Sigo descubriendo Khiva, convertido en personaje de película de Disney, descubriendo con ojos infantiles unas cruces de color verde agazapadas en la abigarrada ornamentación arábiga. Son éstas una referencia simbólica del zoroastrismo o seguidores de Zarathustra. Para empaparme aún más de la idiosincrasia de esta tierra de colores y calores intensos visito los museos que me salen al paso. Ya ha penetrado en mi sistema sanguíneo el aluvión de madrasas, más de 20 en la pequeña ciudad.
Ninguna se dedica ya a aleccionar sobre los versículos sagrados y salmos del Corán. En su interior hay mercaderes con productos autóctonos, mayormente cerámica, madera y textiles. Aquí son las mujeres las que se dedican al laborioso y meticuloso oficio de la elaboración de tejidos, maravillosas telas, tapices, alfombras, todo pasa por esas manos veloces y avezadas. La madera, tallada, convertida en piezas artísticas, es asunto masculino. Ahora es tiempo de acercarme hasta el mausoleo del héroe nacional por antonomasia, Pahlavan Mahmud (1247-1326). Este hombre era todo un prodigio, un cúmulo de cualidades y aptitudes propias de un héroe de leyenda, sin duda. Hercúleo, médico, poeta, polifacético en el más amplio sentido de la palabra. El mausoleo es el principal centro de culto en Ichan Kala o intramuros. El eximio maestro sufí murió a la asombrosa edad de 80 años, una proeza nada desdeñable incluso ya en nuestros días. El interior viene a ser una iteración de ornatos arabescos con profusión azul y esas maderas labradas que resucitan el ánimo del más pintado. Para unas vistas de águila, desde los altares más rayanos al cielo, es una excelente opción el minarete de Islam Khodja, el más alto de la ciudad (57 metros), uno de los referentes indispensables de la ensoñadora Khiva. Precioso, altivo, adornado con unos preciosos anillos en forma de mosaico azul sobre ladrillo visto y esmaltes verdosos. También me deja emocionado la mezquita Dzhuma, siglo XVIII, con su despliegue de columnas, más de 200, y una capacidad interior como para alojar a medio millar de feligreses.
Algo sencilla, eso sí, algo oscura, me envuelve como un manto el olor a madera vetusta. Una leyenda negra persigue a este entorno de plegarias y rezos. Una historia verídica en realidad. Y es que a causa de las aguas subterráneas dos minaretes colapsaron y al desplomarse ocasionaron la muerte de los feligreses que allí oraban. Muy impresionante es el alcázar Kunya Ark (siglo XVII), así como toda esta ciudad embellecida, siguiendo las huellas de la antigua región de Khorezm.
Pasa el tiempo y sigo atrapado en las garras del palacio de Tash Khauli, que es inabarcable. Ya estoy inmunizado a la decoración abigarrada de estos lares y mi vista se relaja un poco. Según los designios de Alakauli Khan se erige este centro entre 1830-40, el Tash Khauli o “patio e piedra”.