Juventud, de J.M. Coetzee

Publicado el 29 diciembre 2010 por Goizeder Lamariano Martín
Título: Juventud Autor: J.M. Coetzee Editorial: Debolsillo Año de publicación: 2002Páginas: 206 ISBN: 9788497930727
Leí Infancia en junio. Es el primer libro de la trilogía Infancia, Juventud y Verano, en la que el escritor sudafricano J.M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura en 2003, relata su propia vida, no en forma de autobiografía, sino de novela en tercera persona. Ahora le ha tocado el turno a Juventud, que, aunque parecía difícil, me ha gustado todavía más que Infancia.
He devorado las 206 páginas en solo dos días y me he quedado con ganas de más, de mucho más y, por supuesto, con un gran sabor de boca. En esta ocasión nos encontramos con un Coetzee adolescente que, sin embargo, no ha superado sus miedos, sus fobias y sus fantasmas del pasado. Aunque la historia se desarrolla cuando Coetzee tiene entre 18 y 24 años, él sigue sintiéndose en todo momento como un niño indefenso, vulnerable, frágil e, incluso, llega a definirse en varias ocasiones como zoquete, inútil o zopenco. Es menos inteligente, menos despierto, menos listo que los demás y, lo más importante, lo sabe, lo reconoce y lo asume.
Pero eso no significa que le duela menos. Por si fuera poco, sigue sintiendo que no encaja en ninguna parte. Se independizó y se marchó de casa porque no soportaba a sus padres ni a su hermano pequeño. Pero eso no fue una solución. Porque tampoco encaja en la universidad. Estudia Matemáticas, pero lo que realmente le gusta es la Literatura. Aun así, tanto sus compañeros de ciencias como los de letras lo ven como un extraño, como un intruso. No es lo suficientemente inteligente para estar a la altura, para poder seguir a sus compañeros de Matemáticas. Va a remolque, por detrás, sigue el ritmo a duras penas. Todos lo notan y él no encuentra si sitio en ninguna parte.
Tampoco se encuentra a gusto en Sudáfrica. El país es cada vez más violento, con más manifestaciones y protestas y más respuestas contundentes, duras y mortales de la policía. Los negros, hartos del dominio, el control, la superioridad y los abusos de los blancos, han decidido revelarse. A Coetzee no le gusta ese clima de tensión. No le gusta la violencia. Sudáfrica ya no es su hogar. Se avergüenza de su país, de su familia, de su educación y, sobre todo, de su historia, de su pasado.
Por eso decide poner tierra de por medio, marcharse, huir, lejos, muy lejos. A Europa. París, Viena o Londres. A alguna de las ciudades que están llenas de poetas, de escritores, de artistas. A algún lugar en el que pueda encontrar la pasión y a esa mujer que por fin despertará la llama de su interior, esa llama que encenderá su inspiración y que le permitirá por fin convertirse en un gran poeta.
Ese es el plan que el joven Coetzee ha trazado en su mente y con ese objetivo se traslada a Londres. Sin embargo, lo que encuentra allí no es lo que esperaba. Obsesionado con cumplir su plan, cueste lo que cueste, se encierra en sí mismo, no tiene relación con nadie y únicamente piensa en encontrar a su musa. El sexo es su otra obsesión. Quiere ser un gran amante. Acostarse con muchas mujeres, pero sin enamorarse, sin sentir amor, solo sexo y pasión. Porque así son los artistas y así quiere ser él. Por eso, tanto en Sudáfrica en la universidad de Ciudad del Cabo como en Londres en las librerías de Charing Cross Road lee una y otra vez las vidas de grandes poetas, escritores y artistas que encontraron la inspiración literaria en la pasión.
Pero su vida no es como la de Pound, Eliot o Picasso. Porque él es mucho más mediocre, más débil, más miedoso. Por eso solo tiene sexo esporádico, frío, absurdo, distante con una chica en Sudáfrica y con tres más en Londres. Pero los resultados no son como él esperaba. No siente la pasión ni mucho menos encuentra a su musa ni la inspiración. A cambio solo consigue un embarazo y algo parecido a una violación.
Tampoco Londres es como él esperaba. Sigue sin encajar, sin encontrar su lugar en el mundo. Continúa siendo un extranjero y nunca podrá ser como esos chicos y esas chicas londinenses que saben divertirse, disfrutar de la vida y vestir a la moda. Tampoco encuentra a artistas con los que poder relacionarse. Por eso, huyendo de la cárcel de Sudáfrica, acaba atrapado en la cárcel de dos compañías informáticas. Una cárcel formada por trabajo, por rutina y, sobre todo, por soledad. Una soledad fría, llena de nieve y de niebla. Como el clima de Londres. Él quería dominar Londres y al final es Londres el que le domina a él. Le derrota, le humilla, le convierte en un fracasado. Le convierte en todo lo que no quería ser, en todo lo que había odiado toda su vida. Le convierte en su padre.
Vencido, Coetzee comprende por fin a los 24 años que si se ha convertido en un programador informático en vez de en un poeta es porque tiene medio. Miedo de escribir y miedo de las mujeres. No está preparado para el fracaso. Lo sabe y, aun así, no hace nada para evitarlo. Se deja llevar y arrastrar, no es capaz de tomar las riendas de su propia vida, no es capaz de sentir, de vivir. Sabe que es alguien gélido, frío, que no sabe cómo funciona el mundo ni cómo moverse por él. Es un mediocre, un perdedor, un cobarde. Aun así, su orgullo es superior a su miedo. No quiere depender de nadie. Quiere ser fuerte, duro, un superviviente. Tiene que endurecer su corazón. No puede bajar la guardia. Debe endurecerse y resistir.