Más de cien fuentes termales, de las que una docena se utilizan como efectos curativos sobre el metabolismo, otorgan a esta elegante localidad el título de “ciudad balneario de la República Checa”.
A poco más de cien kilómetros de la capital, Praga, y localizada en un hermoso valle siempre verde en el que confluyen dos ríos, el Ohre y el Tepla, Karlovy Vary viste de forma elegante gracias a sus edificios y mansiones de arquitectura neoclásica y modernista. La ciudad, ya conocida desde hace más de dos siglos por su afamado licor de hierbas Becherovka o por su popular agua mineral Karlosvaská kyselka, así como por la producción de cristal y porcelana, lo es mucho más por ser el balneario más importante de toda la República Checa fundado allá por 1.350.
Visitar Karlovy Vary se puede hacer plácidamente en un recorrido a pie por cualquiera de las riberas del cauce del río Tepla, cuyo significado es “caliente”, atravesando de un lado a otro por pequeños puentes de hierro. El hermoso Parque de Devorak nos da la bienvenida con sus cuidados jardines. Allí nos encontraremos con una de las primeras columnatas y con las primeras fuentes de aguas medicinales. A la Columnata del Parque le sigue la de El Molino y más adelante, en una calle peatonal, la Columnata del Mercado.
Desde la Torre de Diana se divisan las torres de la iglesia ortodoxa dedicada a San Pedro y San Pablo. Para mí la más bella de la ciudad con sus techos y cúpulas de azul y oro. En su interior podemos apreciar diversos iconos, algunos de ellos regalados por el zar Nicolás II.
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