La historia, que hereda la figura del Big Daddy como emblema, centra su atención en Kick Ass y en Hit Girl. Ambos, jóvenes adolescentes, le imprimen un valor teen a la trama. Sus enredos de instituto y sus líos de guays y frikis dejan momentos de película orientada para otro tipo de público. Sin embargo, en el otro lado está la acción y la violencia que estos superhéroes irremediablemente llevan dentro de sus personajes.
Con partes algo sensibleras y con partes repletas de violencia exagerada, la figura del malo, el Motherfucker (el Hijoputa, que es Bruma Roja, de la primera parte) toma una importancia tan elevada como su locura. Es él quien propone el argumento de la película, a la que anima, mueve y acelera. De esta manera, el antihéroe pone contra las cuerdas a Kick Ass, que se pasa media película intentando convencer a su nueva amiga Hit Girl que no deje lo que más le gusta hacer: justicia. Kick Ass, esta vez, se junta con otros héroes entre los que destaca el personaje de un Jim Carrey algo apagado.
Una vez más, Aaron Taylor-Johnson, Christopher Mintz-Plasse y Chloë Grace Moretz repiten protagonismo en esta entrega que tiene una dosis de humor poco lúcida aunque no peor que la primera parte. Sumado a un guión flojo, sólo las escenas de acción a veces salvaje y las gotas debidas al cómic original salvan una repetición de varias tramas más vistas que el sol. Parodiando a los grandes superhéroes, dejandolos en ridículo, y haciendo algunas paralelismos obligados, Kick Ass 2: con un par no durará mucho en las salas de cine.