase Franklin D. Roosevelt, un presidente que verdaderamente trabajó para cambiar su país hacia mejor: "Un hombre necesitado no es un hombre libre".