Kátharsis, purificación (1ª parte)

Publicado el 28 enero 2014 por Manuel Somavilla
Xacobeo'93

Introcucción:Catarsis(del griegoκάθαρσις kátharsis, purificación) es una palabra descrita en la definición de tragediaen la Poética de Aristóteles como purificación emocional, corporal, mental y espiritual. Mediante la experiencia de la compasión y el miedo (eleosy phobos), los espectadores de la tragedia experimentarían la purificación del alma de esas pasionesSegún Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragediade redimir (o "purificar") al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido e inevitable de éstas; pero sin experimentar dicho castigo él mismo. Al involucrarse en la trama, la audiencia puede experimentar dichas pasiones junto con los personajes, pero sin temor a sufrir sus verdaderos efectos. De modo que, después de presenciar la obra teatral, se entenderá mejor a sí mismo, y no repetirá la cadena de decisiones que llevaron a los personajes a su fatídico final.En las tragediasclásicas, el motivo principal del infortunio es casi siempre la hybris, o el orgullo desmedido que hace a los mortales creerse superiores a los dioses, o que no los necesitan ni les deben honores. Dicha hybris es considerada como el más grave de los defectos, y la causa fundamental de todos los infortunios. De este modo la tragediatambién alecciona y enseña al espectador respecto a los valores de la religión clásica. La catarsis es, pues, el medio por el cual los espectadores pueden evitar caer en la hybrisEn el psicoanálisisJosef Breuer y Sigmund Freud, iniciadores del psicoanálisis, retomaron este concepto en sus primeros trabajos, y denominaron método catártic  a la expresión o remembranza de una emocióno recuerdo reprimido durante el tratamiento, lo que generaría un "desbloqueo" súbito de dicha emoción o recuerdo, pero con un impacto duradero (y le permitiría luego al paciente, por ejemplo, entender mejor dicha emoción o evento o incluso hablar ampliamente sobre ello).

Fuente: wikipedia
PRÓLOGO
  Este libro, basado en hechos reales, narra de forma amena y utilizando siempre un tono jocoso, eso se ha intentado, las vivencias de un minusválido que pasó a ser por jugarretas del destino un peregrino más en el Camino.En la mañana del día 5 de agosto, mientras desayunaba en el bar del camping de Urrobi (Roncesvalles-Navarra), empezó a pensar en todos los momentos de la noche anterior y, al transcribirlos mentalmente en las páginas de un libro, se dio cuenta de que era la ocasión de completar su paso por la vida escribiendo un libro, pues suelen decir que antes de morir hay que dejar hechas 3 cosas: concebir un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Así que noche tras noche y ayudado por mis compañeros de ruta, se afanó en tomar apuntes de las escenas clave de la jornada en el sufrido bloc -sostén de sus aventura- que día tras día, chorizo tras chorizo y chocolate a chocolate, se fue transformando en un mugriento amasijo de de hojas, adornado por los sutiles trazos de un bolígrafo.
OTROS CAMINOS...
El Camino de Santiago en Valderredible
  Se supone, sin rigor histórico, que por el curso del Ebro -a su paso por el valle de Valderredible-, pasó uno de los ramales del Camino de Santiago. Se hace esta afirmación, no por capricho, no por capricho, sino por razones serias y convincentes:
  La más importante y esclarecedora de este hecho es que en el valle de Valderredible hay muchas huellas de la peregrinación_ iglesias repletas de arte románico, especialmente la Colegiata de San Martín de Elines, y las iglesias románicas de Quintanilla de Rucandio, Cejancas, Montecillo, Sobrepenilla, Villanueva de la Nía, Castrillo de Valdelomar, San Martín de Valdelomar y San Andrés de Valdelomar.
  Volviendo a la Colegiata de San Martín de Elines, antiguo monasterio Benedictino, tiene en su claustro un hermoso enterramiento que por sus relieves de espada y concha se denomina Sepulcro del Caballero Peregrino.  Éste, entre otros motivos, es un gran testimonio de cómo por Valderredible atravesaba uno de los Caminos de Santiago.  La torre singular, pues es redonda, tiene dos características muy a tener en cuenta en relación al Camino de Santiago. Es muy alta, de lo que se deduce que servía de VIGÍA, y que presenta dos saeteras como defensa cuando se producían incursiones sarracenas.Otra de las características, no ya de la Colegiata si no de su entorno, son las casonas que sin duda alguna sirvieron de hospederías y hospitales de los peregrinos.
  Asimismo, también podemos pensar que por el curso del Ebro, en determinadas circunstancias, los peregrinos venían más protegidos.
1993

Mi Peregrinación: CatarsisAño 1º
  Hacía meses que te rondaba la cabeza la idea de perpetrar una huida hacia delante, ya sé que no por alguna esotérica creencia en la parafernalia católica, sino para hacer ver que de minusválido a inútil va un trecho. Necesitabas demostrar, ¡no sé a quién y difícil misión tras el accidente!, que no habías quedado hecho una piltrafa, y que aun te quedaban por hacer muchas cosas además de trabajar, exceptuando las no recomendadas en tu condición de IPT, y que aun tenías arrestos para eso y mucho más.                                         
 Pero los días pasan y cada vez más agobiado por sus propios pensamientos y lo que supones que los demás piensan de ti, ¡olvida tanto complejo!, no dejas de darle vueltas, con la malsana intención de herir tu orgullo y sensibilidad, a si serás o no capaz, no solo de terminar la ruta Compostelana, sino de comenzarla, hecho histórico para ti.
  Recuerdo algunas de las veces, cuando coincidías con tus amigos del alma, ¡todas para ser más exacto!, y sin venir a cuento, ponías sobre la mesa el tema de la ruta Jacobea, esperando de ellos la definitiva y tajante respuesta afirmativa que te habría de llenar de gozo.Era la desconfianza en mis propias fuerzas, lo que motivaba que sutilmente y sin pedirlo expresamente -tu orgullo nunca te ha dejado pedir sopitas a nadie y, para acometer esa difícil empresa, supuestamente las necesitaba, aunque más tarde, para asombro de propios y extraños demostraría que no-, intentases de todas las formas posibles, chantajes lúdicos incluidos, atraer a tus colegas a tu maravillosa aventura.
  ¡Pero que te quiten lo 'bailao'!;en los fines de semana que coincidías con tus amigos en en el valle de Valderredible (Cantabria) -cuna de vuestras familias y antepasados-, 2 o 3 jarras de cerveza en los bancos de LA PRESA,un par de cañas mientras jugabais un billar en EL HOSTAL,3 o 4 botellines en CASA DEMETRIO y, poniendo punto y final a la intoxicación etílica, los 4 o 5 definitivos botellines de LA OLMA, eran suficientes para que atiborrados de cerveza hasta las orejas, os conjuraseis y prometieseis, además del oro y el moro, hacer el Camino de Santiago en mountain-bike.
   Tú, amigo mio, que acaso como los boxeadores estuvieras un poco 'sonao', y quizá fue ese el detonante de tu divorcio, desde que sufriste aquél KO.tico accidente de tráfico un 12 de diciembre del 1988, ¡recibiste el gordo de navidad -45 días en coma y 3 años de rehabilitación, pero eso es otra historia- 10 días antes de celebrarse el sorteo!, te decidiste, o ¿quizá te forzaron?, a hacer el Camino, como le llaman los peregrinos cariñosamente, tu solo, sin amigos y sin nadie, en completa soledad, por aquello de reencontrarte a ti mismo.
  Y con un par de arrestos, necesarios de todo punto por la situación física y psíquica en que te encontrabas, resuelves hacer algo de lo que todavía no te ha llegado el momento del arrepentimiento.¡Ni te llegará, compañero!.
 En Bilbao, Canales, Deustoexactamente, compraste exprimiendo tu VISA, usurera prestamista, cosas que creíste estrictamente necesarias. Fueron pocas herramientas y muy pocos repuestos, apenas lo justo y esencial. Los intereses de la avara no animaban a mayores dispendios.
  La última vez que conversaste con tus amigos del alma, días antes antes de partir, acordasteis que, puesto que tu peregrinación comenzaría en Roncesvalles -aunque no lo sabías a ciencia cierta no te pareció mal coronarte con un halo de aventurero-y ellos no tendrían tiempo material -eso supuse que se lo dirían a todas-, al llegar a Burgos, ¡si es qué llegaba!, telefonearías a Bilbao para que se reuniesen contigo. Como más tarde narraré y sabiamente dicen los más ancianos del lugar, "las palabras se las lleva el viento...", "...sobre todo si se dicen con unas cervezas de más".
A partir de aquí entro de lleno en EL CAMINO DE SANTIAGO, el camino por excelencia.
3 AGOSTO de 1993
  El día 3 de Agosto, con todo lo necesario comprado me decidí y, radiante y orgulloso, -lo había pregonado a los 4 vientos y no podía echarme atrás, ¡qué dirían de mi!-, me desplacé en mi coche particular hasta Ruerrero, pueblo del valle de Valderredible, lugar en dónde me esperaba mi brava e inseparable compañera de viaje.
 Cuando llegué, como ya tenía pensado a que dedicar esa tarde-noche, comencé con los preparativos del apostólico viaje.
  Esa mañana antes de emprender viaje había comprado en Baliak, menuda propaganda, algo de comida (frutas, pastas y chocolate) y frutos secos para la ruta, como me habían recomendado mis colegas, qué, ¡cómo son, y yo dudando de su buena voluntad!.
  A las 14 horas ya estaba en Ruerrero dedicándome a lo que verdaderamente me gusta, "barrear", ir de barra en barra -la del bar se entiende-, explicando, para que la gente se enterase, mi vida, mis milagros y los planes inmediatos que tenía.
  En el bar de la Puri, homónimo de la propietaria, me encontré con una amarga sorpresa que después se agriaría aun más. Estaba consumiendo unos botellines, como es normal en mi, y conversando con los aldeanos presentes cuando, de repente, Facundo el Relojero se ofreció, insistiendo acaloradamente, para llevarme hasta Burgos. Alegría, temor. Miedo, terror. Todo era uno!.  Pero pensaste que no tenías mucho que perder.
-Muchas gracias Facundo -le contestaste-, no tienes porqué molestarte. (Pero yo sé que interiormente rezabas porque se echase atrás).
-Si no es molestia -dijo-, voy a ir a ver a mi familia a un pueblo a las afueras de Burgos.
El único problema -creíste que sería el único-, sería llevar la bicicleta.
-Yo tengo una baca -dijiste mordiéndote la lengua-, si hace falta la llevamos.

-No es necesaria -dijo Facundo-, a las 6 de la tarde te espero en casa.

  Subiste a casa y cargaste en tu bicicleta los complementos que habías comprado en Bilbao: la parrillas, las alforjas, la bolsa de herramientas, el triángulo para llevarla al hombro, el saco de dormir, la esterilla y la mochila. La habías preparado de cine, digna del mejor turista inglés, aunque en mi caso más honor haría si dijese que se asimilaba al Rucio de Sancho Panza en El Quijote,y no sólo por el equipamiento de las alforjas y demás, sino también por su jinete.
  Vacilante e inseguro tu deambular, extraño sobre una bicicleta que se iba para todos los lados, recorriste cuesta abajo los escasos 200 metros que separaban tu casa de la del Relojero en la tuneada mountain bike que ahora parecía el carro de un chatarrero. Mientras me acercaba a la relojería del improvisado e intranquilizador taxista, el vértigo se apoderaba de mi estómago y los canguelos se apoderaban de mis piernas. Como se estaba echando la siesta le di una voz, ¡FACUUUUUUNDO!,y al minuto, con cara somnolienta y júbilo infantil, se precipitó escaleras abajo, se notaba que ansiaba comenzar el sacrificio.
  Después de quitar todos los bultos y desmontar la rueda delantera, como él me indicó, trincó la bicicleta como un cargador de muelle y, con peligro de joder la tapicería del 131, lanzó la bicicleta sobre el asiento trasero, mascullando a la vez una onomatopeya que debía significar, al menos eso me pareció entender, ¡vámonos amigo!. Con todo preparado partimos hacia Burgos. Facundo, del que solíamos 'hacer risas'por la forma de conducir, me había vuelto a engañar. La travesía Ruerreo a Escalada, que pensaste iba a ser lo peor por lo estrecho y virado de la carretera, se vio peligrosamente superada en los primeros metros de la general Santander-Burgos, hecho que me abriría los ojos a futuras predicciones. El primer tramo fue tal y como lo esperaba, ¡a peo burra!, que decía tu compañero del instituto en los años de feliz estudiante. -Bueno, me consolaba yo, ¡aunque tarde llegaremos!
  Después de San Martín de Elines, dónde se detuvo a saludar a su hijo José, tomar un vinito y, de paso, mostrarle una presunta ofrenda de sacrificio, comenzó el "Reality Show". Aunque hasta Escalada las curvas son muchas, casi infinitas diría yo, estas se quintuplicaban por las que hacía estimado amigo y taxista. Curva que a su libre albedrío hacía, escusa del bache que ponía. -¡Vaya bache, eh!, -decía pleno de felicidad.
  En fin y al fin, tanto miedo, tantas cagalerasde la muerte y ya estábamos en Escalada.¿Tiempo?, una hora había tardado el émulo de Alain Prost.¿Velocidad?, una media, calculo yo a groso modo, de unos 25 km/h.Y, ¿para qué más?
  Ahora, ya en la general, creíste que aceleraría hasta activar el turbo del 131, pero...¡qué va!, debía de haberse gripado algún cilindro, ahora la velocidad era de 15 o 20 km/h. Poco más tarde comprendería sobresaltado la causa de su velocidad diabólica.  ¡Qué se le iba a hacer, encima de que me lleva, no le puedo exigir más!

