La protagonista de Titanic ganó el pasaporte a la fama por haber sido la estrella de la que fuera película más taquillera de la historia, hasta que perdió tal condición por otro film del mismo Sr. Cameron, lo que no deja de ser curioso. Era entonces, una niña, que evolucionó favorablemente, como actriz y de aspecto, pues nada tiene que ver la joven de la imagen central con el aspecto más estilizado y glamuroso de las que se recogen a ambos lados. Declaró, en fechas recientes, su firme propósito de no pasar nunca por el quirófano, promoviendo una asociación a la que se adhirieron otras notables actrices británicas, poco dispuestas a dejar que la cirugía modifique el paso del tiempo o las curvas más o menos generosas que la edad o la alimentación vayan cambiando. Los modelos de los jóvenes pasaron, las más de las veces, por el quirófano o el “Photoshop”, y eso es malo. La elegancia debería surgir desde la naturalidad, y la Sra. Winslet, muy británica ella, está dispuesta a seguir sus principios con la flema propia de su idiosincrasia. Va por ella.