Les invito a dar un paseo por la orilla de un lago ruso. Uno muy peculiar, al sur de los montes Urales.
Hace frío ahora en invierno. Sin embargo, resulta sorprendente: las aguas del lago nunca se congelan; están calientes. Emanan un calor espeso, extraño.
Hay silencio en sus orillas; rala vegetación y ningún rastro de vida. Unas feas estructuras de hormigón y bidones metálicos asoman por doquier.
En este lugar de pesadilla la radiación supera los 120 millones de curies; casi el triple de la que se liberó en el desastre de Chernóbil. Materiales como el celsio-137 o el estroncio-90 enrarecen las aguas.
El lago Karachay es el monumento definitivo a la estupidez humana.
Pero todo empeoró la noche del 29 de septiembre de 1957.
Una nube de radiación se extendió 200 kilómetros alrededor del complejo de Mayak, contaminando unos 25.000 Km2de tierra y afectando a unas 280.000 personas. Pero el desastre, mayúsculo, se mantuvo en secreto.
¿Qué había sucedido?
Los técnicos de Mayak, antes de trasladar los residuos al lago, los mantenían un tiempo sumergidos en varios tanques subterráneos para así enfriarlos. El año anterior el sistema de refrigeración había mostrado fallos, pero nada se hizo para subsanar los errores. En esa noche de finales de septiembre uno de los tanques se quedó sin líquido refrigerante y en su interior se formó un residuo seco de 120 toneladas de sales de acetato y de nitrato, que aumentó su temperatura hasta los 400°C. El tanque estalló.
Para que se hagan una idea: la tapa de cemento, de 160 toneladas, salió despedida.
Uno tras otro los tanques explosionaron en cadena. Hablamos de un estallido químico equivalente a 50 toneladas de TNT. 20 millones de curies de radiación afectaron al río Techa y la ciudad de Ozersk. Un cuarto de millón de personas afectadas. Sin embargo, el desastre se mantuvo en secreto ¿Acaso habían oído hablar de la catástrofe de Kyshtym?
Los EEE.UU. lo sabían todo, pero también callaron. No les convenía que la energía nuclear tuviese mala prensa.
Hay más: a principios de los 60 el lago Karachay comenzó a secarse, y tras una fuerte sequía en 1968 los vientos levantaron una enorme nube de polvo radioactivo que afectó a 500.000 personas. La lluvia trasladó el veneno por doquier. Para evitar que algo así vuelva a suceder, el ejército ha depositado durante 10 años unos 10.000 bloques de cemento en el fondo del lago. Una chapuza.
Hubo que esperar 35 años, a la Perestroika, para que los gobernantes rusos reconocieron la gravedad de lo sucedido. En el año 1992.
No se trata de ser catastrofistas; es un problema de perspectiva. De plazos. Los residuos radioactivos perdurarán durante cientos o miles de años, y resulta imposible detener la infiltración del veneno en acuíferos y vías de agua. Las nubes radioactivas viajan sin pasaporte y nada saben de fronteras. Tener una perspectiva nacional del problema medioambiental es síntoma de la estupidez humana.
Y la idiotez es tan venenosa como el estroncio. Sino más.
Antonio Carrillo