Kerouac: 40 años del mito
Kerouac, en cierto sentido, aunó en sí un mito: la america salvaje, improductiva y libre en el interior del puritanismo protestante capitalista fundacional de los Estados Unidos de América de la posguerra. Pero, ¿qué significa Kerouac hoy?
Posiblemente, en un momento dónde la figura literaria más cercana a Kerouac sea Roberto Bolaño -basta leer las reseñas del New York Times o ver las principales mesas de las librerías de New York o San Francisco para darse cuenta de la analogía- es que tomamos conciencia que el elemento que Kerouac puso en el canon literario norteamericano como añadido es lo extraño a la matriz de una nación: sea lo negro, lo indio, lo ajeno. En Kerouac es lo anómalo desde el interior: su francofonía -su nacimiento en una comunidad francófona de Lowell, Massachustets.
Pero veamos a Kerouac hoy: 1) ignorado por la academia, 2) fuera del canon, 3) mito olvidado por las nuevas generaciones de escritores -en detrimento de Burroughs-. En ese sentido, no resulta curioso que hoy el elemento anómalo reactivo (contracultural) que resulte análogo venga de un escritor como Bolaño que se definía así mismo como “latinoamericano”. Hoy lo anómalo, el golpe, el beat, el ritmo, la sacudida, la reversión, lo salvaje a las roots blancas, puritanas, capitalistas, protestantes venga de un “latino”. Y es que Kerouac si hoy viviera sería latino -primera conclusión-. Sí, latino. Un Kerouac fuera del canon que, sin embargo, paradójicamente, no puede partir más que del canon norteamericano: Whitman, Melville, Thoreau, pero también, en cierto sentido, de Scott Fitzgerald. A pesar de su deseo de ser un dostoievskiano, un niezstcheano zen amateur, nunca dejó de ser -tal como lo reconocía- un católico norteamericano. Pero Kerouac también fue un místico, un santo -similar a San Agustín-. Un artista del exceso, del dolor, del vacío.
Kerouac era América -Estados Unidos- en carne viva. Quizá la representación más natural de América. El cuerpo de Kerouac padecía las dos Américas -y las que hayan-: los valores de los padres fundadores y el desengaño de la posguerra constituido por la contracultura: el último grito de lirismo antes de que el pop art copara la escena y todo deviniera ironía, parodía y marketing. Y resulta claro que ese mito de Kerouac en la literatura tuvo mimesis en otras artes: Pollock en la pintura y Coltrane en la música. Todos ellos místicos, excesivos, alcohólicos. Kerouac, Pollock y Coltrane son América. Son, como diría Deleuze, la desterritorialización, la fuga que intenta evadirse al control de los valores patrones -y a la vez emerger de ellos- de los Estados Unidos: God, Work y Nation. Kerouac es lo fascinante de América, pero también lo cool. La contradicción viva. La fuga y el control. Está claro: no hay escritores norteamericanos hoy que vibren en la sintonía de Kerouac, los hay grandes en plena actividad: Roth, Pynchon, McCarthy, Chabon, Lethem, Eggers. Pero son todos demasiado “integrados”, así sea lateralmente. Precisamente, por ello, el “nuevo Kerouac” será latino.
Kerouac también es la masculinidad más compleja. Como Brando, James Dean o Mickey Rourke pertenece a ese linaje de hombres americanos fuertemente masculinos -íconos de hombría- que no ocultan cierta feminidad. La sexualidad de Kerouac es como el sexo de los ángeles -lejos de Burroughs o Ginsberg: gays-, su relación con mujeres y hombres siempre fue compleja, densa. Clara está su adoración a las mujeres, su romanticismo exacerbado hacia sus mujeres pero también su adicción a las prostitutas. Y simultáneamente sus compañías fraternas con hombres -Dean Moriarty-. No hay bisexualidad en Kerouac: hay experiencias -dentro de las cuales las hay homosexuales. No hay categorías en ese sentido.
Kerouac como ícono cool. Un concepto que tiene una genealogía nítida: el término cool aparece a fines de los años 40 y durante toda la década del 50 en los Estados Unidos, particularmente en Nueva York y luego en la costa californiana. Para los beatniks, jazzmen y los hipsters de California lo cool era una sensación ambigua, generada por la música (el jazz) que producía un efecto decontracté pero bajo control a la vez. Literalmente, cool es frío; pero para los beatniks representaba un estado de despreocupación sabia, una suerte de libertad conceptual, sin coerciones, para actuar con lucidez y gozo frente a ciertas situaciones (be cool). Surgido en los ghettos negros, lo cool era cierta tranquilidad en el estado anímico pero no pasivo sino una parsimonia en las acciones que implicaban una dosis de sapiencia oriental, sobre todo producto de las lecturas del zen y el taoísmo. Lo cool era un desprendimiento relajado y elegante; una especie de austeridad chic y distinguida que hacía frente al horror posterior a la guerra y al sin sentido del mundo. Claro que el estado cool era insuflado por los sonidos del jazz pero que luego se extendía a una práctica cotidiana en la existencia de los beatniks. En este sentido, éstos perseguían cierto legado de los dandys parisinos, de los flaneurs de fin de siglo XIX, con Baudelaire a la cabeza -un maestro para Kerouac-. Lo cool era una vivencia estética de las cosas; un estado de distinción algo paródica pero con fugas místicas a la vez; una mística fuertemente práctica como la que pregonan Lao-Tsé y Chuang-Tzu al proponer un camino de alegría alejado del cinismo o el compromiso político alienante al individuo.
La existencia cool de Jack Kerouac es propia de la edad contemporánea. Nace como tal con el mundo jazzero y beat, que auguraba al vivir como una elección estética y no política -Kerouac siempre fue una suerte de anarquista de derechas, hasta devenir un conservador-. La exsitencia cool dentro de la cual se enmarca la vida de Kerouac nace en el marco de una generación a la que le interesaba la poesía, el humor, la mística, la sexualidad y los alucinógenos y que no se resignaba a vivir como la anterior generación perdida de entreguerras. Ese dejar de lado lo político, era a la vez, un acto fuertemente político. Los beatniks pretendían distanciarse de las izquierdas marxistas y de las derechas solemnes, y la actitud cool era la manera en que podían afirmar su derecho a habitar poéticamente, es decir, estéticamente.
La mayor lección de Jack Kerouac hoy, olvidado, extemporáneo, es la reivindicación de la propia vida como elemento de resistencia. Como decía Gilles Deleuze: lo importante está en el medio, en “el camino”. Contra la conciencia historicista de Europa, la literatura y la vida de Kerouac fueron el devenir del presente. En eso fue americano -no puedo ocultar mi profunda admiración a tamaña proeza.
Jack Kerouac murió el 21 de octubre de 1969 en Florida.
Por Luis Diego Fernández