Saltó de su inercia. No miró el reloj; cualquier hora daba lo mismo para lo que pensaba hacer. Se vistió con prisa; pasó sus dedos entre su cabello negro, tratando de alisarlo. Tomó su bolso, cruzó el umbraly se perdió en la noche oscura y fría de su dolor de esposa traicionada.
Al volver a casa, se lo dijo. Así, sin medias palabras. Le dijo que estaban empatados: ojo por ojo, traición por traición.
A partir de aquel día, las noches de Carla se hicieron cada vez más oscuras y frías. Su dolor aumentaba. Ya no le dolía la traición del esposo: la atormentaba su propia traición. Se había vengado; había hecho “justicia” por sus propias manos. Pero aquel acto, provocado por la ira, solo le causó amargura; una amargura tan densa como sus densas noches frías y oscuras. Acabó en el consultorio de un psicólogo.
El consejo bíblico de hoy es: Deja la justicia con Dios; él no puede ser burlado. La persona que te hirió puede parecer victoriosa hoy y mañana, pero los actos de justicia divinos llegan oportunamente, llegana su debido tiempo.
No te atrevas a llamar justicia al acto impensado provocado por la ira; las prisiones están llenas de gente que solo quiso hacer “justicia”.
Las prisiones del alma también abrigan, en sus celdas, a gente herida que, como Carla, se dejó llevar por la ira. La ira humana no combina con la justicia divina: solo Dios sabe permitir que el ser humano coseche el fruto maduro de vivir perjudicando al otro.
Libértate. Pide a Dios la capacidad de perdonar. Abre las puertas de tus prisiones interiores. Brilla, como el sol del nuevo día.
Porque: “la ira del hombre no obra la justicia de Dios”.
Fuentes: Reflexiones Cristianas