Karl Kautsky (1854-1938) es el primer difusor del marxismo en Europa, a pesar de que su exceso de ortodoxia no le deja coincidir con el propio Marx. A la muerte de este, en 1883, Kautsky crea la primera escuela marxista en plena Alemania bismarkiana.
Kautsky es el teórico indiscutido de las socialdemocracias alemana y austríaca (redacto el programa del partido austríaco en 1889); también se le tiene como padre espiritual del marxismo ruso (Lichtheim, 307). Su tendencia fue la dominante en la II Internacional, en 1889, y hasta los primeros años del siglo XX. Durante este tiempo Kautsky se convirtió en el protagonista clave de la síntesis entre el marxismo y el socialismo democrático. En 1891 se publicó el Programa de Erfurt, elaborado bajo la dirección de Kautsky, como programa de la socialdemocracia alemana, siguiendo los parámetros marxistas pero sin una perspectiva revolucionaria. Engels dio su bendición tras algunos cambios en su contenido (Lichtheim, 301). Tras la muerte de Engels, en 1895, Kautsky hereda el liderazgo teórico y la autoridad de Engels, convirtiéndose así en el portavoz de la ortodoxia marxista. A partir de aquí se convierte en protagonista clave de la síntesis del marxismo con el socialismo democrático, integrándose en las estructuras políticas de los sistemas democráticos (Lichtheim, 306).
Positivista, da un carácter cientificista a lo que recoge de Marx: a partir de aquí, la ciencia marxista elude cualquier indagación filosófica. Esto desemboca en una concepción inmovilista del marxismo: la evolución hacia el socialismo es inevitable, por lo que no es necesaria la movilización: el proletariado puede conformarse con esperar la madurez, organizándose para evitar el caos que supone toda revolución mediante los recursos políticos de la democracia (Favre, 10-11). De este modo, la praxis revolucionaria, que depende del desarrollo de las contradicciones inmanentes a la economía capitalista, determinadas científicamente, quedará limitada a una especie de espera paciente de la llegada de las condiciones necesarias y suficientes para la caída del sistema capitalista. Por ello, Kautsky no es partidario de la lucha directa revolucionaria, sino más bien de la manipulación inteligente de las condiciones históricas.
No obstante, Kautsky ha de dar cuenta de un momento histórico: el desarrollo del capitalismo en las décadas de 1880 y 1890 parece alejarse de esa esperada acumulación de contradicciones que anuncia su crisis final, es decir, los presupuestos de la ortodoxia que defiende Kautsky. El sistema de muestra muy adaptable a las crisis, pero además no se ha producido un empobrecimiento del proletariado, ni la desaparición de las clases medias, e incluso el sistema se ha permitido hacer concesiones a las demandas proletarias, con aumento de salarios, reformas sociales, etc. (Souyri, 17-18). Estos hechos constatados por todos los analistas marxistas, llevó a unos hacia posturas revisionistas, como es el caso de Bernstein. Kautsky, en cambio, interpretó esta alteración de lo previsto como una transición, una fase pacífica que oculta las contradicciones económicas y sociales que por sí mismo va generando el sistema. Llegará un día en que tales contradicciones provoquen un estallido, un colapso que dará lugar a la revolución en su momento oportuno. Mientras tanto, el proletariado deberá aprovechar todas las posibilidades a su alcance para ocupar las mejores posiciones posibles, en vistas a las futuras luchas revolucionarias. Es una idea que ya despunta en Engels, a través de su Introducción de 1895 a la obra de Marx La lucha de clases en Francia (Souyri, 14).
A esta actitud se le puede llamar quietista, y se funda en la certeza científica de que el desarrollo económico y social del capitalismo crea, a su vez, las condiciones necesarias para su caída. Kautsky no es partidario de la acción directa, sino más bien de la manipulación y preparación de las condiciones históricas. El quietismo de Kautsky tiene aceptación en su momento, y los diferentes partidos socialistas establecen en sus idearios dos programas distintos: un programa mínimo, limitado al ahora, a lo más urgente, generalmente de carácter sindical; y un programa máximo, que contempla la lejana pero segura revolución (Souyri, 13-15).
No obstante, concluye Lichtheim, la supuesta identidad entre el marxismo kautskyano y la doctrina marxiana es un error, es una reformulación de la cual no es autor exclusivo Kautsky, pues Engels ya había dado los primeros pasos en esta dirección, en el Anti-Düring (1876-1878), antes incluso de la muerte de Marx. Más adelante, Engels apoyó el redactado del Programa de Erfurt, elaborado por Kautsky para el SPD, e incluso en consonancia con Bernstein, otro discípulo directo de Marx y Engels (Lichtheim, 309). La versión kautskyana del marxismo no es lo que se refleja en el Manifiesto comunista (1848), ni en el leninismo, por ejemplo. Kautsky nunca identificó marxismo y comunismo. Entendía que la democratización del socialismo no implicaba la pérdida del sentido revolucionario. Para él, ya era revolucionaria la consecución del poder y la posibilidad de cambiar las estructuras sociales por la vía de la legalidad democrática.
FUENTES
Favre, P. & M., Los marxistas después de Marx. Barcelona, A. Redondo editor, 1970.
Lichtheim, G., El marxismo. Un estudio histórico y crítico. Barcelona, Anagrama, 1971.
Souyri, P., El marxismo después de Marx. Barcelona, Península, 1975.