Kamakura; la ancestral capital del Japón

Por Nacho22 @nuestromundovia

En una hora escasa un tren nos llevaba desde la estación tokiota de Shinjuku hasta la pequeña población de Kamakura. Esta fue la segunda excursión fuera de la ciudad que hicimos en nuestra estancia en Tokio, una visita muy interesante para el que quiera profundizar en los orígenes del Japón que conocemos hoy en día. Kamakura fue la capital política y administrativa de Japón entre los siglos XII al XIV, aunque el emperador mantuvo la capital simbólica en Kyoto. Este bonito pueblo costero conserva muchos atractivos heredados directamente de aquella época de esplendor, y suele llenarse de visitantes atraídos por sus espectaculares templos y su gran buda de bronce. Este día nos tocó madrugar nuevamente para ir a tomar el tren de la JR hasta Kamakura. Acceder al interior de la estación de trenes más transitada del mundo en hora punta es ciertamente un reto, pero bajar a los andenes para ir en busca de tu tren ya es deporte de riesgo. En honor a la verdad he de decir que a pesar de la imagen que capturé con mi teléfono el tema discurre con bastante orden, aunque más vale no perderse de vista con la pareja.

Lo primero que hicimos nada más llegar a Kamakura es dar un paseo hasta la playa del pueblo. Saber que teníamos tan cerca nuestro amado Océano Pacífico y no ir a contemplarlo me parecía un crimen. Como siempre dando su cara ventosa, para diversión de los surfers que cabalgaban las olas, aunque ya a esas horas tempranas el sol calentaba bastante para ser un mes de febrero.



En la otra parte de la playa de Kamakura se alineaban los botes y barcas de pesca varadas en la arena. No hay que olvidar que en este pueblo la mayoría de los habitantes se dedicaban a la pesca antes de la llegada masiva de los turistas. En esta zona de la playa es fácil ver sobrevolando a numerosos ejemplares de águilas, ya que en Kamakura hay una población bastante considerable de estas grandes aves. Merece la pena el paseo hasta la línea de costa, sobre todo si el día está bonito con el sol brillando en el cielo.


Paseando por las calles de la ciudad nos encontramos con las escenas típicas de cualquier pequeña población en un día soleado. La compras diarias en las tiendas y el mercado local, un te verde en cualquier pequeña terraza, un paseo en bicicleta o sacar a los niños pequeños de paseo, y si son muchos pues los sacamos en carro para poder controlarlos mejor. 

La calle principal de compras y la arteria más animada es la calle Komachi, Parte desde la plaza de la estación de trenes de Kamakura y llega casi hasta uno de los templos. En ella se puede encontrar de casi todo, sobre todo comercios de comestibles, pero también restaurantes, heladerías, tiendas de souvenirs y comercios de ropa. Durante el paseo probamos todo tipo de alimentos raros y no tan raros, ya que en los comercios de comestibles te ofrecen probar todo tipo de productos. Desde algas marinadas en diferentes adobos, encurtidos de toda clase, insectos, gambas, hortalizas encurtidas, etc... 

El primer templo que visitamos fue el Santuario sintoísta Tsurugaoka Hachimangu, el templo de los shogun que trasladaron la capital a Kamakura, como ya había dicho muy cercano a la calle Komachi. A esas alturas ya sabíamos que no íbamos a ir hasta el buda de bronce porque nos confirmaron en la oficina de turismo de la estación que se encontraba en obras de restauración. Este vistoso templo recibe a los visitantes con un enorme tori que da acceso a unos amplios jardines en los que cabe varios estanques, puentes y diversas construcciones, la mayoría lacadas en un llamativo color rojo. Es uno de los santuarios más visitados de Japón, y los paseos bajo las frondosas arboledas llenan de paz y serenidad.




Avanzado ya el mes de febrero, y para nuestra sorpresa, los cerezos estaban empezando su floración. A diferencia de otras zonas más norteñas los cerezos en esta zona de Kamakura, quizás por su clima más benigno suavizado por los vientos provenientes del Océano Pacífico, se encontraban en un número muy alto en plena floración, levantando muchísima expectación entre los japoneses que no paraban de fotografiar cada detalle de cada flor tempranera.  

