Y, a pesar de todo, leer una de sus historias en colaboración con Milazzo es un ejercicio de reconciliación con el cómic. Su humanidad, sensibilidad y conocimiento de la naturaleza humana, sus personajes rebosantes de verdadera pasión, amor, odio, alegría, melancolía… vida en definitiva, consiguen que el lector no permanezca indiferente ante ese trozo de papel con tinta impresa.
Este inmenso talento viene complementado en la mayoría de su obra por el arte de otro gigante del comic: Ivo Milazzo. Frente a la línea excesiva, la sobrecarga gráfica y el efectismo vacío, la sencillez y sensibilidad instintiva de Milazzo lo convierten en una figura singular. Una mancha, una sombra, un trazo, consiguen aportar a un rostro o un paisaje matices imposibles de captar con un millar de líneas. Cada una de sus planchas es una prueba de su dominio de la gestualidad y anatomía humanas, plasmadas con exquisita suavidad.
Durante décadas, las trayectorias profesionales de ambos son difícilmente disociables. Ivo Milazzo (Tortona, 1947), había iniciado su carrera al comenzar la década de los setenta con el seudónimo de Giavo, publicando en diversas revistas como “Horror”, “Super Vip” o “Sorry”. Precisamente en la primera de ellas, con un relato titulado “Il Cieco” (1971), tendría lugar el inicial encuentro con quien será su inseparable proveedor de historias, Giancarlo Berardi. Éste había estudiado arte dramático y tenido algún que otro escarceo musical antes de orientar su carrera definitivamente hacia los guiones historietísticos, sendero en el que encontró proyección, precisamente, tras la formación de equipo artístico con Milazzo.
Para “Sorry”, Berardi escribió “Il Palafita”. Ya con Milazzo, firma varios episodios de series como “Diabolik”, “Silvestro” o “Tarzán” junto a numerosas historias de extensión variable publicadas en igual número de revistas. En 1976 nace la obra que marcaría el inicio de la madurez de ambos autores, “Tiki, el muchacho guerrero”, serializado en “Il Giornalino”.
A partir de ese momento, la trayectoria del dúo italiano se hace indispensable en cualquier tebeoteca que se precia. “Skorpio”, publicación de L´Isola Trovata, serializaría “Wellcome to Springville” (1977-1978), serie de historias cortas (cuatro de ellas dibujadas por Milazzo y el resto por Renzo Calegari), publicadas en España por “Blue Jeans”.
El año 1977 será también memorable por el nacimiento de “Ken Parker”, uno de los ases del género western junto a “Blueberry” y “Comanche”. El personaje había debutado tres años antes, en 1974, en la revista genérica dedicada al género del Oeste “Collona Rodeo”, de la editorial Cepim. El editor, el milanés Sergio Bonelli, quedó encantado con el personaje y ofreció otorgarle revista propia, si bien esto se concretaría, como acabo de mencionar, unos años más tarde, en un formato algo mayor que el de bolsillo, de cadencia mensual y con una extensión cercana al centenar de páginas en blanco y negro.
Las aventuras de este trampero americano en el último tercio del siglo XIX, ligeramente inspirado por el Jeremías Johnson encarnado en la pantalla por Robert Redford, constituyeron un gran éxito popular, con ventas de decenas de miles de ejemplares. Y eso que el cómic jamás tuvo pretensiones de gran obra ni gozó de un particular apoyo publicitario. Entonces, ¿cuál fue la clave de su triunfo?
Como siempre en estos casos, es probable que no haya una sola respuesta, pero, en cualquier caso, el público italiano, muy fogueado en el género del western y habituado a consumir multitud de historietas y películas de esa temática, supo apreciar el inteligente tratamiento que Berardi dio a su personaje. En tanto que el teniente Blueberry de Charlier y Giraud adoptaba un tono marcadamente épico de ritmo imparable, y el “Comanche” de Greg y Hermann se aproximaba a la aventura más clásica, Ken Parker elige un camino distinto: profundizar en la faceta humana de la Conquista del Oeste.
Los denominados genéricamente como hombres de la frontera, a menudo tramperos, cazadores, exploradores o guías de expediciones, fueron una piedra angular en la Conquista del Oeste. De carácter independiente, resistentes a todo tipo de penalidades, obstinados y supervivientes natos, estas figuras contribuyeron a ensanchar los límites de su joven nación. Los nombres de la mayoría de ellos cayeron en el olvido o nunca llegaron a salir del anonimato, pero algunos como Daniel Boone, Kit C
Su forma de vida ha quedado inmortalizada en multitud de relatos y películas, aunque la realidad solía ser más menos romántica. Trabajaban en solitario o a sueldo de grandes compañías peleteras, vivían en una irregular relación de lucha-armonía con la Naturaleza, utilizando mil y un trucos para sobrevivir y confraternizando o combatiendo con los indios según se terciara. Muchos de ellos tomaron como esposas a mujeres indias, pasando más tiempo en la tribu que con la gente de su propia raza.
