La capital de Ucrania no es un destino turístico habitual, pero es una ciudad con una interesante historia, la del nacimiento de Rusia
Por Andrés Vegas
Escribo estas líneas desde Kiev. Me encanta venir a Ucrania.
La parte curiosa de estos viajes siempre empieza en el viaje mismo, todo suele ser diferente. Y mejor. Ya en la cola de embarque ves caras llenas de ilusión por volver a su tierra, gente que empaqueta sus cosas en bolsas de plástico, en bolsas de rafia del Carrefour o en cajas, les da igual. En el avión, quien más quien menos se toma unos cuantos vodkas, se comparte la comida preparada en casa y el bullicio va en aumento a medida que el alcohol se trasiega y cruzamos el telón de acero que nos separó de ellos tantos años. Al aterrizar, aún rodando a cierta velocidad por las pistas de Boryspil, siempre dos o tres se quitan los cinturones, se levantan a recoger sus bolsas… hemos llegado!, ¡a aplaudir todos!.
Los ucranianos siempre me han parecido muy buena gente a la que la historia seguramente no ha tratado como se merecieran. El poderoso imperio ruso se originó en Kiev (la Rus de Kiev), esa fue su capital en aquel siglo X que le vio vestir sus mejores galas y desde ella gobernó el príncipe Vladimiro I, primer gran monarca del mundo eslavo y al cual deben la conversión al cristianismo ortodoxo.
Después Ucrania ha ido avanzando por la historia a salto de mata: primero los mongoles se les metieron hasta la cocina y arrasaron Kiev en 1.240, más tarde se integró durante tres siglos en la República de las Dos Naciones de Polonia y Lituania y, después de unas cuantas peleas con los turcos, en el XVIII se unió de nuevo a Rusia. El círculo parecía cerrase. Durante la época soviética tuvieron sus más y sus menos con esos jovencitos hijos de papá que secuestraron la incipiente democracia rusa, y entre Lenin y Stalin mataron a unos 10 millones de ucranianos. Ahí empezaron las tiranteces que Khrushchov quiso distender regalándoles Crimea… ¿os resulta familiar un cambio de manos de Crimea? Pues eso, que volvieron las tiranteces a aflorar hace pocos años.
Me apena enormemente ver lo que fue el este de Ucrania (la zona pija del país por excelencia) y ver lo que es ahora (Donetsk, por ejemplo, arrasada al 90%). Me apena ver cómo el país se resquebraja y se dirige al abismo arrastrado por unas élites y unas minorías que desangran al ciudadano medio por su propio beneficio. ¿Por qué no se beben dos botellas de vodka, se dan un abrazo y se reconcilian?
Yo quiero ese mundo y no este. ¡Maldito gas!
Mientras el príncipe Vladímir, desde lo alto de su colina homónima kievita, mira fijamente a Kiev y a Moscú y les pregunta: куда вы идёте, мой любимый Рус?