-Pero ¡¡¡qué haces!!!, pensé en silencio con la última neurona de mi cerebro, las demás habían fenecido presas del pánico.

  En aquellos angustiosos momentos recordaba a mi amigo del alma por excelencia, recitando un estribillo que usábamos en el Chiringuito, un bar de copas que en el verano del año 1996, época de felices casados, abrimos en Ruijas.
EXTRAÑO CASO: Mueren en trágico accidente de tráfico un relojero mayor y un joven. Al parecer, y según a podido saber nuestro enviado especial, el conductor, Facundo el relojero, se había ofrecido a Manuel Ángel Postigo Somavilla, Manu, Ankel -Manuel Ankel te decía tu hermana- o el Lero -la familia Tamayo de Ruerrero te bautizó así por pronunciar lero en vez de sombrero-, para llevarle hasta Burgos, capital castellana dónde este último tenía previsto comenzar la peregrinación compostelana. En la cara del joven fallecido se han podido observar muecas inequívocas de terror y martirio. ¿Estaría preparándose para el trance del Camino de Santiago?. De nuestro enviado espacial Fulgencio Carnicero.
-El 131 iba rápido, muy rápido, a 25 km/h.-Delante de él una minúscula furgoneta Pegaso circulaba más rápido todavía, ¡jugándose el tipo!, a 35 km/h.-Línea continua.-Facundo quiere demostrarte su coche potente.-Curva a la siniestra, nunca mejor dicho, para comenzar la cuesta que conduce hasta el Páramo de Masa.-En ese momento cierro los ojos. Me niego a presenciar la causa de mi muerte, y pienso... -ya leeré la leeré en la esquela de mi tumba por toda la eternidad.-Facundo, que refleja en su cara la velocidad de un bólido -de reojo le vi-, pisa un poco más el acelerador.-La velocidad aumenta por momentos, 25..27..29.......35...-¡Bien!, ya estamos a su altura, ¡¿y ahora, qué?!...-En ese comprometido momento, y con los ojos llorosos, supliqué a todos los santos que pusieran su liviano peso encima del pie de Facundo.-Pero, cuanta es mi sorpresa cuando, con la potencia y decisión de Prost -no me quedaba duda, era ÉL en persona-, su gran pie se abalanza sobre el acelerador.-El tiempo se eternizaba, 1 minuto, 2 minutos, 3 minutos,..-En eso, el conductor de la furgoneta Pegaso, al ver que el obús que viene de frente se nos echa encima, retira el pie del acelerador y, ..., ¡por fin!-Haciendo un quiebro mágico y magnífico se coloca ÉL -su compenetración con el coche era pura ciencia ficción- delante de la Pegaso.
  En ese preciso instante, me pregunté,...¿seguirá mi preparación para el camino?
  Poco a poco iba deshaciéndose el mito. No te quedaba ninguna duda, sí, como decía la mitología popular, Facundo había sacado su carné en una tómbola.Los sustos y sudores se revelaban para sacudir lo más íntimo de mi alma, mientras incansables...¿conseguirá siquiera empezar el camino de Santiago?, ¿será esta la penitencia que hemos de sufrir todos los aspirantes? Y el martirio junto con el mal rato pasó, sin lugar a ninguna duda al buen oficio de Santiago.
  Incesantemente y deseando abandonar el coche, preguntaba si quedaba mucha distancia al pueblo al que íbamos, y él, como un reloj de CU-CU, repetía la misma canción...
-Detrás de aquella montaña, ¡cucu-aña!, y en cuanto pasemos la curva siguiente, ¡cucu-ente!, el pueblo de Ubierna se allá, ¡cucu-alla!.
  Aunque la primera vez lo creí, necesitaba imperiosamente creerlo, y he de reconocer que me dio muchos ánimos, la segunda, tercera, cuarta y subsiguientes veces, únicamente lograron hacer brotar en mi la ansiedad de aquél que espera el veredicto del jurado.
  Al divisar el pueblo en el horizonte, me cercioré de que cada órgano continuaba en su sitio. En cuanto aparcó y me disponía a sacar la mutilada bike, yo con cagalera y ella también, Facundo se acercó y me condujo, casi a rastras, a un almacén cercano en el que sus cuñados me obligaron, casi a nariz tapada, a tomar un vino avinagrado que tomé como si me estuviesen regalando alguna de las 6, 7 u 8 ambrosías celestiales. ¿Sería ésta la última penitencia antes de empezar a penar en ruta?
  Tras libar el "rico néctar" y harto de esperar, ya eran las 8 de la tarde, me despedí de toda la familia...
-¡eh, espera!, acabamos de tomar el vino y nos vamos -dijo Facundo-.-No Facundo, no hace falta -respondí medio beodo y temeroso-, solo quedan 25 km.-Pero hombre, ¿como te vas a ir si ya está anocheciendo?
  Era mi sino, tenía que alcanzar Burgos en brazos de Facundo el relojero peligroso, sobrenombre éste con el que había premiado su gran valía y pericia al volante.
  Al fin y al cabo, ¡tampoco fue para tanto!  Pasados 20 km., al llegar a un almacén en el límite de la capital del Cid, lugar en dónde empieza una apetitosa bajada, se detuvo. ¡Por fin!, No me lo creía. Llegados hasta el punto dónde daría mi último adiós a mi amado y nunca bien ponderado taxista, todo el trayecto, con sustos, congojas y súplicas al supremo incluidas, parecía haberse pasado en un abrir y cerrar de ojos, en un mal sueño.
  En la lontananza, bajo mis pies, se divisaba Burgos, al final del largo descenso por dónde discurre la N-623 Santander-Burgos. Ya en la ciudad, y después de dar alguna vuelta que otra, pregunté por el albergue para peregrinos, dudando de que me acogiesen sin haber iniciado el Camino y sin tener la Credencial del Peregrino. En las cercanías de la Catedral de Burgos me indicaron como llegar hasta el Parral, el ansiado albergue.
  Especie de vieja fortaleza a modo de murallas del Burgos medieval, disponía en su interior de varios barracones de madera alrededor de un gran patio central atestado de bicicletas, la mayoría de montaña, y mucha gente con pinta de peregrinos. La boca se me hacía agua añorando el día en que pudiera formar parte de aquél extraño clan, aunque, a decir verdad, yo ya me sentía partícipe de sus inquietudes.
  En un lado del patio había una mesa a modo de recepción con una chica detrás de ella. La recepcionista, que me recibió con la aburrida cara de haber estado recibiendo peregrinos y repitiendo la misma cantinela, me hizo una pregunta impactante. Me preguntó, ni más ni menos, si iba a hacer el Camino de Santiago. La pregunta era obvia, -bicicleta en ristre, culote, casco, gafas, deportivas, guantes, estiribeles por doquier, sin afeitar y apariencia de mendigo-, sólo un ciego no se hubiese dado cuenta del disfraz. ¡Dónde está la cámara! -pensé.
  Me solicitó la credencial y comprendí.
-Bueno, es que yo en realidad acabo de llegar y no tengo credencial. Mañana saldré para Roncesvalles para iniciar el camino.-Está bien, en ese caso...
  Me dijo que habían llegado muchos peregrinos y que los barracones estaban llenos. Alzaste las manos a la cabeza, como si te hubiesen anunciado el fin del mundo, desesperado, y dijiste...
-¡Por favor señorita!, acoged a este peregrino, duermo en cualquier rincón.
  Ella me miró con cara de Carmelita Descalza, casi con compasión, me dijo que no era necesario, que habían habilitado el Polideportivo Municipal como albergue provisional y, que en cuanto acabasen de hacer deporte, podríamos entrar y acomodarnos. Éste se encontraba frente a las murallas, al otro lado de la carretera que une Burgos con Valladolid.
  Te dirigiste como pudiste hasta allí, estabas agotado y eso que sólo habías recorrido unos 10 km. ¡qué sería de ti en plena ruta!, y en la entrada aguardaba una multitud de jóvenes y no tan jóvenes, venidos de todas las partes de España y del extranjero, que sin parecer peregrinos, no llevaban una etiqueta, lo debían ser ya que llevaban mountain bikes con tantos aparejos como yo. Si a eso le añadimos la época y el año que era pues casi seguro que lo eran.
  Una pareja de jóvenes gaditanos, ella de muy buen ver, esperaba en una de las entradas del pabellón. Recién llegados de Roncesvalles, montaban bikes último modelo, de esas de más de 1000 €, aunque dudo que tan bravas y alocadas como estaba resultando ser la mía, un buen día de 1990, recién estrenada, me desmontó en plan rodeo y me fracturó la columna vertebral.
  Lo que te contaron del recorrido hasta Burgos hizo que se encendiese la bestia imparable que llevas dentro. Fue el acicate que necesitabas y que, finalmente, te ayudaría a cumplir la promesa.
-Decidido, mañana rumbo a Roncesvalles...-pensaste, y aunque no sabías muy bien como hacerlo, haciendo gala de tu osadía, te lanzaste en busca de aventura. -Ya buscarías el modo.
 Entrasteis en el polideportivo y, cuando hubimos reservado un buen lugar, extendido las esterillas y colocado los sacos encima, sacaste el champú, la toalla y el peine y te dirigiste hacia las duchas. Te pareció escuchar gente y te dio igual, aun se estaban duchando los deportistas y te invitaron, de muy mala leche, supongo que sería el equipo perdedor, a que me fuese... -¡CHICOOOO!, estas o son las duchas para los peregrinos.Pacientemente regresaste de nuevo a la pista.   Esperé un tiempo prudencial, y volviendo sobre mis pasos, me lancé en su interior.   Al regresar a la pisa después del baño, viendo que lo demás salían a cenar, yo tenía un hambre bárbara , tomé el mismo camino.
  Mi mirada peregrina recorrió parte de la ciudad contemplando un re-descubierto conjunto artístico-monumental que ofrece la capital castellana y, después de comer un buen bocata en alguno de los bares cercanos a la penosa catedral, volví al albergue.
  Los focos de la pista deportiva no se apagaron hasta las 11 de la noche, pero la gente, deseosos de dormir después de la dura jornada, se fue quedando dormida. Aquella noche, primera que dormía en el suelo -no, no es duerma en brazos de mis tocayos los ángeles-, me costó conciliar el sueño, en parte por mi espalda, en parte por los ruidos de cremalleras que procedían del lugar dónde se colocó la pareja gaditana, a escasos 5 metros de mi. En el silencio del pabellón se oyeron infinitos ruidos, ronquidos, respiraciones entrecortadas, susurros, corrimientos de cremalleras y otros de apariencia ultrajante y sucia que transportan mi mente a Sodoma y Gomorra y otros lugares propios del Kamasutra.
4 AGOSTO de 1993
  Con los ojos abiertos a las 7 de la mañana, cuando algunos peregrinos ya habían emprendido su marcha, otros, los peregrinos dormilones, seguían retozando al calor de sus ventosidades reas del saco. Lanzaste una mirada a lo largo y ancho del polideportivo. Te llamó la atención la cara de no haber roto un plato que tenían todos. Caras somnolientas, bocas abiertas, pero ningún lascivo gesto o mueca que denotara, supuestamente, la desenfrenada noche.
  Tu cuerpo estaba dolorido por la obligada postura sobre el duro y rígido suelo, y ahora, sin el corsé de piedra, al recuperar tu cifosis su curvatura, percibías toda la presión que ésta había sufrido. Saliste del saco y reconociste tu bike -todos los peregrinos ciclistas debéis tomar y casi siempre tomáis la debida precaución de guardar vuestro cilicio a pedales en el interior de los albergues, si es posible, para evitar las malas tentaciones de los amigos de lo ajeno. No faltaba nada, y casi hasta te pareció demasiado peso y bultos para subir por la rampa de acceso a la pista. Enseguida me dirigí a las duchas, pues temí que fuese la última que dispusiera de agua caliente y, acto seguido, después de colocar todo el lastre en la montura, me dispuse a realizar mi primer esfuerzo serio -después en ruta, debería de hacer alguno más- para sacarla de la pista en dónde habíamos dormido.
  Una vez fuera del recinto me dirigí a la estación de RENFE, a unos 500 metros. Me informaron que a Roncesvalles no había comunicación por tren pero que a las 10'30 de la mañana salía uno con destino a Miranda de Ebro, desde dónde a las 13'15 p.m. haría transbordo con otro tren que iba hasta Pamplona, el lugar más cercano. Para hacer tiempo mientras llegaba el tren, aun serían las 9 de la mañana, fui hasta un supermercado para comprar embutido y pan para hacer un bocadillo, refrescante fruta y unos frutos secos. ¡Estabas tranquilo, demasiado tranquilo!
  En taquilla, cuando pregunté si era posible llevar la bicicleta sin facturarla, si no debería esperar 1 o 2 días y no disponía de tiempo ni dinero, me contestaron que sí podía, siempre y cuando la llevaba conmigo en la entrada del vagón. También recalcaron que ellos no se hacían responsables de posibles accidentes. ¡Me iba a ahorrar un día y dinero!, importante en estos tiempos de crisis.  Ya, ya sé que la actual crisis que supuestamente estamos "dejando atrás", según Rajoy y otros acólitos, no empezaría hasta 15 años después, en el 2008, pero para un joven, divorciado y además pensionista siempre es tiempo de crisis, desde entonces hasta el día después de mañana.
  Diez minutos antes de la llegada del tren con destino a Miranda de Ebro regresé a la estación y, ante la nueva experiencia de tener que subir la bicicleta al tren, lo torpe que estoy, los cantidad de accesorios que llevo y el incierto acceso al vagón, me coloqué, como si de una competición se tratara, en la orilla del andén, presto a lanzarme hacia el frente en cuanto el maquinista dé la salida con la sirena que anuncia la llegada del tren.  Tenía todo preparado. Mi mountain bike, la mochila, el saco con la esterilla y las alforjas. Tres bultos y una bicicleta, pesada como un demonio, que decidirían si yo era del mismo Bilbao o de los alrededores. Claramente soy del mismo Bilbao, minusválido pero de Bilbao.
  En cuanto llegó el tren me lancé como un rayo y me coloqué en la entrada del vagón, como me habían dicho en la taquilla. Cuando al cabo de un rato pasó el 'pica', me vociferó... -¡¿Qué cojones hace la bicicleta aquí?!, tiene que ir en el vagón de las mercancías, ¡lechssse, que te pego! -con el puño en actitud amenazante. -¡¿Qué cree usted, que por ser un supuesto peregrino (como he dicho antes, no tenía Credencial), va a tener preferencias?. -No jefe, le dije como peregrino sumiso.
  Fue la primera vez que sentí la presencia de Santiago, pues, rápidamente, como si un espíritu estuviese soplándome la respuesta en la oreja, vinieron a mi las historias del "Pobre peregrino" -basada en un poema de Edgar Allan Poe, que tiene como tema principal la impotencia de un peregrino renacentista incapaz de lograr que algo le salga bien-, y esa otra titulada "Me dijeron en Taquilla" , las cuales le conté con la esperanza de que se compadeciese de mi. Asombrado y ante mi escepticismo, me dejó continuar hasta Miranda. ¡Todos los Santos no, pero Santiago por lo menos sí!
  Llegamos a Miranda y, como había que esperar un rato, entré en el bar de la estación a tomar 1 cerveza. Cuando a las 12 llegó el tren con destino a Pamplona, realicé la misma operación, esta vez con más pericia, y me coloqué en la entrada del vagón, tal y como me había ordenado mi amigo el 'pica'. Igual que antes voy completamente solo y la bicicleta va bien aferrada a la barra en la que nos sujetamos los pasajeros como si la vida nos fuese en ello.  Al oír llegar al nuevo revisor, vuelvo a confiar en que Santiago me va a librar de todo mal utilizando mis típicas y recurrentes historias del "Pobre Peregrino" y esa de "Me dijeron en taquilla", pero este picador sin sensibilidad peregrina, me increpa y casi hasta me agrede por mi modo de llevar la bicicleta. Todo quedó en un mal recuerdo. ¡Santiago el de Compostela, me volvía a ayudar!
  A las 13'15, hora peninsular,12'15 en el archipiélago canario, el tren llegó a Pamplona. Descendí del vagón con todos los paquetes, que por cierto hacía rato que empezaban a cansarme y me informé de la forma de llegar a la estación de autobuses en dónde, según un antiguo compañero de trabajo, podría coger el autobús que todos los días sube a Roncesvalles cargado de peregrinos y bicicletas.
-Majico, está al otro lado de la ciudad. Ten cuidado no te vaya a atropellar un coche.
  En la estación de autobuses, después de recorrer media ciudad contemplando lugares, hoteles, restaurantes, bares y comercios que conocía laboralmente, y los otros, sanatorios y hospitales, me llevé uno de los muchos reveses que me daría el viaje, pero que finalmente subsanaría Santiago. Una vez en el garaje de la compañía de buses, los peregrinos ciclistas -el culote y la camiseta que vestían y el casco y las alforjas que portaban, les delataban-, esperaban la llegada de su autobús sin bicicletas. Al acercarme me dijeron que qué hacía allí con bicicleta si ya debía de estar camino de Roncesvalles. Se empezaban a torcer las cosas y ni siquiera había comenzado el Camino.
  Visto el panorama, con tiempo bueno y horas de luz, "me lié la manta a la cabeza" y, sin pensarlo 2 veces, comencé a pedalear, con la ayuda del apóstol, hacia la primera meta, Roncesvalles, para conseguir la famosa "Credencial del Peregrino".  Por delante tendría 50 kilómetros, 3 puertos de mucha dureza -en mi ignorancia creí que los más duros del Camino-, y unas 3 horas de pedaleo constante. Eran las 16'00 horas, por lo que estimaba que a las 19::00 horas, 7 de la tarde me estarían haciendo la Credencial del Peregrino. Pero a estas alturas del viaje y de la vida, creer y saber no sirve de mucho.  Carretera arriba, piano piano, para no agotarme el primer día, entré en el pueblo de Echálaz a llenar mi cantimplora de agua fresca. El siguiente pueblo que alcancé fue Larrasoaña.       Debían ser las 8'45 de la tarde por lo menos, y cuando desmonté de la bici lo hice en un lamentable estado y con las piernas rasgadas por los pedales, ya que había tenido que arrastrar la pesada bicicleta y su carga para poder superar el puerto de Arre. La plaza del pueblo, con un kiosko en el centro, estaba atestada de chiquillos que jugaban mientras, con cara de asombro, contemplaban cómo e acercaba el peregrino herido.  Antes de que la en Cruz Roja me curasen el montón de heridas que las piernas mostraban como trofeos de guerra, comí el bocadillo con la fruta, parte de lo que había comprado en Burgos, y bebí una cerveza en el cercano bar. Recuperado, compuesto y después de causar asombro a los aldeanos que allí estaban, más que nada por mi parecido con Indurain -¿será el hermano secreto de Miguelón y Pruden? debían preguntarse-, ingresé otra vez en la carretera que me llevaría hasta Roncesvalles.  Ya se estaba haciendo de noche y unos pequeños escalofríos, mezcla de temor y euforia -temor del que no sabe en qué lugar va a dormir y la euforia del que está logrando alcanzar una meta impensable para muchos de los llamados válidos-, volvían a sacudirme el cuerpo. Mientras avanzaba, con parte de la mente puesta en Roncesvalles y la Credencial de Peregrino, como si fuera un cuento, recordé un tiempo no muy lejano, en que me tomaba a cachondeo y chufla a todos los peregrinos, incluidos los de Santiago, los de Fátima o los de la Conchinchina, por mi estúpida creencia en que el motivo no podía ser otro que no fuera el religioso.   Al recapacitar sobre ello se dio cuenta de que no solo de religión vive el ser humano, sino de razones mucho más terrenales y espirituales. Igualmente asumió que su lanzadera o motivación para peregrinar fue su amor propio y, por qué no decirlo, lo lúdico, es decir, sus ansias por celebrar, hacía años que no celebraba nada, los pequeños momentos que se presentasen cada día. Fue ese día, 4 de agosto de 1993, cuando descubrí algunos de los motivos ocultos que pueden conducir a un mismo fin.   En la memoria se entremezclaban historias ocurridas durante el tiempo, casi nunca feliz, en que estuve casado. Mucho revolví en mis recuerdos, pero lo único que encontré fueron aquellos episodios que como telón de fondo tenían las riñas, unas veces motivados por una furtiva mirada, otras veces por mi suegra -mejor dicho, la forma en que trataba a mi ex-suegra-, algunas veces por el modo en que llevaba el trabajo, el dinero, mi forma de vestir, por la forma en que la trataban mis progenitores o por el poco ímpetu o indecisión que demostraba ante nuestros comunes amigos.  ¿Pero hacías algo bien?
  Aunque estaba anocheciendo paró en Zubiri para, además de tomar un respiro y una cerveza, dejar descansar las bolas -los gemelos se entiende- embotadas y a punto de entrar en ebullición.  En el puerto de Erro, a una altitud de 801 metros, cuyo recorrido final hice a pie, encontré un alemán que hacía el Camino en moto, -¡qué comodón! -pensé-, aunque después caí en la cuenta de que lo mismo dirían de mi los que iban a pie.  Allí arriba en la cresta del puerto mostré mis colosales dotes de intérprete y traductor, adquiridas durante un lustro como estudiante del Instituto Central de Bilbao. Mi alemán se lo tuve que traducir al castellano para que me entendiese, entendía algo de español, y su castellano, a todas luces aprendido en una reserva india, tuvo que repetirlo despacio para que yo pudiese entender. En resumidas cuentas, únicamente logramos entendernos cuando conversamos como indios.
  Después de habernos comunicado en castellano, en alemán apenas conversamos, y despedirme con un saludo muy teutón, Aufviedersehen!, me lancé cuesta abajo a tumba abierta.
  Al final del pueblo había un grupo de casas pertenecientes a Linzoain, con un bar en la entrada que me sirvió de parada. La curva a la derecha con un bar en su arco exterior, junto con el cansancio acumulado en los numerosos toboganes, invitaban al peregrino a realizar un alto en el camino.
-¡Qué suerte!, pensé yo, los clientes del bar podrán decir que vieron un peregrino minusválido haciendo el camino de Santiago en bicicleta.
Pero no pasó nada del otro jueves. Nadie preguntó qué es lo que estaba haciendo por aquellos parajes, solamente la camarera del bar me dijo, sin darle importancia...
-¡qué!, ¿haciendo deporte?.
  Deseoso por contar mi gesta a alguien le contesté...
-No bonita,voy a Roncesvalles parra empezar el Camino de Santiago.
  Pero ni se inmutó, no comentó absolutamente nada. Viendo que no impresionaba a nadie -supongo que estarían hartos de ver peregrinos-, tomé la cerveza y después otra y salí para, desilusionado, continuar mi ignorada romería.
  Mientras pedaleaba lo más rápido posible, 3 bikers que iban muy rápido -¡mucho más que yo, a dónde vas a parar!-, se dispusieron a adelantarme. -¡Cómo andan!, -pensé para mi. Y tranquilamente, con el Real y gracioso saludo del "Perdonavidas Amanerado", permitió que le adelantaran. Pronto se les iba a volver la tortilla. Un par de kilómetros más adelante tropecé con los 3 enredando en el cambio de la bicicleta de uno de ellos. Fue entonces cuando apareció la solidaridad peregrina, que en la peregrinación de la vida cada uno de nosotros debemos llevar dentro, y les preguntó, parodiando a Raffaella Carra, ¡¡¿qué es lo que se dice cuando todo te va mal?!!, -y dice-, ¡HOLA RAFFAELLA!. Una vez les perdí de vista, más que nada por que no miraba hacia atrás, arribé, después de un tramo de carretera bastante virado, a Viscarret-Guerendiáin. Las pocas fuerzas que me quedaban, si es que me quedaba alguna, debería usarlas en el puerto que comenzaba, el puerto de Mezquiriz. Fue entonces cuando tuve que poner toda su voluntad como testigo y echar el mínimo orgullo que le quedaba. Pasó el puerto sin muchos problemas y, agotado, continuó para intentar alcanzar Roncesvalles. Mientras descendía y experimentaba extrañas posturas, observando cuál de ellas ofrecía menor resistencia al aire, intentaba imitar a alguno de los "divos de la bicicleta" en su suicida descenso de alguno de los numerosos y peligrosos puertos de la ronda francesa.  Sin encontrar ninguna postura que permitiera descender más rápido al cúmulo de músculos y sebo que era, alcancé el final del puerto.  Llegado allí, estaba en las últimas; el ardiente pecho aspiraba el aire al ritmo de un rock frenético; las piernas, qué digo piernas, las dos patillas que nacen del trasero, estaban dormidas, anquilosadas, sin fuerzas y con los gemelos a punto de subirse; vamos, para el arrastre, ya no podía aguantar ni una pedalada más.
  El camino hasta Roncesvalles estaba muerto, y los peregrinos, que no se adivinaban por ningún sitio, parecían ser mito de la calenturienta imaginación católica.
  Solamente yacía, preparado para dejarse escalar, en sinuosa y suave subida, el último puerto de la jornada, el puerto del Espinal.
  Cada vez estaba más oscuro, normal a esas horas, y los camiones, que se multiplicaban por momentos, me hacían temer por mi integridad física cada vez que me adelantaban. Ya no se veía nada y además yo no llevaba ni una triste linterna y, como para los heroinómanos, mi única luz y guía era la raya blanca.
  Completamente negro el horizonte, comencé a divisar signos que presagiaban vida. Un pequeño grupo de lucecillas, paulatinamente iba aproximándose y anunciaban el advenimiento de algo.
  Los camiones por mi parte, carretera de entrada en Francia por Sant Joan de Pied de Port, cada vez más abundantes, pasaban a milímetros y intentaban succionarme con el remolino de su estela. Las aprensión y miedo a la muerte, por segunda vez desde que comencé mi peregrinación, asaltaron mis, no tan lejanos, recuerdos. No me quedaba más que confiar mi suerte a la caridad ajena con Santiago como garante.Después de dejar a la derecha un grupo de casas que me pareció un pueblo, o una urbanización de chalets, una recta de unos 2 kilómetros y bajar una pequeña rampa -justo después de que un TIR francés me increpase con su claxon durante 100 metros oír "mis pocas luces"-, me detuve y, ¡qué suerte!...

