Kafka y su mundo en el cine

Publicado el 12 marzo 2024 por Cineenserio @cineenserio

Con una obra literaria relativamente corta, además de inacabada y fragmentaria, Franz Kafka descuella por una personalidad y un pensamiento que consiguen elevarse por encima de los textos y anticiparse a la visión del siglo XX que, décadas después, se difundirá con los existencialistas (Sartre, Camus) o el absurdo de Eugène Ionesco. La dificultad para llevar al cine obras como La metamorfosis, El proceso o El castillo es evidente: no hay personajes definidos ni causalidad coherente ni los componentes habituales de una historia de ficción. Sin embargo, IMDB contabiliza 164 cortos, largometrajes o series en cuyos guiones figura acreditado el escritor praguense, aunque realmente no pasan de la decena las obras que han dejado huella o merece la pena tener en cuenta, encabezando esta lista El proceso (1963) de Orson Welles, un creador situado tan en las fronteras del universo cinematográfico como Kafka lo ha estado en las del literario. Ese centenar y medio de audiovisuales testimonia la vigencia del escritor; a ellas habría que añadir otras muchas que pueden calificarse como kafkianas.

Y es que lo kafkiano es una categoría estética —filosófica, sociológica, política— adecuada para definir las situaciones de los seres humanos en la sociedad burocratizada donde el individuo aparece sometido a leyes incomprensibles, fuerzas ocultas, poderes regidos por el absurdo, relaciones sociales laberínticas, valores y normas ilógicos; un mundo donde el sujeto despersonalizado y vulnerable queda enloquecido frente al Poder anónimo, al Leviatán hobbesiano, que oculta su rostro tanto como sus razones. Ese individuo queda a merced de pesadillas y, cuando trata de evadirse, «el sueño le descubre la realidad que siempre supera a la ficción. Eso es lo terrible de la vida, lo descorazonador del arte», como comenta el novelista a su amigo Gustav Janouch.

En El proceso figura como frontera del relato principal —haciendo de prólogo y epílogo que otorgan un sentido preciso a la historia de K.— una parábola titulada Ante la ley tomada del capítulo IX de la novela de Kafka. Con dibujos, se cuenta la historia del campesino llegado a la puerta de la Ley custodiada por un guardián que le impide el paso y que, ante su insistencia y búsqueda de influencias, acaba confesándole que la puerta está destinada únicamente para él. Tanto este marco como las referencias en los créditos a la novela y al nombre de Kafka subrayan la voluntad de Orson Welles de ser un artesano subsidiario, un fiel transcriptor al cine del relato y su sentido último. El cineasta despliega su creatividad y su libertad en el único ámbito posible, en una plasmación visual muy coherente con los espacios y encuadres que, ya desde Ciudadano Kane, identifican el estilo y el idiolecto de Orson Welles, un expresionismo cinematográfico que resulta eficaz para sus retratos de la condición humana, sea el cine negro de Sed de mal o lecturas de Shakespeare como la rodada en España Campanadas a medianoche. En el fondo, las críticas al poder, la fragilidad del sujeto y el pesimismo sobre la vulnerabilidad del individuo ante las instituciones inmutables presentes en el cine de Welles no son ajenas al mundo de Kafka.

Anthony Perkins en «El proceso» de Orson Welles

Desde la primera secuencia en la habitación de alquiler de K. la cámara baja muestra los techos que parecen amenazar y virtualmente aplastar al personaje; esa posición de cámara, con sus ángulos forzados, distorsiona las figuras de los personajes y, gracias a la lente focal corta que abarca todo el espacio, otorga protagonismo a decorados muy diversos, pero acordes con el mundo kafkiano representado. Esa habitación alquilada donde vive K. forma parte de un edificio de arquitectura moderna, de líneas sencillas y volúmenes simétricos fácilmente identificable como una construcción propia del desarrollo económico de los 60 en la periferia de una gran ciudad europea. Un espacio gris y ordenado que ejemplifica el orden esclerótico de una sociedad donde el individuo particular queda relegado a un tipo anónimo. Más opresivos y humillantes para K. son los pasillos con estanterías repletas de legajos, las escaleras laberínticas que, como en los dibujos imposibles de Escher, parecen no llevar a ninguna parte, la sala de juicios con una tarima inalcanzable o los desvanes de pesadilla.