Tras la visita al santuario sintoísta nos fuimos comer a un bonito restaurante que disponía de muchas mesas bajas en tatamis. Nos recomendaron un menú completo para cada uno de nosotros en el que no faltaba su especialidad, la tempura. Y acompañando esa rica tempura unos fideos soba que se mezclaban con el caldo frío, y te verde par acompañar como bebida. 

Tras la comida quisimos ir a visitar otro de los templos más importantes de Kamakura. Un agradable paseo de veinte minutos por la carretera principal y llegamos hasta el Templo Kenchoji, sin duda uno de los templos más importantes de los que presume Kamakura. Llegó a tener decenas de edificios, pero el paso de tiempo y sobre todo desastres naturales como terremotos e incendios han dejado menguado el número de edificaciones, que todavía hoy sigue siendo importante. Además de la propia belleza del templo, su enclave en un entorno frondoso de vegetación lo hace aún más atractivo y más espiritual. La enorme puerta principal de entrada nos recibe al comienzo de la visita.


Una de las primeras edificaciones que nos encontramos tras atravesar la puerta principal de acceso a los templos es el Bonsho. Con un tejado de paja y ramas prensado cuelga bajo sus vigas de madera un Tesoro Nacional de Japón: una gran campana que data de 1255.

Detalles de las vigas de madera labrada que sustentan el techo encajadas sin clavos aparentemente
El interior de uno de los edificios del templo alberga una gran escultura de buda tallada en madera. De este mismo material están también tallados los paneles laterales que expresan diversos motivos, y un techo con un impresionante artesonado de madera policromado que por el paso de los años ha ido perdiendo sus colores originales.


La escultura del buda en ayunas no resulta demasiado agradable a la vista. Este edificio es utilizado en las ceremonias de carácter público, y a parte del buda flanqueado por dos grandes jarrones, llama la atención por la pintura de un gran dragón en el techo.

Tras estas puertas labradas laboriosamente en metal se esconde uno de los monasterios de monjes más antiguos de todo Japón. El templo Kenchoji fue la residencia del monje principal  y pudimos visitar su interior y pasear por sus pasillos tras descalzarnos. En la parte de atrás del templo hay una residencia para los demás monjes y un bonito jardín de estilo zen con un pequeño estanque que no hay que perderse.



Siguiendo la estrecha carretera de la parte trasera del Templo Kenchoji, en unos cientos de metros, se llega hasta unas escaleras guardadas por la escultura de un buda. Un camino entre cerezos da acceso a unos centenares de escaleras que, tras un laborioso ascenso, recompensa primero con unas vistas desde plataforma de observación que en días claros permite contemplar el Monte Fuji. Y en segundo lugar, continuando con el ascenso custodiado por un gran número de esculturas alegóricas, nos encontramos con el Hansobo, ya en plenas colinas. Este pequeño santuario protege al Templo Kenchoji desde las alturas, y además es punto de inicio de varios caminos forestales para disfrutar de un trekking para los más deportistas y aventureros.


En la parte más alta se disfruta de unas maravillosas vistas panorámicas de la ciudad de Kamakura
Desde la plataforma orientada al sur se puede contemplar el Monte Fuji tras la gran ciudad de Fujisawa. En esta ocasión no tuvimos la suerte necesaria para poder verlo y sólo pudimos adivinar su presencia en el perfil de sus laderas.

Desde aquí el Hansobo protege los templos del Santuario Kenchoji. Tras pasar un rato largo contemplando las vistas iniciamos la vuelta a Kamakura, y de ahí a Tokio. Los templos cierran pronto y ya no nos daba más tiempo a conocer alguno más. Es bueno decidir de antemano que templos se quieren visitar porque la cantidad de santuarios y templos en Kamakura es notable y es imposible conocerlo todo en un día. El hecho de que el gran buda de bronce estuviera en restauración y cubierto de andamios, y por tanto que pasáramos de ir hasta allí, nos dio más tiempo para ver con calma los demás que queríamos.

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