Kanunga, el mayor suicidio colectivo de la historia

Por Frabreum @FRABREUM

ABC.es | Había llegado «el gran día». Al líder de la secta ugandesa de la «Restauración de los Diez Mandamientos de Dios», Joseph Kibweteere, y sus cerca de 800 seguidores se les iba a aparecer la Virgen y les iba a llevar al cielo. La locura colectiva se había desatado. Y el 17 de marzo de 2000, tras varios días de ofrendas y rituales, se refugiaron en su iglesia, cerraron las puertas con llave y tapiaron las ventanas para que nadie pudiera arrepentirse en el último momento. Luego, sin más dilación, se rociaron con gasolina y «desataron el infierno» hasta morir carbonizados.



  Joseph Kibweteere Kibweteere, que estaba convencido de que el fin del mundo llegaría en el año 2000, había sido un destacado político demócrata de la década de los 60, cuya vida dio un giro tras perder unas elecciones. Desapareció siete años y, después, comenzó a predicar que había tenido una conversación con la Virgen y Jesucristo, la cual, decía, había grabado en una cinta.
Aquel mensaje apocalíptico fue difundido entre todos sus seguidores con la advertencia de que, antes de que llegara el fin del mundo, debían inmolarse «para poder alcanzar la salvación».
«Se oyeron algunos gritos, aunque no muchos», dijeron los vecinos de Kanunga, la pequeña población situada a 320 kilómetros al suroeste de Kampala, cerca de la frontera con la República Democrática del Congo, donde ocurrió la que entonces llamaron «la tragedia del siglo».
«No mentirás»
Los lugareños contaron que los miembros de aquella secta apenas hablaban. Al parecer, tenían miedo de incumplir el mandamiento de «no mentirás». Dos días antes del día del macrosuicidio se habían ido congregando en una escuela que los miembros de la secta utilizaban como iglesia, en donde se comieron «tres vacas asadas, bebieron setenta cajas de gaseosa, cantaron y rezaron». Los días previos al suceso, los seguidores de Kibweteere vendieron todas sus propiedades siguiendo las recomendaciones de su líder y recorrieron las aldeas cercanas para despedirse de sus familiares.
Las primeras informaciones de la «tragedia del siglo» hablaban de 230 muertos. Ese era el número de miembros censados por la secta cuando fue registrada en 1997 como una ONG. Sin embargo, pocos días después la cifra ya había ascendido a más de 1.000, y los periódicos –incluido ABC – la calificaban como «el suicidio colectivo más mortífero de la historia contemporánea». Superaba al de Guyana en 1978, donde 914 personas, lideradas por el estadounidense Jim Jones, habían acabado con su vida ingiriendo cianuro.
Cerca de 80 niños muertos
Pasado el tiempo la Policía concluyó que las primeras estimaciones habían sido exageradas y que la cifra final de muertos se había establecido en 778. Entre ellos, cerca de 80 niños. «Además, se han hallado cadáveres de adultos que habrían sido asesinados antes del macabro ritual y cuyos cuerpos fueron arrojados a las letrinas cavadas en el exterior de la iglesia», contaba ABC en febrero de 2000.
La cifra de muertos superaba de manera considerable los 88 seguidores de David Koresh que murieron en el incendio de la fortaleza de Waco (Texas), en 1993. También a los 48 fanáticos de la «Orden Templo Solar» que se quitaron la vida en una granja y tres chalets de Suiza, en 1994. Y a los 39 miembros de la secta «Puerta del Paraíso» que, en 1997, fueron hallados muertos en una mansión de San Diego (California, EE.UU.), boca arriba y con un velo que les cubría la cara y el pecho, esperando iniciar su «viaje» hacia una nueva dimensión, a la que llegarían en una nave extraterrestre.
«Las sectas destructivas no conocen ni fronteras, ni culturas, ni tradiciones, ni arraigos locales. Todo a través de la mente y las emociones puede dar un giro de 360 grados», escribá el psicólogo y experto en sectas, Eloy Rodríguez Valdés, en ABC. Los casi 800 de Kanunga son un triste ejemplo de ello.