En contabilidad se utiliza un principio que dice: Los gastos ya incurridos no deben afectar a la decisión futura.
Estoy seguro de que te has quedado con la misma cara con la que me quedé yo cuando me lo contaron. Algo así como: ¿mande? ¿Lo cualo?
No te asustes, la idea es tan sencilla como práctica. Pongamos que se te rompe el coche, un coche que te costó 3.000 € de segunda mano. Vas al taller y te dicen que la reparación cuesta 1.000 €. Como el mecánico es amigo tuyo y no te quiere sacar la pasta (ya se, cuesta de imaginar pero haz un esfuerzo), te comenta que tiene un coche igual que el tuyo que funciona perfectamente y te lo vende por 800 €.
Así, por un lado tienes la opción de arreglar el tuyo por 1.000 € o tener otro igual que funciona por 800 €. La decisión parece clara, ¿no? Pues resulta que la cosa no es tan clara. Muchas veces, en vez de pensar que por 200 € menos, puedes tener lo mismo que tenías, te pones a pensar que en el otro ya te has gastado 3.000 y que es una pena perderlos. Total, lo acabas reparando.
¿Te suena? Quizás no te haya pasado con el coche pero si te ha pasado con otras cosillas. Llevas toda tu vida estudiando para químico y de pronto te das cuenta que lo que te llena es dar clase de pintura. O llevas 12 años de piano en el conservatorio y de pronto te das cuenta de que lo que te gusta es arreglar motos. Aunque no quiero sonar a tópico, tengo dos buenos amigos, uno ingeniero y la otra alta ejecutiva, que se dieron cuenta de que lo que les llena es la música y la psicología respectivamente. ¿Y sabes lo peor? Se dieron cuenta cuando ya estaban metidos hasta el cuello en sus trabajos. Así que lo primero que les vino a la cabeza fue: con todo lo que he invertido para llegar aquí, ahora tengo que seguir adelante.
Sin pensarlo dos veces, se iban a reparar su coche pero por suerte se lo pensaron mejor. Es cierto que llevaban mucho tiempo y dinero invertido en algo, pero resulta que ese algo no era lo que les iba a hacer felices. Se iban a gastar una pasta en reparar el coche para que siguiera sin funcionar del todo. Así que por un momento se olvidaron del camino andado hasta ese día y se preguntaron: ¿qué quiero para mi futuro? Dejaron de ver de dónde venían para preguntarse a dónde querían ir y se dieron cuenta de que para llegar allí tendrían que cambiar de carretera.
Evidentemente, cambiar de destino supone dar más vuelta. Cierto. Si ibas dirección Madrid-Lisboa y viras hacia Sevilla (que ahí hay más guasa), la ruta en el mapa no tendrá mucho sentido. Te preguntarás ¿para que he cogido esta autopista dirección oeste si quiero ir al sur? La respuesta es sencilla, antes querías ir a la capital lusa y ahora ya no te apetece.
También te dirás: ya que estoy a mitad de camino, mejor sigo para Portugal. Y entonces es cuando te invito que te pares y te digas en voz alta: ¿quiero bacalao o quiero pescaíto frito? Y si lo que de verdad te apetece es una tapa de pringá con su vino dulce, no lo dudes, para el coche y busca la ruta más directa para Sevilla. Por que de aquí a 3 años, cuando estés en el bar Las Columnas, te alegrarás de no haber tenido en cuenta los kilómetros ya incurridos.