Contra el cansado cinismo del Viejo Mundo, a veces me cuesta no abrazar y cubrir de besos la frescura descarada del Nuevo. Existe un congreso medieval en Estados Unidos que reúne a más de tres mil medievalistas cada año, y junto con otros eventos, es una cita obligada de los historiadores especializados en la Edad Media. Lleva celebrándose durante más de cuarenta ediciones. Del índice de sesiones ya se deduce que esto no es una mesa redonda local para vanagloria de los mismos pocos de siempre: hay un debate sobre la historiografía de las Cruzadas, un paper sobre la autoridad religiosa del obispo de Cracovia en la Edad Media, o un estudio de las alegorías ciceronianas en la Morte d'Artur de Malory.... En fin, cosa seria. ¿Y dónde, preguntaréis, se celebra dicha reunión de mentes pensantes y escribientes, de jóvenes aprendices, de sesudos académicos, de editores, libreros y bibliotecarios? ¿En Washington, en un corro respetuoso delante de la estatua de Lincoln? ¿Boston, quizá, o Philadelphia, por aquello de los padres fundadores? ¿O en Columbia, o Stanford, u otro campus egregio de alguna universidad de la Ivy League? ¿O es que algún millonario ha destinado su fortuna a comprar una propiedad de aúpa en The Hamptons, para disfrute de los intelectuales?
La respuesta es Kalamazoo, Michigan. No es la capital del estado, aunque sí es la ciudad más grande, superando los setenta mil habitantes. Hay una universidad importante, y también allí está la sede Pfizer, cosas de la vida. Un dicho reza: "de Tombuctú a Kalamazoo"y también se la conoce como "K-Zoo" o "El Zoo". Hay un aeropuerto, el Kalamazoo/Battle Creek Airport. Ya os hacéis a la idea. Fantástico, ¿verdad? Me encanta. Jamás he asistido a dicho congreso, pero está en mi lista de pendientes vitales: estoy suscrita a varias listas de información sobre historia medieval, y en los meses anteriores al congreso de Kalamazoo, los participantes se animan y se agitan como adolescentes norteamericanos ante la perspectiva del baile de la promoción. Un acontecimiento de innegable importancia académica, y que aún genera tanta ilusión entre los asistentes debe ser digno de verse. Así que, ¡viva El Zoo! Y mientras, que paséis un buen domingo entre amigos.