Karl y Anna - Leonhard Frank

Publicado el 18 enero 2019 por Elpajaroverde
¿Conocéis esa sensación de leer la primera frase de un libro escrito por un escritor hasta entonces desconocido y quedarse anclado a ella? No, anclado no, más bien suspendido, sin querer abandonarla del todo pero anhelando ya dejarnos descolgar hacia la siguiente. Y no es en este caso que nos ocupa una de esas frases que nos golpea (habrá, sí, de estas, después; muchas que guardar y atesorar); es más bien su solidez, una especie de ensamblaje invisible a los ojos pero perceptible por la inconsciencia, el pálpito de que estamos ante un escritor consumado, de esos que hacen lo difícil sencillo y que mantienen la excelencia en todo lo que tocan. Sus frases nos llevan, como ese tren de otra frase con la que empezará un capítulo posterior, «un largo tren -tan largo que desde una estación se veía aún el último vagón cuando la locomotora había alcanzado ya la estación siguiente-» que «avanzaba lenta y trabajosamente, como un carro que se abre paso por las calles de la ciudad después de una fuerte nevada».
En ese tren viajan hombres de regreso a sus casas. «Aquellos hombres que volvían no poseían nada. Nada más que su nostalgia». Y esa es, precisamente, la única posesión de Karl, un hombre que aunque no viaja en ese tren tiene por meta un hogar que nunca ha pisado y cuya nostalgia responde al nombre de una mujer que nunca ha visto: Anna; pues también se puede sentir nostalgia por lo que no se ha tenido.
A Anna Karl nunca la ha visto con los ojos de ver pero la ha mirado con los ojos de imaginar, la ha sentido en su piel, la ha albergado en sus pensamientos. Conoce cómo son sus ojos, su pelo, en qué lugar de su cuerpo se alojan sus tres lunares; sabe de sus ademanes, rutinas, de sus comportamientos íntimos. Anna lleva cuatro años filtrándose por los poros de su piel hasta invadirlo por completo y vencer una resistencia que ya estaba corroída por la soledad. No, por los poros de la piel, no; más bien se ha filtrado por sus oídos, por aquellos por los que han entrado día tras día las palabras de Richard consiguiendo así que Karl conociese ya a Anna mejor que el propio Richard y que llegase a un punto en el que «Anna llenaba todo su ser. Había llegado a constituir en su imaginación la patria natal que todo ser busca cerca de otro. La amaba».
Richard es el marido de Anna y es compañero de Karl. Juntos trabajan en un campo de prisioneros siberiano durante la Primera Guerra Mundial. Richard le habla a Karl de Anna hora tras hora para matar el tiempo. Se pregunta también cómo será el reencuentro con su esposa. Será Karl, sin embargo, el primero en responder a esa pregunta. El azar hará que los dos hombres se separen y Karl tendrá la oportunidad de huir hacia Alemania y plantarse en la casa en la que vive Anna, que fuera también la de Richard.
El parecido físico entre ambos hombres es indiscutible pero, por mucho que Karl afirme ser el marido ausente, Anna no ve ante sí más que a un desconocido. Y, sin embargo, qué poco importan las palabras transmisoras de mentira cuando los sentimientos son sinceros y se actúa de acuerdo a ellos; cuántas veces un recién llegado nos ve y descubre mejor que aquellos que conviven día a día con nosotros. Anna, aun con reservas, alojará a Karl en su casa, y con el tiempo constatará que «Karl, con sus palabras, su mirada y su tono, había alcanzado en ella regiones que hasta entonces habían permanecido como en barbecho. Desde la noche anterior tenía la sensación de llevar aún dentro de sí grandes espacios inexplorados» y se dará cuenta de que aquel primer día «la mentira se hizo en él verdad cuando añadió: «Eres mi mujer»», pues «el fátum del amor, que entre millares de seres elige a uno solo, la había elegido. Ley absoluta cuyo origen permanece inescrutable; que es independiente de las circunstancias exteriores, del aspecto, el carácter y las cualidades personales del otro; que es o no es; pesada como el plomo e ingrávida como un aroma; más pequeña que un átomo y tan grande como el mundo; capaz de elevar al hombre a una suprema felicidad y de hundirlo en el dolor hasta hacerle envidiar a una rata. El misterio impenetrable se había abierto en ella».El mismo misterio que explica por qué Anna, que hacía tiempo que daba a Richard por muerto, seguía sola aun viviendo en una vecindad en la que «elige una a un hombre porque el marido falta o no está ya aquí. Es algo que está pasando todos los días», mientras que, ahora, que sabe por Karl que Richard sigue con vida, es a Karl a quien se siente inclinada a elegir.
Leonhard Frank, rescatado por Errata naturae con esta y otra obra (ojalá (por favor) se reedite más de él), cumple con creces los presentimientos que me invadieron con solo leer la primera frase de esta novela. Su prosa es exquisita, hermosa, no le sobra ni le falta nada. Nos lleva por donde quiere sin que acusemos el movimiento pues nos mece como con el traqueteo de ese tren del que os hablaba al principio pero que en este caso no es largo sino breve y conciso, como es condición inexcusable de toda joyita literaria. Y a través de los raíles que son los renglones cubiertos de letras de sus páginas nos adentra en una de las historias más bellas y sencillas que he leído en mi vida, esa sencillez que queda cuando se disecciona con pluma maestra un sentimiento tan complejo y contradictorio como es el amor, «pues no hay nada en el mundo tan cruel como el amor, en el que la máxima entrega, llevada hasta el más absoluto olvido de uno mismo, se da junto al más mortal egoísmo».
Karl y Anna fue mi penúltima lectura del pasado 2018 y se coló, inesperadamente, no solo en el cómputo de mis mejores lecturas del año sino de mi vida. Karl y Anna, qué otro título podía tener esta obrita maestra. Karl y Anna, dos personajes para mí indisolubles e inolvidables. Karl y Anna, que «hablaban poco. No tenían el don de la palabra. Poseían la pulsación grave y plena de la vida, el andar rítmico, el rostro luminoso. Eran ricos».

British soldiers arriving in a village, during Wold War I. Fotografía de la National Libray of Scotlad.


Ficha del libro:
Título: Karl y Anna
Autor: Leonhard Frank
Traductora: Elena Sánchez Zwickel
Editorial: Errata naturae
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 112
ISBN: 978-84-15217-42-8
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