-¡Todo solucionado, justo enfrente había un parque de bomberos!Mi imaginación calenturienta e infantil empezaba a trabajar, animada por el agotamiento.-¿y si les pido permiso para quedarme a dormir entre los camiones de servicio, qué dirán?

  Pero menuda desilusión cuando el bombero que estaba de imaginaria, en vez de invitarme a entrar e insistir en que me quedase a cenar y, por qué no, a dormir, extremo que yo hubiera aceptado gustoso, me dijo, con la intención de escurrir el bulto:

-Cinco kilómetros atrás hay un camping, espero que a esta hora esté abierto.¡Tanto remar para ir a morir a la orilla, el grupo de lucecillas era el camping!


  Mientras despedaleaba el camino hasta el camping, expulsado de la morada del infiel, haciendo una potente salida chulesca a causa de la contrariedad, por mi mente desfilaron imágenes y recuerdos de otras épocas en las que a aquellas tardías horas de la noche en que todos los gatos son pardos. Aquellos recuerdos me ofrecían una táctica perfecta para asaltar las estancias del camping si éste estuviera cerrado.
  Durante los kilómetros desde el parque de bomberos al camping, el único sentimiento que subyacía en mi era el de congoja, ya que los pitidos de los camiones y los locos remolinos que formaban hacían que este peregrino fuese literalmente lamiendo la cuneta.  En el camping Urrobi, así se llamaba el establecimiento, fui derechito al lugar dónde estaba la recepcionista. Me preguntó si disponía de tienda de campaña y saco o quería dormir en el desván. La verdad es que con mi pinta -herido, sucio y sudoroso-, el único lugar apropiado para mi era aquél, apartado de todo posible contacto con la civilización. Me indicó donde estaban las duchas, los demás servicios del camping y, después de guardar la bici en un garaje, me enseño el lugar de descanso del peregrino herido. Dos pisos: en el inferior el baño, la cocina y las escaleras que conducen al piso superior, compuesto por 3 cuartos, 2 de ellas menores con una cama cada una y, una tercera, sin tabiques y con el techo raso, rellena de infinitos colchones esparcidos por el suelo.  Después de ducharme -me lo pedía el cuerpo- en un barracón exterior situado a unos 100 metros, me arregle en mi suite y, con hambre de carretera, fui a comer un bocata al bar del camping. En el interior había un billar francés que me tentó y, como no me gusta que me anden con rogativas, cuando acabé de devorar el bocadillo, tragar un par de cervezas y degustar un reparador café, jugué una partida. Ganada ésta y después de despedirme de mi graciosa recepcionista, me retiré al ático de los colchones para, como alma en pena, esperar con un ojo medio abierto. Finalmente caí dormido preso del agotamiento.  Esa noche, atormentado por esas historias de fantasmas que recordaba de su época juvenil y las que producía su imaginación -"Asesinato en el desván", "Al otro lado", "Psicosis", etc.-, se estremeció con incoherentes ruidos venidos de inverosímiles e imposibles lugares, solamente imaginados por los magos del celuloide.
5 DE AGOSTO DE 1993
  Ese día, 53 aniversario de su madre, se levantó con humor exultante, estaba consiguiendo llegar a Roncesvalles para hacer la Credencial del Peregrino, el principio del fin. Se vistió con el único pantalón disponible, una de las 2 camisetas que llevaba, sus playeras Nike y se encaminó, con paso decidido, a regalarse con el aseo matutino. Acabado su higiénico ritual, con todo cargado y preparado encima de su compañera mecánica, se dirigió a desayunar.      Con fruición tomó café con leche y un bollo de mantequilla y dirigió sus pasos hacia recepción para pagar. Aprovechó para despedirse de la recepcionista. Ella, amante de noche en sus sueños como tantas otros que surgen día tras día en su vida, que le noche anterior había premiado al buen peregrino con cálidas y coquetas miradas, quizá fruto de su imaginación, le recibió de forma ruda, impropia de una joven tan bien parecida como ella. Las 500 pesetas, precio de sus dulces sueños, las pagó gustoso, pues con creces había recibido mucho más de lo reclamado.
  Mientras recorría por 3ª vez el trecho hasta Roncesvalles, lugar dónde comenzaría la peregrinación compostelana, la transparente luz de la mañana pirenaica iluminando el bello paisaje con su claridad, le presagiaba, como así fue, una gozosa jornada.
   En poco tiempo concluyó el prólogo de la etapa del día.  El primer vistazo que posó sobre la muchedumbre le transmitió la imagen de un pueblo turístico como Benidorm o, salvando las distancias, como Fátima.

  Roncesvalles, localidad occidental de los Pirineos, se asemejaba a una Torre de Babel situada, según las Sagradas escrituras por el Asia central, por la gran cantidad de etnias que se veían y los distintos idiomas que se escuchaban. Tras comprar el primer carrete fotográfico en una tienda de recuerdos situada en el interior de la Colegiata y que comerciaban con toda clase de reliquias y objetos de distintos palos, modo como cualquier otro de sacar la pasta a los crédulos creyentes, preguntó por el lugar dónde se hacían las Credenciales, para obtener el famoso y necesario salvoconducto.