Ken Parker es uno de esos hombres: autosuficiente y en silencioso conflicto con la sociedad urbana, a lo largo de los episodios le vemos ganándose la vida como trampero, explorador militar, buscador de oro, cowboy, guía de caravanas, sheriff… Su peripecia vital nos acerca a los escenarios más conocidos de la epopeya americana, pero no a través de los grandes nombres y acontecimientos, sino de la mano de anécdotas cotidianas y anónimas. Aunque Parker se mueve principalmente por los estados del noroeste (sobre todo Montana), sus aventuras le llevarán a Washington, México, California o el ártico canadiense.
Como Blueberry, Ken Parker acusa el paso de los años no solo en sus rasgos, sino en su temperamento e ideales. Pero el tiempo, los errores cometidos y la pérdida de amigos y seres queridos no lo convierten en un cínico o un “duro”, al menos en lo que se refiere a su vida emocional. La Naturaleza ha endurecido su cuerpo, pero no su corazón. Su talante es pacífico y noble y, aunque nunca busca problemas, no duda en enfrentarse a ellos si es necesario. Y eso es lo que ocurre sobre todo en las primeras aventuras, dominadas por la violencia, la venganza y la muerte.
Parker sufrirá por el asesinato de su hermano y el de algunos colegas tramperos, la injusta muerte de civiles inocentes atrapados en una ciudad sin ley o la masacre de tribus enteras de indios a manos de los ignorantes y sanguinarios militares dirigidos desde Washington por políticos sin escrúpulos.
Pero de forma gradual, y sobre todo a partir del séptimo número, la serie va reduciendo su contenido violento y serenándose para servir de amplia reflexión sobre el espíritu y la naturaleza humanos. Desde el principio, Berardi se había concentrado, más que en la trayectoria vital de su creación –que se desarrolla por si sola, sin ayuda-, en aspectos muy concretos de la historia del Oeste y sus protagonistas anónimos.
Parker a menudo no es más que un testigo silencioso e impotente de los acontecimientos que se desarrollan a su alrededor. Algunos de los tópicos y temas que sirven de eje central a la colección son: el brutal tratamiento a los indios (“Largo Fusil”, “Chema
Las historias de Berardi son una envolvente mezcla de descarnada realidad, humor, ternura y tragedia. Las cosas no siempre se desenvuelven como a protagonista y lector les gustaría y los finales tristes o, como mínimo, agridulces, son habituales. La muerte nunca anda lejos y su temible visita a muchos personajes siempre es un golpe para el lector quien, merced al buen hacer de Berardi, ya ha tenido tiempo de tomarles aprecio.
Historias de violencia y acción trepidante (“Mine Town”, “Canallas y Héroes”, “Sangre en las Estrellas”) se mezclan con otras que no esconden la dureza de la vida en la frontera (“Tierras Blancas”) u otros episodios rebosantes de sentimiento y ternura (“Chemako”, “Tierra de Hombres”…), eso sí, sin llegar nunca a convertirse en un pastiche empalagoso.
Insertados en los diferentes episodios, Berardi hará gala de su cuidado trabajo en el aspecto documental, mostrándonos matices verídicos de la vida y la historia del Oeste, sin cometer, eso sí, la equivocación de caer en el afán didáctico (defecto que abundaba en las narraciones de, por ejemplo, Charlier) o la exhibición pedante.Las costumbres y vida cotidiana de los esquimales no dejarán de sorprender a Ken Parker durante su estancia con ellos (“Tierra de Hombres”); la caza de la ballena y la vida a bordo de un navío de hace 150 años se nos mostrará en “Caza en el Mar”; el oficio de los cowboys queda perfectamente reflejado en “Hombres, Bestias y Héroes”…
Porque sin ningún género de dudas, una de las principales razones del éxito del personaje fue la construcción de personalidades, el retrato de su carácter, su comportamiento y sus sentimientos; vida interior que, de una manera brillante, se sobrepone al tiempo que impulsa a la mera aventura. Amor, odio, compasión, venganza, alegría… toda la riqueza emocional que el ser humano es capaz de disfrutar o padecer, se da cita en los diferentes episodios de Ken Parker.
