Kiko Veneno y el rayo que no cesa

Publicado el 29 noviembre 2019 por Carloscubiles

Fotografías Antonio Andrés

Un rayo no cae nunca en el mismo lugar dos veces. Pero toda regla guarda una singular excepción y ésta es Kiko Veneno que, desde que en 1977 se asegurara de que su sombrero estaba bien roto para que los rayos pudieran entrar en su cabeza (Los Delincuentes, Veneno), no ha parado de recibir esos rayos de la inspiración, el arte y las ganas de renovarse constantemente que han quedado alojados en sus canciones.

Por ello, Singular eligió a Kiko Veneno para estrenar su festival en el Teatro Lope de Vega.  Dice uno de los personajes del autor francés Michel Houellebecq en La posibilidad de una isla que hay dos categorías de artistas: los decoradores y los revolucionarios. Los revolucionarios son aquellos capaces de asumir la brutalidad del mundo y responder con mayor brutalidad todavía. Como hizo Kiko, historia viva de la música, primero con Veneno y después con su crucial participación en el mítico disco de Camarón, La leyenda del tiempo. Este autor revolucionario que entiende que la vanguardia tiene que ser cosa de jóvenes, no ha dejado, sin embargo, de traer hermosas canciones al mundo y de experimentar con su música en cada nuevo paso. Canciones que ya trascienden más allá del tiempo y la distancia y que están en el inventario popular. Tras cuarenta años de escenarios, cada concierto vuelve a ser su primer concierto. La misma energía, la misma curiosidad, las mismas ganas por mostrar su música. Su última reinvención con nuevas canciones y protagonismo electrónico es Sombrero Roto, el disco que presentaba por primera vez en el festival Singular.

Comenzó la noche, precisamente, con la canción a la que hacíamos referencia anteriormente. Los Delincuentes sonó más fina que su salvaje versión original, una versión al estilo Rolling Thunder Revue, entre el swing y las músicas balcánicas, con la incorporación del violín de Félix Roquero impregnándola de esos ecos mestizos que Scarlet Rivera introducía en la banda de Dylan. Tras el imponente inicio, un estreno: Títiri. Quizás el único paso en falso tanto del concierto como del nuevo disco. Una canción festiva y mayormente onomatopéyica que torna tal vez en un ejercicio demasiado facilón. Ésta no sólo no fue la única de las nuevas, sino que Kiko Veneno cantó todas las canciones de la nueva hornada, en un interesante ejercicio de honestidad y valentía que no todos los artistas con una larga trayectoria se atreven a acometer: no vivir de los viejos éxitos, encadenando una y otra vez la misma gira con el mismo repertorio veterano, sino sacar a jugar a las jóvenes promesas de la cantera.

Tras Lo que me importa eres tú sonó ese crítico anti himno brillante que es Yo quería ser español, Chamariz y ese blues denso y romaní que saluda al rock andaluz, Traspaso. Kiko pone a cantar a todo el teatro con las Vidas Paralelas de Eloy y Andrea antes volver con una de esas rumbas venenosas que logran que salga el sol en los días nublados, Coge la guitarra; encara la divertida psicodelia de La Higuera, en la que brillan los toques electrónicos y el peculiar estilo guitarrístico de Kiko Veneno que sin ser lo que se conoce canónicamente como un virtuoso, ha forjado a lo largo de los años un estilo peculiar y personalísimo de relacionarse con la guitarra.

La recta final fue llegando con la certera y cruda Ojalá, para después aligerar carga con  el simpático Autorretrato que se ha hecho a sí mismo el artista en su último álbum. Una canción tan legendaria como Joselito sonó en un escenario a la altura como el del Lope de Vega, al igual que esa gran perla del cancionero en este idioma, Echo de menos. Antes, otro echo de menos: Miss You. Nada que ver con la canción de los Stones. Es una de las nuevas canciones, una rumbita  petisa y delicada, en inglés, que fue brindada esta noche al grupo los Payos. Los músicos abandonaron por primera vez el escenario tras Sombrero roto, en la que el cantante ejerce cómicamente de director de su orquesta. La canción que da nombre al disco es una sinfonía rockera que encajaría perfectamente en cualquiera de los últimos discos de Paul McCartney.

Kiko se presentó con una numerosa y engrasada banda que acumula años de carretera juntos, un octeto de músicos con Anabel Pérez en los teclados y coros, Juan Ramón Caramés en bajo, Félix Roquero en la guitarra eléctrica y violín, Jimmy González en batería, Andrés Roldán en guitarra y coros, Willy Leal como segunda voz y la reciente incorporación de Javi Harto, encargado de la faceta electrónica; además del delinqüente Diego Pozo, Ratón, un virtuoso a cargo del remolino y la diablura en las seis cuerdas, heredero natural en esta banda de esa escuela que creó Raimundo Amador de guitarristas que tocan la flamenca como una eléctrica y la eléctrica como una flamenca; enorme, sacando astillas a la guitarra en cada canción.

Pero en la vuelta al escenario para los bises, después de una tormenta de aplausos que no cesaba, Kiko apareció sin compañía. Solo. Más solo que la una. Kiko y su guitarra española para regalarnos una canción especial, la pieza más bonita de la noche: Obvio. Una balada vestida en el disco con arreglos de cuerdas y que en el Festival Singular sonó desnuda y delicada, con la emoción de la primera vez que se interpreta en público. Algún verso se torció en la memoria de su autor y la magia de la imperfección selló un momento perfecto que continuó con La vida es dulce, del anterior disco, Sensación térmica. Diego Pozo salió a escena, disfrutando de un protagonismo escénico del que se alejó el resto del concierto, y juntos hicieron una también bellísima versión acústica de esta canción. Los minutos más emocionantes de la noche, que acabó de nuevo con toda la banda para un cierre triunfal con la apoteosis de En un mercedes blanco.

Así volvió una vez más el catalán más andaluz. Con más rayos en la cabeza que nunca. Sus canas y sus sesenta y varios años no impiden que esté más en forma que nunca. Sus nuevas canciones siguen destilando esa dulce ironía sureña suya y renovando la especial mirada musical de Kiko Veneno, que sigue sacando de los pequeños detalles cotidianos el verso más brillante y sencillo. Hasta parece fácil. Así funcionan los genios.

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