  La fría y sobria entrada, estilo gótico francés, daba la impresión de estar allí puesta como mera observadora del hermoso panorama que se extendía a sus cimientos, de la multitud de personas que la visitan y de los ilusos peregrinos que acuden a ella esperando un toque divino que les haga menos imperfectos de lo que acostumbran a ser. A su memoria le vino el porqué, en imágenes, de otras vírgenes de otros lugares, de otros santuarios, de otras apariciones, de otros negocios...
  Entró en el recibidor con un par de peregrinos pedestres y ya dentro se toparon con un sacristán mayor que les condujo por la húmeda estancia hasta una gran habitación a modo de Salón de juntas del Prelado.
  En culote y camiseta, en el interior de aquél sombrío y húmedo edificio religioso, sin ninguna ventana soleada que actuase de fuente de calor, sintió un frío de esos que pelan. Sentados en las antiguas sillas alrededor de una gran mesa de madera recia y bien cuidada, todo conjuntado, con el prior en su labor de juez inquisidor situado en la cabecera, comenzó el interrogatorio:
  -¡A la paz de Dios, peregrinos!
  -¡Buenos días , señor Prior!
  -¿Tenéis la Credencial?, -preguntó el religioso.
  -Vaya, la primera y en la cabeza, pensó nuestro peregrino.
  -Nosotros sí, dijeron algunos peregrinos.
  -Yo no dijo otro.
  -Él cayó, otorgándose el beneficio de la duda.
  El prior sacó una credencial para cada uno de los que estábamos en la sala, 5 creo recordar, y se inició lo que iría a convertir en un interrogatorio de la inquisición.
  Lugar de nacimiento: 2 de Barcelona, 2 de Sevilla y 1 de Bilbao  Edad: 29, 26, 23,30 y 27 Profesión: ingeniero, técnica del hogar, estudiante, estudiante y estudiante (en aquella situación le hubiese gustado decir que era minusválido, pero no tuvo suficiente descaro) Motivos de la Peregrinación (supuso que era para las estadísticas):deportivo (contestaron unos), cultural (dijeron otros), y tú (refiriéndose a él)...? , por una promesa, y sin darle mayor importancia apuntó motivos personales.
  Con la Credencial del Peregrino en propiedad y el primer sello estampado en ella, le echó las bendiciones, como a los demás, en una especie de rito católico, y le mandó con viento fresco a penar en ruta, como a sus acompañantes circunstanciales. Desconocía el sentimiento interior de los demás pero a él no le importó su falta de consideración, con su Credencial era acreedor del preciado estatus de peregrino del Camino de Santiago.
  Al salir de la colegiata, destemplado por el cambio de temperatura, su cuerpo sintió todas las sensaciones juntas: alegría, emoción, júbilo y, aunque no decían nada, sus caras reflejaban la satisfacción del deber cumplido.  Antes de partir, quiso estrenar el carrete para robar una bonita estampa de la colegiata, con un mural de una escena bíblica y el bello paisaje que se divisaba, lástima que cuando reveló el negativo no salieron.  Al tomar la carretera y antes del término del complejo turístico de Roncesvalles, se detuvo a repostar agua fresca en una concurrida fuente. En ella se daban cita un montón de romeros que terminaban de llegar en el autobús de Pamplona con sus bicicletas de montaña y vestían, como él, conjuntados  y coloridos equipos multicolor.  Ya había pedaleado 5 o 6 kilómetros, dejado atrás el lugar de la frustrada noche, cuando empezó la ascensión del primer gran puerto de montaña de la peregrinación. Subía despacio y sin encontrar un desarrollo idóneo que le permitiera pedalear cómodo, cuando, como si de una ilusión se tratara, apareció ÉL. Instantáneamente rectificó su postura sobre la bicicleta, mostrando una posición de respeto ante el superior, Además ÉL no se debía percatar de su chepa.   Comenzó a pedalear rápido, con potencia, como si el hierro que llevaba fuese una pluma.
  -¡Ocurrió en un segundo!
  -ÉL le miró y el peregrino sintió la fuerza de su ímpetu, ¡se sintió importante!
  -En ese preciso instante, que le pareció un espejismo infinito, con su cascada voz, gritó...
  -¡INDURAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAINNNN!
  Como habréis descubierto, ÉL era Indurain, Miguelón, apodado el Extraterrestre o el monótono por su forma de ganar.  Indurain, al que debió parecer un Quijote o, mejor, un Sancho Panza o, mucho mejor, un corcho de champán en una bicicleta, aunque eso sí, su bike y todo lo que transportaba pesaba 10 veces lo que su anémica y escuálida bicicleta de corredor-, continuó su frenética bajada, mientras él, el proyecto de Quijote achampanado, continuaba trepando como un caracol poseído por el diablo,con más garbo y menos miedo por los ánimos que, sin pretenderlo, le había insuflado Miguelón el de Villava.
  Coronó el puerto en primera posición y, puesto que no le seguía nadie, se detuvo para beber el fresco agua de la botella. Mientras bebía observó a dos bikers, cara sonriente de estar disfrutando de lo lindo, que conducían sus bicicletas por el camino de tierra. Instantes después de beber se lanzó, como un kamikace, cuesta abajo esperando volver a ver a los dos colegas de peregrinación.   Y ahí estaban. Eran alicantinos, como luego confesaron, y continuarían con él hasta Burgos.  En Zubiri se detuvieron a comer algo en la terraza del restaurante Gau-txori, a la vera de la gasolinera, en dónde 2 chicas no muy agraciadas, que también viajaban en bicicleta, pretendían llegar a Itoiz para protestar contra la construcción de un embalse, nombre éste, adoptado por un grupo vasco de música folk. Charlaron un rato con ellas mientras retocaban las bicicletas y entraron a comer, no sin antes haber escuchado las ecológicas razones de las dos jóvenes.
  José Juan y Raúl, así se llamaban los alicantinos,pidieron uno platos combinados, mientras nuestro protagonista, con un presupuesto menos boyante, hubo de prepararse un bocadillo. Mientras degustaban los ricos manjares, regados con unas cervezas, hablaron de todo lo habido y por haber y, en cuanto finalizaron, después de fotografiarse con el restaurante como decorado, retomaron camino hacia Pamplona.  Habían pedaleado unos metros por la carretera general, casi al final de Zubiri, cuando se escoraron a la izquierda para seguir trayecto por un camino de tierra. Por éste, y tras recorrer un gran número de angostas veredas, ramas cruzadas y algunos muros entre fincas, dieron con un camino que circundaba una antigua mina. Desde aquí, haciendo campo a través, se toparon con una alambrada punzante pero que atravesaron sin mayores problemas. Ya se divisaba el pueblo.  Para llegar hasta allí, al consultar el mapa descubrió que se llama Anchoriz, en dónde encontramos con una pareja de gordos felices que hacían el camino a pie. Tuvieron que subir un empinado y angustioso trecho, terminado en un camino de cabras que tuvieron que trepar a trancas y barrancas mientras canturreaban la famosa canción "El minero" de Serrat que versa del duro trabajo en la mina.  Despacio, mientras pedaleaban por el interior del pueblo, ansiosos ya por descubrir algún vestigio de vida, se encontraron con un curioso anciano que les relató el aun más curioso y aburrido repertorio con interminables historias acaecidas a través de los años con peregrinos de todas las razas venidos de los más extraños lugares del globo. Finalizado el agradable monólogo continuaron ruta por los pedregosos caminos de la aldea hasta llegar, después de descender por unas rudimentarias escaleras maderos cruzados sobre una estructura de arena, a un sendero que discurre por la orilla izquierda del río.  Al final de la senda, todos ya separados -José Juan esperaba a Raúl, mientras él iba por delante esperando ver la Peña Indurain en el pueblo de Villava-, se encontró a la izquierda un puentecillo de piedra que comunicaba con la carretera general que conecta Roncesvalles con Pamplona. Peligrosa por la multitud de tráfico en esas fechas de revuelo veraniego, en pleno agosto ya se sabe, se oriento como supo para llegar hasta el pueblo natal de su ídolo. Aunque le costó un buen rato encontrarlo pues tuvo que dar algún rodeo, pregunté a unos simpáticos viandantes navarricos que amablemente me guiaron hasta el ansiado lugar.   Con mucha precaución para no morir bajo las ruedas de alguna mole, dirigí el morro de mi mountain bike hacia la barriada, nueva y bien cuidada, en dónde se suponía que estaba la peña. Tras dar un par de buitrescas vueltas alrededor del bar, sede de la Peña Indurain, me empedaleé hacia el final de la primera etapa.
  Iruña, ciudad agrio y hospitalario recuerdo, en dónde hacía 5 años sus médicos me salvaron de una muerte más que segura, me iba a propinar la enésima puntilla de la jornada. Por la zona norte, lugar por dónde la ciudad contempla los Pirineos, se da cita con los peregrinos, cualquiera que sea su medio de locomoción, una subida que, bien si la afrontas tanto a pie como en bicicleta, en caballo ya debe ser otra cosa, se hace eterna por su longitud y su verticalidad. Más mal que bien logré llegar a la cumbre y en el primer lugar susceptible de lograr información, una socorrida gasolinera, pregunté por el albergue.
   El amable gasolinero me explicó cómo se llegaba hasta allí...  -Mire joven, siga todo recto y, cuando llegue a un cruce de calles que tiene un cartel con propaganda, sí, de esos que tienen reloj, tuerces a la izquierda para entrar en la calle que va a la plaza de toros y, tras pasar 5 bocacalles, o sea la sexta, tomas otra vez la calle de la izquierda y...  -Déjelo, déjelo, muchas gracias, al llegar al cruce ya preguntaré.  -¡Adiós, adiós!
  En busca del Albergue Perdido encontró a sus dos compañeros alicantinos  procurando un lugar en dónde poder dejar las mochilas y la bicicleta para así poder reposar el trasero y la espalda. Le consultaron si conocía la situación del albergue y les comentó que lo único que había sonsacado a un expendedor de gasolina había sido un indescifrable y absurdo jeroglífico. Finalmente, después de algunas investigaciones dieron con el colegio habilitado para dicho cometido. Como se repetiría durante toda la peregrinación en todos los albergues, estaba lleno hasta la bandera.
  Raúl, haciendo gala de una inocencia peregrina dijo, -serán viejos alumnos del colegio en su visita anual.  Sin creerse nada, volvieron a escudriñarlo con detenimiento. La gente, con mochilas como único equipaje, y las bicicletas apoyadas en los muros como único vehículo, solo podían ser lo que temían, ¡y lo eran!. A algunas personas las habían visto durante el recorrido, es más, hasta recordó que a un grupo de peregrinas les había lanzado un piropo...  -¡Hasta luego, guapas!  -...y a otros les había dicho la frase más típica...¡Venga peregrinos, no hay dolor!  -¡Ultreia! a los más.
  Se trataba de un internado que, en ese 1993, año santo, se había habilitado para albergue.   Cuando el encargado les mandó pasar, al cabo de una hora, todos fueron a poner el primer sello en ruta y, aunque aun quedaban 38 casillas por rellenar, les parecieron suficientes y que incluso no lograrían completar la Credencial. Tras sellar sus documentos acreditativos de peregrinos del camino de Santiago, aparcaron las bicis, las despojaron de alforjas y los demás bultos y pusieron los candados, asegurando unas monturas con otras, para dejarlas en el garaje que usaba el profesorado. Al lado de éste se encontraban las puertas de acceso a la pista de gimnasia, a los baños y a la ducha. Con todos los bultos en los brazos, les indicaron la dirección del pabellón dónde dormirían.  Del sótano del colegio subieron al primer piso en donde estaba sito el pabellón dormitorio. Una vez colocado el saco sobre la esterilla, encima del cálido suelo de madera, volvieron a tomar dirección al sótano para regalarse una reparadora ducha. Este mojado regalo les supo a gloria tras la dura jornada que habían sufrido y, el cansancio era tal que, los posibles pudores ante los posibles peregrinos vouyeur, fueron anulados. En silencio pensó, supe que los demás también, ¡total para lo que hay que ver!.  Finalizado el yakusi, limpios coquetos y primorosamente vestidos -con la misma y sudorosa ropa-, se dispusieron para salir a cenar, cuando de pronto se presentó, como si de un Dédalo se tratara, un laberinto de árboles y verjas. Ahí estaban. En el centro del patio, guapos como ellos solos, repeinados y conocedores del cisma que en cuanto saliesen provocarían en Pamplona. Solo había un problema. No sabían por dónde estaba la salida.
  La búsqueda fue infructuosa, por ningún lado se adivinaba una puerta que condujese a la calle, únicamente se topaban con árboles, setos e infranqueables muros que, dado que habían acordado la hora de regreso con el peregrino sereno -hasta las 23'00 horas se quedaba a cargo de la puerta un voluntarioso joven para abrirles la puerta-, lesa iba a complicar en demasía el tener tiempo para cenar y regresar puntualmente.  A las 9 de la noche, hartos después de una hora de búsqueda, tuvimos que utilizar de salido, bendito descuido del portero, el roto de una valla metálica.
  Tras patear media ciudad buscando un bar que sirviese unos buenos, ricos y baratos bocadillos, no recomendables para algunos demasiado puritanos, dieron con una whiskería que servía bocadillos por una ventanilla. ¡Muy mal debía estar el negocio par tener que buscar esa segunda actividad!. Cabe decir que las meretrices son muy vivas y hacen negocio de cualquier producto, ya sea carne, pescado o marisco.  Queda claro que la whiskería era un puticlub camuflado, situado a escasos 20 metros del colegio. Tuvieron suerte de que al lado, pared con pared, se encontraba un taller de reparación de bicicletas que usaría Juan para que solucionar los problemas del pedalier de su bicicleta, problemático desde que salieron de Roncesvalles.  Desde el bar, tipo pub inglés, en el que cenaron unos buenos bocatas de bacon y unas cuantas cervezas, se fueron a descansar. Debíamos reposar y cargar las pilas para el día que nos esperaba, pues habíamos escuchado algo sobre un puerto del perdón, nombre que no anunciaba nada bueno.  Aquella noche fue como otra cualquiera, no hubo risas, no hubo comentarios, no hubo juerga, no hubo nada, nada de nada, solo las respiraciones y ronquidos entrecortados, propios del cansancio.  Como tenía costumbre de hacer durante todas las jornadas que durmió fuera de casa, antes de echar la persiana a mis párpados, recapituló sobre todos los pormenores del día, examinaba la dureza de la etapa, su estilo ciclista -si era susceptible de modificación- y, como si de un proyector se tratara, aparecían las imágenes del perfil del la etapa del día siguiente.