Los secundarios de la serie son los depositarios de todo el drama, la pasión y el alma de la serie, seres con una fuerza, humanidad y verosimilitud en muchos casos superior a la del propio Parker. Kirk Collins, un trágico revolucionario torturado por su pasado (“Canallas y Héroes”); el reverendo Kovac, atrapado entre sus creencias y la sangrienta realidad (“Mine Town”); Ramón, un ingenuo y retrasado gigante cuyo amor por su traicionera esposa es su única razón para vivir y morir (“Bajo el cielo de México”); los maravillosos esquimales y sus peculiares costumbres, todo un mosaico humano de inestimable sensibilidad, humor y pasajes inolvidables (“Tierra de Hombres”); la irascible e impulsiva Pat O´Shane, con quien Ken compartirá varias aventuras hasta que se completa su transición de niña a mujer; o el sanguinario Butch, asesino de pieles rojas (“Butch el Implacable”) son sólo algunos de los ejemplos de personajes absolutamente memorables de la serie.
Por otra parte, abundan los homenajes que Berardi y Milazzo introducen en varios episodios y que apuntan al gran carió que ambos sienten por los grandes del género: “Un hombre inútil” es un recuerdo de “La Legión Invencible” de John Ford; “Caza en el Mar” remite inequívocamente a “Moby Dick” de John Huston; “Butch el Implacable” vuelve a contar de otra manera la historia de “La diligencia”; en “Hombres, bestias y héroes” hacen su aparición muchos de los inmortales del género, como Tex, Zagor, Blueberry o Lucky Luke, además de los propios Berardi y Milazzo; algunas de sus viñetas, además, rinden un hermoso homenaje a muchos de los hermosos cuadros que Remington y Catlin pintaron sobre la vida en las praderas.
En cuanto al aspecto gráfico, si bien Milazzo fue el creador original del personaje, el brutal ritmo de trabajo mensual hace que la editorial delegue a menudo en otros artistas, como Giancarlo Alessandrini, Carlo Ambrosini, Renzo Calegari, Giovanni Cianti, Alfredo Castelli, Tiziano Sclavi, Bruno Marraffa, Renato Polese, Sergio Tarquinio y Franco Giorgio Trevisan. El nivel de los mismos va de lo mediocre a lo profesional, pero ninguno de ellos consigue hacer sombra a Milazzo, quien con su estilo sencillo y espléndido sentido del tiempo narrativo es el complemento perfecto para las historias de Berardi.
Un par de trazos de Milazzo bastan para transmitir emoción, sentimiento, fuerza. Y no necesita más. Las viñetas del italiano tienen la rara virtud de decirlo todo usando muy poco. Rostros y cuerpos, parados o en movimiento, son un ejemplo de gestualidad conseguida a través de la simplicidad, un talento sólo reservado a los mejores.
La colección del personaje se prolongaría 59 números hasta 1982. Sin embargo, Berardi y Milazzo no habían acabado con su rubio trampero. En 1984 aparece el primer capítulo de lo que sería la segunda etapa del personaje, “Las Crías”, veinte páginas a color sin una sola palabra, un auténtico desafío superado con apabullante éxito.
A continuación vendría “Un príncipe para Norma”, auténtico homenaje a dos figuras tan dispares como William Shakespeare y Marilyn Monroe, dibujado por Milazzo y Trevisan. “Soleado” y “La luna de la magnolia en flor”, ambas sin texto, son emotivos relatos completamente depurados que se sostienen gracias al talento narrativo de Milazzo.
En esta segunda etapa la Naturaleza y la ecología cobran un peso fundamental: el desierto, los bosques indómitos, el transcurrir de las estaciones… y los animales. “Soleado”, “Las crías”, y “La luna de la magnolia en flor” tienen como denominador común el co-protagonismo de los animales, ya sean ciervos, caballos o castores, cuya particular lucha por la supervivencia corre pareja a la de Parker, siendo de hecho el foco alrededor del cual se centran los momentos más intensos de la historia: ternura, emoción, tragedia y humor se dan cita con más fuerza si cabe que en la época anterior, todo ello arropado por el dibujo de un Milazzo más inspirado que nunca en trazo, composición y color. Unas historias, en definitiva, que muestran las cotas artísticas a las que es capaz de llegar el cómic.
Algo parecido ocurre con el álbum “Lily y el Cazador”, publicado originalmente como nº 25 de la serie original en 1979, si bien aquí el dibujo de Milazzo aguanta mejor el aumento de tamaño. En cualquier caso, se trata de una bellísima historia sobre la amistad y la voluntad de sobrevivir inherente a todos los seres vivos.
Ken Parker no es quizá un cómic que llame la atención a primera vista. Pero basta comenzar a leer cualquiera de sus entregas para sumergirse en la historia y maravillarse de la capacidad del medio para dotar de vida a un conjunto de líneas y sombras. Para gourmets de la buena historieta.
Artículo original de Un universo de ciencia ficción