K. viene encarnado por un Anthony Perkins que viene como anillo al dedo tras haber interpretado, dos años antes, al tipo esquizofrénico poseído por el espíritu de su madre castradora en Psicosis de Hitchcock. Además de Welles como cínico abogado de K., en el reparto destaca el georgiano Akim Tamiroff, realmente el único personaje que conoce los entresijos de la burocracia judicial y advierte a K. con conocimiento de causa.

El castillo (de Franz Kafka) (Michael Haneke, 1997)

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La otra gran novela de Kafka llevada al cine es El castillo con significativas adaptaciones de producción alemana —de Rudolf Noelte (1968) y Michael Haneke (1997)— y rusa: Aleksey Balabanov (1994) y Konstantin Seliverstov (2016). El bávaro afincado en Austria y poseedor de un estilo propio Michael Haneke, hoy tenido por autor singular que plasma en sus obras un mundo inquietante de violencia soterrada (Funny Games, La pianista, La cinta blanca), realiza para televisión una adaptación literal y respetuosa con el texto de Kafka hasta dejar la historia incompleta, en el mismo punto en que quedó la novela. No busca una interpretación personal de los avatares de Josef K. sino que se limita a plasmar la historia con cierto tratamiento dramatúrgico, habitual en el teatro, y con austeridad en la ambientación de los espacios —nunca se ve el castillo— y en el tratamiento fotográfico, con recurrentes planos medios; alejado de cualquier énfasis, confía en los intérpretes, particularmente en Ulrich Mühe, protagonista de la espléndida historia de espionaje en los últimos años de la Alemania del Este La vida de los otros (2006).

Casi en el polo opuesto, el más irónico y posmoderno cineasta Aleksey Balabanov filma una versión que subraya el humor kafkiano, otorgando al relato cierto sesgo de parodia y haciendo de los personajes tipos exóticos, casi caricaturas, que deambulan sin rumbo. No menos extravagantes son las máquinas, teléfonos, gramófonos y otros artefactos que, junto a un vestuario de épocas diversas, contribuyen a distanciarnos del mundo representado y, de ese modo, lograr la universalidad de la fábula. Balabanov escribe por su cuenta el final omitido por Kafka, haciendo una interpretación personal del texto y desarrollando otros personajes, aunque con coherencia de fondo. 

Basada en la novela inconclusa Amerika, Danielle Huillet y Jean-Marie Strauss filman Klassenverhältnisse (Relaciones de clase, 1984) con bastante fidelidad al original. Esta singular pareja de cineastas es autora de películas basadas en obras literarias y óperas. Se aprecia en este trabajo con Kafka su estilo austero —se ha calificado de ascetismo dreyeriano—, teatralizante, con un distanciamiento brechtiano que refuerza la figura del joven Karl Rossmann en su deambular por Estados Unidos. En blanco y negro, con formato estándar del cine clásico (4:3) y sin música añadida, cada plano busca configurarse como una escena autónoma. Como apunta el título, se refuerza la perspectiva de los diferentes estratos sociales y su determinación en el viaje de Karl quien, ya desde el comienzo, defiende al fogonero del barco frente al capitán y a su tío senador. Enviado a Estados Unidos por haber dejado embarazada a la criada, Karl desempeña oficios alejados de su clase burguesa, en un itinerario que hace tambalear su propia identidad, aunque se muestra luchador y optimista.

Klassenverhalnitse (Danielle Huillet & Jean-Marie Strauss, 1984)

Habría que añadir otras versiones de estos relatos y piezas con distinto talante: el mediometraje La colonia penal (1970) de Raúl Ruiz, uno de los nombres del nuevo cine chileno exiliado en Francia por el golpe de Pinochet; el corto La metamorfosis (Carlos Atanes, 1993) ambientado en la pesadilla nazi o la versión de El proceso (1983) de David Hugh Jones con guion de Harold Pinter cuya acción transcurre en una precisa Praga del novelista y cuenta con un excelente reparto (Kyle Maclachlan, Jason Robards, Alfred Molina o Anthony Hopkins). Más allá de las obras de Kafka, su mundo se aprecia en películas muy diversas, desde el falso culpable de Furia (Fritz Lang, 1936), que soporta un linchamiento, a la pesadilla de El ángel exterminador (1962) de Buñuel, el mundo patológico de Cabeza borradora (David Lynch, 1977), los antihéroes de Brazil (Terry Gilliam, 1985) o el corto de Antonio Mercero La cabina (1972) con José Luis López Vázquez encarnando a un Josef K. hispano.

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