  6 de AGOSTO de 1993
  Muy temprano, siempre se despertaban a las 7 de la mañana, hora en que todo peregrino se prepara para el Camino -básicamente por que se levanta un ruido espantoso que no permite dormir-, fuimos como peregrinos precavidos a realizar e primer trabajo de la mañana, reparar la bicicleta de Juan en el taller descubierto la noche anterior.  La salida del internado no ofrecía, a esas alturas de la mañana, ningún tipo de resistencia pues la puerta principal estaba abierta de par en par, como si la despedida fuera un...
  -Buena suerte amigos, que disfrutéis de vuestro martirio.
  Cuando llegaron al yacente bar tipo inglés, su soledad infinita parecía el prólogo de su óbito, tomaron el desayunos, café y tostada, y se dirigieron con el corazón de peregrinos educados, ahí estuvo el error, hacia el taller.   El mecánico sin decirlo explícitamente nos mandó a tomar por dónde amargan los pepinos, debió confundirnos con los peregrinos pedigüeños que aparecen en esos filmes americanos solicitando favores.  La modosa forma de pedirle que les arreglara la bicicleta... -¿podría usted mirar qué le ocurre a la bici?, debió sonarle a... -¿nos arreglas la bici por la cara?.Buscaron otro lugar, pero en vista de que Juan aun podía continuar, decidieron continuar su Camino más despacio.      El parque de la Ciudadela, que les sirvió como decorado para sus fotos, fue la salida que usaron para despedirse de la ciudad.  Al poco de entrar en la general, apenas habían recorrido 50 metros, se desviaron para entrar por un camino que discurre por las pistas de la parcelaria. En Cizur Menor, primer pueblo que se encontraron, aprovecharon para cambiar el escaldado agua de sus cantimploras y botellas para continuar, después de subir el Puerto del Perdón, camino de Puente la Reina.  La historia cuenta que este puerto, cuando ya estaba exhausto el peregrino, después de haber llaneado varios kilómetros y antes de comenzar lo realmente empinado, satanás le tentó con la promesa de proporcionarle agua o vino -aquí, en este punto,las altas esferas católicas no se ponen de acuerdo, pues cambia la bebida según lo relate un clérigo deportista o uno al que le guste más el vino que a un niño los caramelos-, si renegaba de Dios, la Virgen y Santiago. Entonces apareció milagrosamente, ¡bendita casualidad!, el santo en el cuerpo del peregrino, descubriendo la fuente de la Teja y salvándole la vida.
  Para lograr ascender el puerto cargaron las bicicletas al hombro -primera vez que les fue útil el triángulo-. Escalaron por un camino de piedras, matas y tierra y sin cualquier espacio para poder maniobrar y guardar el equilibrio. En esta ocasión no apareció ningún santo en nuestros cuerpos que les evitase la matadora ascensión.  Una vez en la cima, convertidos en cadáveres andantes, se detuvieron para tomar resuello y descansar mientras sacaban alguna vianda de sus alforjas que pudieran llevarse a la boca.  Distraídos mientras contemplaban el plano de la ruta que, expuesto en un soporte de madera, indica a los peregrinos los lugares más significativos del Camino y las dificultades, siempre desalentadoras, que se encontrarían, se prepararon tres bocadillos, uno por barba, para alimentar el cuerpo y mitigar el cansancio de sus cuerpos.
  Sin fijar la vista en el otro lado del puerto creyendo que sería lo de siempre, un buen descenso pero por una carretera asfaltada, justo el terreno dónde no es posible sacar el máximo rendimiento a la bicicleta, tarareaban inconexas musiquillas sin melodía.      Cuando finalmente se dignaron a seguir con sus miradas las flechas amarillas, vieron que éstas no se perdían, como suponían, por su derecha siguiendo la general. Sí en cambio comprobaron que las flechas señalaban una entrada de tierra que existía al otro lado de la carretera. ¡Sus caras transformaron el rictus de agotamiento por el de felicidad!  Rápidamente comprobaron la situación de la mountain bike: la sujeción del equipaje, la presión de los neumáticos, el perfecto engranaje de la cadena y los cambios, muy importante, los frenos por que nunca se puede saber cuando necesitaremos echar mano de ellos y...el júbilo estalló.
  -¡Vamos peregrinos, hacia abajo sin compasión!
  -Se lanzó en primer lugar, ansioso  por sentir el vértigo de la caída. A continuación siguió Juan y, tercero como siempre, Raúl.  Poseído y sin querer pensar en las nefastas consecuencias que el suicida descenso podría depararle y, sobre todo, para su maltrecho cuerpo, pedaleaba cuesta abajo con una excitación desconocida. Enseguida conocería el presente.  A los 2 kilómetros de eterno e infinito descenso, emocionado por que no se adivinaba la conclusión, dio con su osamenta en el pedregoso suelo. Habiendo salvado las 2 curvas precedentes a la fatídica, con sendos derrapes a ras de suelo, con su pensamiento puesto en lo cercano que había tenido dejarse la piel y algo más, el dicho popular "a la tercera va la vencida" se iba a hacer realidad. La tercera, última y traicionera curva de herradura, me la tenía guardada. No pudo hacer nada para evitarlo, simplemente sucedió lo que tenía que pasar, era su sino. Por suerte, peregrino agraciado, solo se hizo unos rasguños.  Rápidamente, cuidando de que no le viesen sus lentos seguidores, lentos y prudentes, levantó su cuerpo y recuperó su camino hacia el final de la etapa como si no hubiese ocurrido nada, "aquí paz y después gloria", que dicen los más ancianos del lugar.  Aun restaba un buen trecho para disfrutar de lo lindo, aunque a partir de aquí lo haría con más cuidado.
  Aunque en Navarra parezca extraño, Uterga -pueblo pequeño, repleto de casas señoriales y calles recién asfaltadas-,  no ofrecía ningún bar en dónde saciar la tremenda sed, tomar las ya típicas cervezas y lo siguiente.Visto el panorama, me constaba que mis compañeros aun tardarían demasiado tiempo, continué pueblo abajo buscando algo que me llamase la atención, una fuente por ejemplo, que a falta de pan buenas son tortas.  Al fin encontré una.  Bajo la sombra de la casa de enfrente, tirado en un frío banco de piedra, escarbó en su memoria tratando de encontrar algún agradable recuerdo en el que pensar para matar el tiempo de espera.  Al cabo de un rato de proyectar imágenes le vino a la memoria el olvidado episodio de las expediciones a la aventura que realizaba durante las vacaciones de verano.   Las referidas expediciones adoptaban el nombre genérico de "ir a pescar". Eran los felices 80, años de la movida madrileña, pero española en general, el valle de Valderredible, menos sofisticado en usos, era muy prolífico en pesquerías de toda clase. Empezando por el acto deportivo de la pesca deportiva en sí, de la que era un asiduo practicante, con más o menos suerte y con muy buena fama entre sus familiares y conocidos. También era una época en la que era muy acostumbrado el pescar una buena merluza el día de la fiesta del pueblo, suyo o cualquiera cercano. Y cuando ponían la escusa de ir a pescar a la orilla del río para perderse con sus respectivos amores de verano,  intentando pescar algún beso furtivo.   Aun hoy, en estos años 90, supongo que no se hayan perdido las buenas costumbres.  Absorto y despistado, centrado en sus recuerdos, la noche lo inundó todo. Cuando se disponía a partir, temeroso de tener que volver a pasar el trago de pedalear a oscuras, con coches, camiones y algún peligroso relojero, aparecieron, entre los visos y claroscuros nocturnos, mis dos compañeros. Repostaron agua en sus cantimploras y con viento fresco retomamos camino hacia Puente la Reina. El recorrido hasta allí, algo más de 5 kilómetros, se hizo en un suspiro, las ganas de pillar albergue, cenar y tomar unas cervezas nos dieron alas.    Directamente se dirigieron al lugar que les dijo en su jerga aquél extraño personaje. El punki, con sus típicos berridos, les dijo que debían dirigirse hasta el final del pueblo y a la derecha del puente sobre el río Arga encontrarían el chamizo de los vejetes.     Como les había indicado el demacrado joven, próximo al puente encontraron el club social de los jubilados, el chamizo del punki, y entraron para comprobar si tendrían sitio. Albergue provisional para el año Xacobeo, por obra y gracia de los jubilados, estaba condicionado de lujo. Tenía de todo: bar, mullidas camas, duchas y, lo que era más importante, una situación psicológica de lo mejorcito, pegando a la zona de bares. Vamos, que los ancianos no sabían nada.    Candamos las bicicletas dentro del club, al lado de otras muchas que allí pernoctarían, desmontamos el equipaje y todo lo susceptible de ser robado y nos dirigimos escaleras arriba al cuarto dónde dormiríamos. El edificio tenía hasta un ascensor, cosa normal siendo un hogar del pensionista, y ganas dieron a más de uno de utilizarlo para transportar todo su equipaje.   En Puente la Reina se encontraron con Quike e Isma, dos catalanes del barrio de Sants en Barcelona con los pelos como Rosendo. Los dos habían comenzado a practicar mountain bike pocos días antes de programar la ruta compostelana. Las bicicletas que pilotaban eran bastante decentes, no recuerdo su marca ni sus características, probablemente alguna Cannondale o similar, y la mayoría del recorrido lo hacíamos por rutas separadas, debido a que su poca experiencia hacia que desplazarse por el camino de tierra, el auténtico,  les costase Dios y ayuda.
  En fila india, uno detrás del otro, grabando el lugar en que se metían, vagaron por el pasillo del club buscando el lugar en que descansarían sus maltratados cuerpos. En la primera habitación de la izquierda estaba situado el bar y por ella, atravesando una puerta, se accedía a otra de dimensiones más reducidas, que debían utilizar como despacho del jefe, honor que como en las tribus indias correspondería al señor más anciano del lugar.     Portando todos sus bultos, continuaron su acecho en busca de la estancia perdida. Tras haber cruzado más habitaciones, sin conocer muy bien el uso que le daban, accedimos a un pasillo con el piso de madera, caliente y confortable para los pies de los ancianos, en el cuál había una ventana que se asomaba a un patio interior, y dos puertas, una a la derecha del ventanal y la otra, frente a éste, en dónde encontraron su añorada habitación.     El cuarto para el descanso del esforzado peregrino era grande, con una buena cantidad de somieres, capaces de acoger un regimiento de peregrinos. Otras veces eran naves atesadas de colchones tirados por el suelo, y otras, la mayoría, eran ellos los que aparecían derramados por el suelo, encima de la socorrida esterilla y enfundados en sus sacos. Cada uno escogió la cama que más le dio al ojo y, tras hacer del espacio circundante su habitación, sacaron la toalla, champú, cepillo y pasta de dientes y peine y se dirigieron a la ducha.  Mientra esperaba a que le dejasen una ducha libre y distraía la vista por la ventana se percató, no sin pudor peregrino, como una fémina de no supo que edad, le mostraba sus bragas blancas, su duro estómago y sus finos muslos. La ventana de enfrente se transformó en teatro improvisado -con la ventana a medio bajar ocultando su cara y sus senos-, servía de escenario a la exhibicionista y frustrada bailarina para mostrar sus atributos, en un premeditado baile que imitaba a la danza del vientre, a los castos peregrinos.  Pasados 15 minutos la ducha le libró, sintiéndolo mucho, del nefasto espectáculo.  Los tullidos cuerpos tras el duro trabajo del día fueron gloriosamente bautizados por el agua caliente. Sentó de maravilla incluso hubo alguno que después de ducharse y pensando en la desenfrenada noche que le esperaba, le entraron ganas de afeitarse. Él en cambio, preso de una promesa con no sabía qué fin, decidió continuar con sus incipientes barbas.  Una vez duchado el quinteto de la muerte, Juan, Raúl, Quique, Isma y él, siempre a punto de poner fin a nuestras jóvenes vidas en alocados descensos y con aun más alocados litros de cerveza, fueron a cumplir un acto que tras un escaso día de peregrinación, estaba adquiriendo el título de rito. La cerveza y el bocata.  Hasta las 11 de la noche, hora en que cerraban el albergue, recorrieron Puente la Reina saltando de bar en bar, charlando con los numerosos peregrinos y que realizaban la otra alcohólico ritual. La juerga que había en la calle quitaba las ganas de regresar al asilo.  Lo pasaron, como decían Isma y Quique, "da guten", pero como no querían dormir en la calle y la jornada siguiente presentaba una etapa bastante jodida, tuvieron que regresar. La vuelta al hogar, un poco escorados por el peso de los barriles de cerveza que transportaban, no les resultó tan mojigata como ellos habían imaginado ya que en la habitación del gran jefe del asilo, que tampoco era asilo sino un hogar de reunión de jubilados, los numerosos peregrinos que habían coincidido en aquella bella población navarra formaron una tertulia digna de los más afamados oradores.  Mientras tomábamos una cerveza sin alcohol, únicas que tienen en los hogares del jubilado, se organizó una animada charla aderezada, como no podía ser de otra forma, con los comentarios sobre las etapas pasadas y las que aun quedaban hasta Burgos, su próxima gran urbe, ya en tierras de Castilla, así como las noticias del mundo exterior y los monumentos y exposiciones que podríamos contemplar en las siguientes ciudades por las que peregrinásemos.  Era tarde cuando se acostaron, 1 de la madrugada calculó, y recogidos en la cama como lirones, se fueron quedando dormidos.  Esa madrugada de 7 de agosto, antes de caer en los brazos de Morfeo, repasó todo lo ocurrido en el día, la subida al puerto del Perdón, el accidente durante el alocado descenso, la contemplativa espera en Uterga, el ameno paseo por la población de la Reina y por último, sonriente y casi en los brazos del querubín romano, la tertulia y las chorradas escuchadas. Ni siquiera se le pasó por la cabeza la exhibición.
  7 de AGOSTO de 1993
  El despertar de aquella mañana de verano les resultó, si cabe, más resacoso que de costumbre, pues la noche anterior, aunque se habían recogido a hora temprana, la carga etílica que llevaban encima se hacía notar y les pasaba factura. Después de desayunar en alguno de los bares conocidos la noche anterior, se encaminaron  por el camino que a cada poco se cruzaba con la carretera rumbo a Burgos.  En uno de los múltiples desvíos, cada uno iba a su rollo, nos dejamos de ver. Se desvió por una carreterita estrecha que conducía al monasterio de Leire para ver y beber en la fuente del vino, visita recomendada y sobre la cuál le habían dado estupendas referencias. Al final tampoco sería para tanto.
