Primero. Nada hay más allá de mi voluntad, y no hay criterios ni normas ni principios que puedan determinar mi voluntad más allá de mi deseo. Como individuo, tengo derecho a decidir libremente.
Segundo. Vivo en sociedad. Es decir, no vivo simplemente, sino que convivo, porque necesito de los demás en la misma medida que los demás necesitan de mí. Es por eso que mi voluntad y mi deseo sólo puede verse determinado por la necesidad de convivir. Vivir en sociedad me hace más libre y más digna, por lo tanto, renuncio libremente a todo aquello que ponga en peligro la convivencia.
Tercero. Vivir en sociedad no implica plegarme a la voluntad arbitraria de otro, sino que es la aceptación igualitaria de normas que me hacen más libre y más digna, normas y leyes que deberían -igual que proclamaba la "Pepa" ya hace doscientos años- ofrecerme y facilitarme el objetivo último de mi existencia: mi felicidad.
Cuarto. Si la sociedad en la que convivo no me hace más libre y mi libertad sólo sirve para que otros vivan mejor a mi costa, tengo todo el derecho a la disidencia y la desobediencia. Mi voluntad siempre estará por encima de cualquier ley o norma, si entiendo que es injusta.
Quinto. Cuando mi disidencia coincide con buena parte de la sociedad, un sistema justo deberá escuchar e incorporar las reivindicaciones o correrá el riesgo de discriminar y dejar fuera del sistema a buena parte de la sociedad.
Sexto. Por lo tanto, aquellos que menosprecian e insultan a los que apoyan movimientos como los del 15M o los Indignados, deberían leer a Toureau, a Stuart Mill o a Habermas, para entender lo importante que es reconocer el derecho de las minorías y que no hay nada más elevado y sublime que la libertad y la felicidad de todos los individuos de una sociedad -atentos, porque no he citado a Marx.Una visión crítica -personal- de la economía, la actualidad política y los medios de comunicación.