  Cuando llegó al lugar, de chiripa, lo primero que hizo fue beber el chorro rosado que manaba del caño. Un poco decepcionado, pues el caldo no hacía honor a su origen y sonada procedencia, salió del recinto dónde estaba, para hacerse un bocadillo con el que sofocar los ácidos gástricos provocados por aquella ingesta indigesta, y lograr mitigar el incipiente dolor de estómago.  Se acercó a un parque lleno de árboles y un banco, necesario para ser parque, y se sentó junto a una pareja de unos 60 años que tomaba un pequeño descanso en sus ajetreadas vacaciones.  Sin ningún recato pues su estómago no estaba para pejigueras, se preparó un bocadillo, y mientras se lo comía, que dicho sea de paso, le supo a gloria, la pareja se esmeró en agradar al peregrino amenizándole la comida y sobremesa con sus historias que les habían sucedido.  La primera de su larga serie de episodios, transcurría en el monasterio de Silos y relataba las largas esperas para ver una de las reliquias. También me hablaron de los cansancios padecidos al tener que caminar por las múltiples galerías de algún otro monumento.  Acabado precipitadamente el bocadillo, no podía soportar sus tristes historias, me acerqué hasta la bicicleta para sacar de las alforjas las ropas que había lavado en Puente la Reina.  El tendedero, un pequeño recuadro de un metro cuadrado de hierba fresca, exento de árboles, era el único espacio alcanzado por los rayos del sol.  Momentos después de hacer esta operación me aproximé de nuevo hasta dónde estaba la pareja y, para mostrar educación, les pregunté su dirección.  El hombre era un experimentado abogado llamado Mariano con bufete en la barcelonesa calle Gran Vía y ella, de mejor ver por su condición femenina, digamos María.  Mariano y él se hicieron las fotos de rigor con el monasterio de Leire como decorado. Ella, que se negó a posar delante de la cámara, fue la autora de la fotografía y también quiso dejar su impronta de estilo fotográfico plantando su dactilar delante del objetivo.
  Se despidieron con un apretón de manos y un beso, y les dejo allí mientras se fue alejando por la carretera de Logroño. En aquellos momentos no sabía por dónde iba el camino original pues había perdido de vista las saetas amarillas que señalaban la ruta. Consultando sus notas y las señales de tráfico, llegó a la conclusión de que aun debería recorrer unos 40 kilómetros.
  Hizo la entrada a la ciudad fue por el nordeste, lugar habitado por los desheredados riojanos y en dónde la pobreza campa a  sus anchas. Las chabolas y casas en deplorables condiciones, camionetas y coches familiares, indicaban que aquellas personas se dedicaban a la venta ambulante.
  Sin tener que dar demasiadas vueltas, estaba muy bien señalizado, piropo para el gobierno riojano, encontré el centro de acogida albergue  en un bonito edificio señorial. En dicho albergue, privado supongo, no pedían la voluntad como en la mayoría de los demás hasta entonces; la desconfianza hacia los peregrinos de buena voluntad, pero de mal bolsillo, marcaba un peaje de 500 pesetas.  Después de pagar con humildemente, asegurar las bicicletas en las parrillas destinadas a tal fin y comprobar que aun no habían llegado sus compañeros, subió hacia el piso superior.  Valió la pena el desembolso, pues aquél establecimiento estaba montado casi como un hotel, salvando las diferencias. Se notaba que era privado, pues literas y duchas se dividían en habitaciones separadas por sexos. Cuando acabé de instalarme, inmaculadamente vestido, salió con rumbo hacia la zona de marcha de la capital riojana que en otros tiempos había sido uno de sus lugares de trabajo. Paseando por la plaza de San Agustín mientras deleitaba su vista con monumentos que en aquellas horas de la tarde veraniega, de ocio y paseo, mostraban sus curvas bien trazadas y esculpidas, se acercó a uno de los muchos bares y chiringuitos que ofrecían sus delicias a los turistas.  Su ojeada cultural no tenía intención de acabar cuando, en uno de esos chiringuitos se encontró con 4 jóvenes ingleses. Como Mercedes Milá, su ansia por saber, era inmenso y les interrumpió en un perfecto inglés. Paul y John, no recordó el nombre de los otros 2, le dieron conversación mientras hacía tiempo a que llegaran sus compañeros de ruta.  Las jarras de cerveza y las palabras se consumían a la misma velocidad. Tema de conversación que tocaban, katxi de cerveza que caía y, con éste, las lenguas más se soltaban. Sus conocimientos de habla y traducción de idiomas, inglés, alemán, italiano y castellano, se arrastraban entre las decenas de vasos que reposaban sobre la mesa.  Abordaron temas políticos, de mujeres, sobre los distintos puntos de vista del sexo de los ángeles y, en suma, de los temas más variopintos. A duras penas me enteré de que ellos estaban haciendo turismo por la geografía del norte de España en Mountain-Bike.  Después de reírse bastante y bebido aun más, le pidieron a un turista japonés o chino, bueno, oriental en todo caso pues en ese momento no diferenciamos hacia donde iba la caída de ojos, que les hiciera una fotografía.El retrato salió de maravilla, se notó su pericia asiática.Él, con su pierna vendada y la mariconera en la cintura, era el pilar románico, rechoncho y chaparro, sobre el que los dos ingleses, el largo y el del gorro, apoyaban ambos codos.  Tras las fotos de rigor iniciamos el rito de las despedidas...good bye, agur, aufviedersehen, adiós, y otros idiomas, y regresó al albergue a reencontrarse con sus compañeros peregrinos que, por el reloj, ya deberían haber llegado.  Esperaba en la puerta de la habitación, mientras continuamente llegaban, como si de una procesión se tratara, peregrinos de todas las clases sociales. Llegaban sacerdotes jóvenes, similares a los santones indios, en busca del reencuentro definitivo con Dios; viejos, creyentes hacía siglos, vestidos románticamente con los harapos del peregrino milenario; separados con la única esperanza de encontrar en alguna peregrina el amor que nunca recibió; amas de casa aburridas del trabajo sin remunerar, en busca del jubileo o de algún jubilado, en su caso, que les solucionase la vida para siempre; y llegaban,...llegaban,...llegaban,...  Las literas se iban ocupando y sintió temor por que sus compañeros se quedasen sin colchón y tuviesen que dormir en la calle. Cansado de estar tumbado en la litera escuchando a los peregrinos contar sus odiseas ruteras, decidió bajar a la recepción a ver el panorama. En ese momento sus correligionarios acababan su etapa.Como después contarían, Juan había ido por el camino primigenio, mientras que Raúl, había completado la etapa del día por el asfalto.   Poco después hicieron su llegada Quique e Isma, también por la carretera, eufóricos por alcanzar la capital riojana.  Cuando terminaron de ducharse y lujosamente vestidos y perfumados, los 3 fueron a llenar sus panzas peregrinas. Junto con los 2 alicantinos Juan y Raúl, más tarde se unirían los catalanes Quique e Isma, entraron en un bar a comer una patatas bravas, tomar unas jarras y, como peregrinos liberados, que no todo va a ser voto de castidad,  huyeron hacia la calle de marcha a vacilar con las guapas riojanas.  Con la cara lavada y recién peinados, con el culote y la camiseta sudados, en plan duros del rock&roll por la pinta que nos contagiaba al grupo las greñas del Isma y el Quique, caminaron rodeados de chiquillas enloquecidas que, en su oligofrénico sueño de conocer a sus ídolos, se tiraban del pelo, gritaban, babeaban...  ¡¡Se presentaba su gran noche!!  En el primer lugar que hicieron una parada pidieron una Coca-cola, había que dar buen ejemplo y además el presupuesto peregrino no era demasiado boyante, y Juan se enrolló, con su pico de oro se entiende, con unas nativas.  A una hora prudencial dieron por terminada la fiesta y parafernalia que habían organizado y, con ganas de premiar sus cansados cuerpos con el reparador descanso, volvieron a sus aposentos.  Esa noche, el albergue fue un auténtico y total desmadre. Apagaron las luces y uno tras otro inició su poemario de estrofas, supuestamente graciosas para el que las decía. Finalmente se durmieron.  Aunque esa noche no hubo tiempo de soñar, recordó a modo de irónica contradicción, el tiempo en que fue representante comercial y el hotel al que estaba abonado, hotel Murrieta, a escasos metros de allí, y los buenos ratos que había pasado en compañía de su cliente en la ciudad, como de los muchos pintores de brocha gorda, clientes a su vez de la tienda de su cliente.
8 de Agosto de 1993
  De buena mañana, después de una reanimadora ducha, se enfundaron sus monos de trabajo, recogieron todos sus bultos, los acoplaron a sus bicicletas con mucho tacto y dirigieron sus manillares hacia la salida de la ciudad en dirección a Nájera.  Mientras discurrían sobre el Camino con alegre pedaleo, tierra civilizadamente convertida en asfalto, animados por las inaudibles conversaciones, llegaron a un cruce de carreteras que les sirvió para detenerse mientras decidían la dirección a seguir.  En la isleta del cruce, mientras coches y camiones pitaban a ambos lados, un grupo de unos 20 peregrinos, como un pelotón ciclista en multicolor conglomerado, se hallaban prestos para adivinar la dirección. Ésta no se hizo esperar.  Al grupo de peregrinos se había añadido otro de veteranos ciclistas que, haciendo las veces de lazarillos, amablemente les indicaron la ruta a seguir.Unos metros más adelante, en la entrada de Navarrete, nombre de una sonada batalla, encontraron un cementerio perteneciente al hospital de la Orden de San Juan de Acre, que decoró alegremente las instantáneas que se hicieron.  Después de recorrer unos kilómetros, no muchos, llegaron a Nájera, dónde se encontraron con el primer punto de apoyo del día, una oficina de información al peregrino. En este lugar una chica muy atenta y maja nos regaló unos mapas, unos planos y tras indicarnos el itinerario que debíamos seguir, fuimos a desayunar en un bar en el que hacían descuento a quien confirmara que era peregrino enseñando su credencial de peregrino. ¡De descuento nada!, lo que tenían era mucho cuento. Por un bocadillo y una cerveza nos cobraron 500 pelas.  Como cada vez que conversaban el tema era el de siempre, ¿de qué iban a hablar?, y de las bobadas que se les iban ocurriendo. Terminado el bocata y otros 2 botellines para confundir el espíritu, pedaleamos por las calles del pueblo hasta el Monasterio de Santa Mª la Real que según nos dijeron en el punto de información al peregrino y en el bar del descuento, merecía la pena ver. Pero al llegar hasta sus dominios comprobamos que lo único que se veía era el patio.  A partir de allí circularon un buen rato por los caminos de la parcelaria , atravesaron acequias, vados, boquetes, baches, etc. Allá en la lontananza aparecía una pared, esa impresión daba desde lejos, que intimido a nuestros peregrinos. Al menos de momento.  La cuestita en sí, como luego les confirmarían tenía una longitud de 900 metros aunque, haciendo honor a la verdad, desde lejos no lo aparentaba. Atacaron la cuesta y la distancia mudó. Ya no parecían 900 metros sino 900 kilómetros infinitos o, mejor símil, una especie de espejismo que cuanto más te aproximas más se aleja.  Raúl, que no estaba acostumbrado a los grandes repechos, desistió a los pocos metros de empezar, y Juan, que había empezado muy fuerte y confiado, incluso me había adelantado, metro a metro, fue perdiendo su ventaja para, finalmente, cejar en su empeño. Al terminar mi ascensión en primer lugar, seguido de Juan andarín, y Raúl andarín precoz, desmonté de su mountain bike, primera vez que conseguía finalizar con éxito una pendiente de esas características, y, mientras concluían sus compañeros, se empapó avariciosamente en el agua, como si fuera la última cantimplora del mundo.  Agotados, los 3 compañeros continuaron por pistas, entre vastos trigales, en dirección a Santo Domingo de la Calzada. En el pueblo precedente, Cirueña, después de vagar por la pequeña villa en busca del alcalde, nos sellaron la credencial con el membrete del ayuntamiento, probablemente de la época franquista.  El recorrido de 2 kilómetros hasta Santo Domingo no presentaba ninguna dificultad pues era completamente plana y aunque el firme de arena blanca presentaba algún bache, éste estaba bien compactado.  Llegados a la ciudad del festivo Santo, en dónde el gallo cantó después de asado, las socorridas flechas amarillas nos indicaron, como en todos los lugares visitados, la dirección del albergue.
  Un pequeño paréntesis para añadir que la celebración del XACOBEO`93 tuvo una organización estupendamente dirigida en la que todos los problemas, con sus posibles soluciones, estaban previstos.
  Después de agasajar a los organizadores del evento, voy a continuar con mi peregrinación.
  En el interior del añejo edificio sede del albergue, sito en una estrecha calle frente a una pequeña plaza en obras, aparcamos los vehículos y se dirigieron a sellar la Credencial. En el interior del portalón de entrada y en la parte izquierda, existía una puerta que comunicaba con el cuarto en el que estaba la cocina y las literas para los romeros enfermos o heridos. También era usada por los hospitaleros encargados de dirigir el albergue para reconfortar a los peregrinos heridos.  Nos sellaron las Credenciales y tras hacernos las típicas preguntas mientras charlábamos animadamente con ellos, nos mostraron la gran nave en la que reposaríamos.
Al salir de allí, antes de dar una vuelta, se acercaron a ver la exposición Vida y Peregrinación que, además de ser gratis, les recomendaron los hospitaleros.  Vida y Peregrinación, ubicada en un cercano museo, exponía en varias escenas los diferentes objetos propios de la peregrinación.  Los diferentes vestuarios, desde los harapos del auténtico peregrino hasta las telas que vestía alguna dama en la carroza de su paseada peregrinación; las armas -arcos, ballestas, espadas, mazas, etc.-; cascos de todos los tamaños, para cabezudos de feria y cabecillas de revolución; y las típicas calabazas y crucifijos que llevaban los peregrinos de otras épocas.  Dos horas tardaron en recorrer la extensa e interesante exposición, tiempo en el que la imaginación les transportó a lugares remotos y lejanos en que otros peregrinos, nobles que llevaban su ejército con petos de cuero, armas y escudos para defenderse de posibles asaltantes de caminos, tomaban la peregrinación como si fuese una guerra. -Entonces vi la similitud entre aquellos y nosotros. Ellos a caballo y nosotros en bicicleta, pero todos con un mismo fin, llegar hasta Santiago de Compostela y "pedir un deseo al santo" como si fuese Aladino.
  Llegaron al albergue cuando ya había bastantes peregrinos instalándose en el pabellón interior, por lo que pedimos permiso a los encargados e hicimos lo mismo. En la bodega por la que se accedía al pabellón, amarraron las bicicletas unas con otras. Sobre el tema de cuidar nuestras pertenencias y especialmente las bicicletas, habíamos recibido, y en todas las etapas hubo alguien encargado de recordarlo, instrucciones muy concretas para evitar despertarnos cualquier día sin pertenencias.  Antes de salir a dar un garbeo hicimos una colada -un par de slips, unos calcetines y una camiseta-, y la tendimos en el patio en el que está el gallinero del famoso gallo.  Esa noche ocurrió lo normal cuando en un pabellón, mas de 300 metros cuadrados, se junta un montón de gente, cada uno de un origen diferente, con ganas de cachondeo después del duro trabajo.  Un pabellón atestado de gente; peregrinos, machos y hembras, juntos que no revueltos, compañeros en fraterna convivencia; los músculos relajados por la brega sufrida y el de la risa flojo por el cansancio acumulado; esas ganas de pitorreo que aumentan por momentos; miradas cómplices, recuerdos jocosas y...para qué decir más?, lo siguiente se puede imaginar...
  9 de AGOSTO DE 1993
  Medio cerrados sus ojos, legañosos y con las lágrimas nocturnas, planeando sobre los numerosos cuerpos aun yacentes, perezosos, se molestaban con el único rayo, uno solo, que se colaba por el ventanal, sobrevolando todo el pabellón, y despertaba su adormilada pupila.  Meneó los hombros de sus compañeros peregrinos, parecían cuerpos inertes, para recoger la ropa que habían tendido la noche anterior. Poco después, a las 10 de la mañana, con todo atado y bien atado en sus alforjas, parrillas y bicicletas, salieron con rumbo hacia el pueblo de Belorado. Transcurridos poco menos de 23 kilómetros, después de llegar al pueblo peletero por excelencia, recordó que allí compró su primera cazadora de cuero,  entraron en un comercio de ultramarinos a coger sus provisiones de chorizo, salchichón y pan -todo lo  necesario que necesita el peregrino para su subsistencia-, y fueron a desayuntar en alguna plaza del pueblo.     Desde esa tienda, situada en los arcos de la calle por la que transcurre la general, se acercaron al parque de enfrente. ¡Por momentos pareció un asalto de peregrinos!  Cada cuadrilla, compuesta por 5 o 6 peregrinos ciclistas, se situó en uno de los bancos del parque, próximos al lugar dónde unos jubilados tomaban el sol. Los ancianos gozaron de narices, ya que al sentirse ocupados por una gente extranjera, debieron recordar sus años en la guerra civil española.   El banquete comenzó.  En ayunas los estómagos, no daban crédito a sus jugos gástricos, y en un instante desaparecieron parte de los alimentos.  -¡Qué peregrinos! -dijo-, ¿cómo se os queda el cuerpo?.  -¡De puta madre! -respondieron-, ¡de aquí al cielo!.
  Mientras continuaban diciendo irrespetuosas barbaridades -¡ahí qué pecados hijo!, decía su abuela, ¡os vais a condenar!-, alcohólica cebada en cantidad amarizaban en sus estómagos, dejando sentir síntomas de otra intoxicación etílica.    Dos horas después, hinchado el estómago y beoda la cabeza, retomaron camino hacia ¿quién sabe dónde? con el asesoramiento de Paco Lobatón, insigne investigador.  La idea en ese momento y en esas condiciones, ya no confiaban en su poder, era continuar hasta dónde les permitiesen las fuerzas.  El trecho de camino hasta alcanzar Villafranca Montes de Oca, continuos desvíos e infinitas pendientes de longitud eterna, se podía considerar el típico recorrido para agobiar y asquear al ciclista, indistintamente de lo experimentado o novato que éste sea. En ese punto del recorrido perdió de vista a sus compañeros, pues con el viento en la cola más parecía un reactor en vuelo rasante.    Cuando aterrizó se encontró sólo, compuesto y sin novia.  Había alcanzado las inmediaciones del puerto de la Pedraja, y que gran sorpresa, cuando al disponerme a afrontar la dura subida y mirar al frente, vi a un peregrino real.  Emocionado y sorprendido, contemplando a través de sus emocionados ojos, le dieron ganas de besar la frente del esforzado peregrino... No andaba, no; tampoco iba en bicicleta; ni siquiera se desplazaba en moto o coche. Su medio de locomoción, irónicamente, le mantenía en una posición mucho más cómoda. Él también, durante un breve espacio de tiempo, uso sus brazos como bielas.  El esforzado peregrino era parapléjico, sin trampa ni cartón, real como la vida misma. Se movía con la única ayuda de unos guantes y sus santos testículos.   -¡Y yo pensando que estaba haciendo una machada!  -pensó. 
Desde aquella aleccionadora experiencia se volvió más humilde, se le bajaron lo humos y nunca más osó pensar que nadie le propondría para aparecer en el libro Guinness Worl Records.
  Mientras aguardaba a sus compañeros en la franca villa del ánade distraía sus ideas y atención con la ascensión del otro minusválido que, con fe ciego y golpe de brazo, se encaramaba al duro puerto de la Pedraja.
  Inyectado de ánimos e impresionado por ver otro ser humano intentando superarse, se acercó con recelo a las incipientes rampas del que más tarde seria interminable y eterno puerto.  Negociando las empinadas cuestas y en lucha contra la pereza que atenaza e invade al vago -varias veces estuvo tentado de abandonar su intento y continuar a pie-, reconsideró su cobarde actitud y utilizando tretas psíquicas, como agachar la cabeza entre los brazos para no ver las rampa siguiente, consiguió, después de mucho sufrir, alzarse con una de las primeras metas del largo recorrido que le quedaba hasta Santiago.
  En la cima del puerto de la Pedraja se detuvo un rato esperando a sus compañeros y al comprobar que no venían, después le dirían que habían venido por el camino de tierra, se lanzó hacia abajo, frenéticamente, como una piedra lanzada por una honda.  Durante el descenso recordó las palabras que le transmitió un viejo peregrino: "Muchacho no cedas en tu empeño, ten en cuenta que tras una subida siempre viene una bajada".  Estas palabras, felizmente recordadas cuando se cumplía la profecía del viejo y, amargamente cuando de profecía nada, detrás de la curva dónde parecía acabar, el repecho continuaba con redoblados bríos, fueron un estímulo y acicate que utilizó durante todo el Camino para alcanzar las cimas de los numerosos puertos.  En el final del descenso, ¡porca miseria!, se distinguía una ermita a la derecha y, en la izquierda, un área de descanso en dónde estacionaban un buen número de coches y de autobuses. Los ocupantes mayores de edad retozaban entre las botellas de vino, latas de sardinas, pan y otras viandas, y los chiquillos, menores de edad en su mayoría, jugaban con saltarinas cuerdas, pelotas y montaban en 4 columpios, liberadores de las obligaciones paternas, que las instituciones habían colocado allí.  Apoyó su bicicleta en el cartel indicador, San Juan de Ortega 6 km, situado delante de la ermita, y dirigió sus pasos hacia la fuente, sita en el área de descanso, e inundó su rostro y el sudoroso cuerpo. Mientra tanto, el camino de arena y tierra, que naciendo en la carretera discurría entre la ermita y el cartel indicador,  esperaba pacientemente, quizá desde hace cientos de años, a cualquier ser vivo, incluidos peregrinos, que se dignase a restregar sus patas sobre su polvorienta piel.  Al poco rato les vio descender a gran velocidad.  En San Juan de Ortega, como su antigua profesora de latín,  habían decidido a poner fin a la etapa del día, pues según les habían dicho algunos compañeros les esperaría una sopa de ajos de la que hablaban excelencias. Se trataba del plato fuerte en la cena de hermandad que organizaban los sacerdotes del convento. Además hasta Burgos solo faltaban 20 km., una distancia perfecta para todos, para aquellos que querían descansar un día y para mi que iba a interrumpir mi peregrinación.  El camino, más o menos cuesta abajo, presentaba continuos desmontes, arroyos secos, zarzas y arbustos. Al fin, cuando divisamos la meta, estábamos rendidos, nos dirigimos a la puerta que parecía correspondía a la recepción.  Una vez sellada la Credencial y asegurar con el candado las bicis en el garaje que nos indicaron, entramos por la puerta que había en éste para, tras subir una escalera, acceder a un patio interior. Las puertas que circundaban el patio conducían a las habitaciones para los peregrinos, compuestas por literas de 3 pisos cada una.  Por la puerta anterior a la que nos tocó en suerte se entraba  a los baños y a otras 2 puertas que conducían a las habitaciones leoneras en las que se hacinaban gustosamente, derrotados por la dura jornada, los peregrinos.  El desagradable espectáculo que presenciaron, a un par de peregrinos agresivos que discutían en nuestra habitación por no sé qué nimiedad, nos sirvió de escusa para escapar al bar del mismo edificio a tomar 1 o 2 cervezas.
  Como era costumbre desde hacía muchos siglos atrás, la Sopa de Ajos reunía alrededor de la mesa de la cocina, a las 21 horas, a todos los curas de San Juan de Ortega y a los eventuales peregrinos llegados ese día.  Los aproximadamente 40 romeros pusieron en la mesa lo que tenían para comer: frutas, chorizo, bacon, queso, pan galletas, frutos secos, chocolate, etc.; por su parte, los hospitaleros del santo lugar mandaron a los cocineros a su servicio agasajarnos con una deliciosa sopa de ajos.  Se preparó una cena de hermandad peregrina cajonuda. Animados por e vino de la tierra todos se liberaron de sus complejos, él el primero, y relatamos en tono jocoso los secretos motivos que nos habían llevado a realizar la peregrinación.   Antes de retirarnos, San Miguel nos guió hasta el bar.  Al regresar hacia los aposentos, llevaban un punto de mareo que junto con la docena de puertas que tuvieron que laberintear, lograron que cayesen rendidos sin necesidad de abrir los sacos.
  10 de AGOSTO DE 1993
  De buena mañana, sin desayunar y con un tiempo bastante bueno para andar en bicicleta, salimos de San Juan de Ortega por un camino que, usado por los peregrinos a pie, estaba decorado con variada vegetación.  Primeramente bordearon un pequeño bosque caducifólio de clima mediterráneo y continuaron por una serie de pequeños repechos que finalizaban en un bonito páramo castellano, árido y desprovisto de cualquier vegetal además de aquellas escobas, zarzas y otras hierbas rastreras.   Llegaron a las postrimerías del páramo, después de reptar o saltar alambradas para un inexistente ganado, evitar setos y algunos matorrales, descendimos por su extremo este, lugar desde dónde se divisaba Burgos. Un pequeño descenso nos conduciría a Cerdeñuela de Río Pico.  En el único bar existente solicitamos unos bocadillos y, regados con 1 o 2 cervezas, pasamos buena parte de la mañana hablando con Mari Carmen que, de buen año, conversó con nosotros hasta la 1 del mediodía, supongo que para hacer algo de caja en aquél solitario lugar con los primeros peregrinos del día . Una vez tuvieron las panzas llenas de burbujas y la cabeza de borrosas imágenes, continuaron camino hacia Burgos, lugar en dónde me despediría de mis compañeros de peregrinación.  La primera parte del corto camino hasta Burgos por un sinfín de carreteras secundarias que desembocaban en la peligrosa carretera general a Burgos.  Perro viejo  y conocedor de aquellos lares, llevó a los demás ciclistas hasta el Parral sin ningún tropiezo.  Isma y Quique continuarían, después de tomar un respiro, hasta el refugio de Hornillos del Camino, mientras Juan y Raúl, agotados por los 5 días de inmisericordes esfuerzos, deciden quedarse en el albergue burgalés y dar caza a los destacados la jornada siguiente.  Los 3 solos como al principio del camino, se inscribieron en la mesa de su conocida voluntaria y después de reservar unos lugares libres en los barracones, cada uno por su lado, fueron a darse la merecida ducha.    En aquél preciso momento recordé a los simpáticos deportistas que hacia unos días me habían desalojado de los aseos.  Bastante mejorados en su presencia, con su única camiseta limpia a juego del único y mugriento culote, salieron sin bicicletas -se lo agradecieron sus espaldas y su final sobre todo-, a dar una vuelta por la capital burgalesa.  El Arco del Cordón, el Puente de San Pablo, la maltrecha catedral y otros monumentos burgaleses, habían sido puestos para ser contemplados por los ojos ajenos e ignorantes de otras épocas, hoy, ojos de peregrino que admiran, cansados de ver las deformes piedras de la vida, otras que atisben belleza o algún vestigio de inteligencia humana.  A las 10:45 de la noche, degustaban unos pinchos y unas cervezas cerca de la catedral, cuando alarmados por la hora, a las 11 p.m. cerraban la entrada del Parral, salieron pitando hacia el albergue. Aunque los 3 hicieron el trayecto juntos hasta la entrada, como cada uno iba a un barracón distinto y él tenía miedo de quedarse en la calle, salió corriendo medio borracho perdido hacia el entreabierto barracón de madera.  Apenas se percibían hoyos y toperas, y sus tobillos, contorsionados como bailarinas de circo, no pudieron resistir tanto ejercicio, y agotados, cedieron y lo llevaron al suelo.  Esa noche, como la mayoría desde que salio de Roncesvalles, reposó entre los vapores que emanaban de los alambiques en que habían convertido los poros de su cuerpo.  También era cómplice del desconocido sueño animal el que reposaba lejos de sus alborotadores compañeros, de los cuales no volvería a tener noticia hasta la próxima peregrinación.
  DIA 11 DE AGOSTO DE 1993
  Por la mañana, después de despedirse de Raúl y Juan, nunca supo si solo fue un sueño, adecentarse un poco y realizar la operación matutina que todos los días debe realizar el peregrino antes de emprender su marcha, pilotó su bicicleta por las calles de Burgos hasta llegar a la estación de autobuses, en dónde se enteró de la hora de salida del autobús que iba a Quintanilla de Escalada.  Mientras hacia tiempo hasta la salida del autobús fue a buscar una oficina del Banco de Bilbao para sacar dinero y poder desayunar en condiciones. En el cajero me ocurrió un episodio que, como siempre ocurre, iba a poner la característica guinda a mi peregrinación.  Inserto la Visa en la ranura del cajero y al pedir tímidamente el saldo, el susodicho cajero me devuelve un panfleto propagandístico tal que así...

Al ver que no tenía fondos, tenía un hambre de lobo siberiano, se introdujo en la oficina y haciéndose el tonto le dijo al empleado...
-Por favor, ¡me podría decir si han ingresado la pensión?

-Sí, ya está ingresada -respondió.

-Pues entonces, ¿cómo es que no tengo saldo?

-Es que tenía la cuenta con saldo negativo y la pensión no lo ha cubierto.

-Bueno, tendré que tirar de la Visa, (...pensó el número pero no lo recordaba -algo típico en él)

-¿Me lo podrían decir? -preguntó

  Una mujer joven se ensaña con el ordenador y le obliga, por medio de ignoradas órdenes, a vomitar la clave de la tarjeta. Le dijo si quería que se lo apuntara...-a lo mejor se le olvida joven!, pero él, orgulloso que era, le respondió en tono auto-suficiente que no... -muchas gracias, ahora ya lo recuerdo.
  El 2711, era el número en cuestión, que pertenecía a la fecha de nacimiento de su hija, utilizaba esa clave porque pensó que lo recordaría mejor, pero la resaca de ese día había obitado su memoria. Salió fuera, con la intención de aprovisionarse se 5000 pesetas. Introdujo de nuevo la tarjeta, esta vez con el riesgo asumido, y le pidió por favor que soltase la pasta. El solícito cajero, cuyo circuitos ya sabían  que más tarde el empleado de turno va a cobrarme las 5000 más los usureros intereses, suelta por su estrecha ranura el billete morado.  Estimulado por el éxito con la máquina, recordó la película "Coge  la pasta y corre" y corrió, corrió hasta el bar de la estación, dejando, como solo le puede ocurrir a un peregrino olvidadizo, la tarjeta en la ranura del cajero.  En el bar situado frente a la estación de autobuses, tomó un vaso de café con leche porque no tenían Cola-cao, con un bollo de mantequilla y se dispuso a desmontar, en el último o antepenúltimo rito peregrino, la mountain-bike y los demás aparejos que transportaba.  Sin su rueda trasera, parecía un guerrero cojo, mutilado en la batalla, esperando una ambulancia que lo trasladase al hospital más cercano, es ese caso Quintanilla de Escalada.  Sentado en el oscuro banco de la estación, mientras esperaba al autobús, se le pasó por la cabeza telefonear a Bilbao para sorprender a mis grandes amigos y comunicarles que el peregrino errante, en el que no confiaban que hiciese el Camino, les hablaba desde Burgos, recién llegado de Roncesvalles en los Pirineos, después de haber dejado atrás Pamplona, Logroño,... y muchos pueblos más. Pero todo se quedó en eso, en un pensamiento. Por un lado, sabía que ellos no tendrían tiempo material, eso se lo dirían a todas, y por otro, no le gusta hacerse notar ni darse importancia.  A la hora prevista, después de un viaje bastante cómodo, llegaron a Quintanilla de Escalada.  A orillas de la general, espectadora de mi salida desde Burgos, sacó la bicicleta del maletero del autobús y la montó con una rapidez digna de Perico Delgado. Ya tenía un callo increíble y los dos, mi mountain bike y él, como un solo cuerpo en el erótico baile del pedaleo, tomaron dirección a Ruerrero.  Nunca se imaginó que 20 kilómetros, después de 6 días entrenando en las más duras condiciones de terreno, de vida desordenada y comidas acotadas prácticamente al bocadillo, las cervezas y un café con leche de vez en cuando, podían costarle tanto trabajo.  Eso sí, nunca después de 20 kilómetros, ni siquiera después de 300, había sido recibido con tal apoteosis.  El bullicio era estrepitoso, los vítores y aplausos ensordecedores y las exclamaciones de "olé torero" dejaban en ridículo a "El Cordobés" en la plaza de las Ventas, por poner un ejemplo; niñas, niños y jóvenes le suplicaban autógrafos; los sembradores de bulos sobre su fallida e irreal peregrinación enrojecían de tal manera que aparentaban brasas ardiendo y le suplicaban perdón; las viejucas y viejucos oraban y daban gracias a Dios, brazos en posición invocadora, por haberme traído con buena salud y tan color tan sano... ¡Lo había conseguido!, ¡ya era profeta en la tierra de mis antepasados!.
  A pesar de que habían reconocido mi gesta con una inusual exteriorización, suficiente para el común de los mortales, se sintió insatisfecho y receloso por ser conocedor de los dimes y diretes de los que sería objeto a partir de ahora.
  Se lanzó hacia el bar de Serafín, centro de reunión de las personas más influyentes del pueblo, para en un gesto de chulería, mostrar su Credencial de Peregrino.
  Entro en el bar como un vaquero entra en los bares de las películas del Oeste, extendió la incompleta Credencial encima de la barra del local, apartando los vasos de tinto, y llamó la atención del dueño, para que inspeccionase la tira de papel. Miró los 16 sellos, muestra de los lugares visitados y, con un demoledor comentario.. -¡pero si no está completa, faltan un montón de sellos!    Mientra tomaba un refresco, evité el supino deseo de tomar una cerveza para hacer notar la marca de la peregrinación, se acercaron bastantes paisanos con la intención de interesarse por la peregrinación, indagar del viaje y tener tema de conversación todo el mes.  Se hicieron muchas preguntas durante aquél interrogatorio, como ¿qué tal el viaje?, ¿dónde había dormido?, ¡bah, seguro que los puertos los subías andando!, ¿y esas heridas que traes, de qué son?, ¿te caías, eh?, ¿había peregrinas?, ¿dormíais todos juntos?, ¿menudas juergas, no?...
  Al cabo de un buen rato, cuando los periodistas hubieron saciado su hambre de buenas o malas nuevas y se despistaron, ansioso por deshacerme de mi brava mountain-bike y todas sus rémoras, escapé en precipitada huida hacia el "hogar, dulce hogar".
  Descargó todo, dejó la bici limpia de polvo y paja y, después de prepararse algo de comer con lo que saciar su "carpantesca gazuza", se dirigió hacia la dulce cama de su habitación para reposar "MI PEREGRINACIÓN".