Kit tinerfeño para apagones

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Con el que sufrimos ayer, parece ser que en once años se han producido seis apagones bien gordos en Tenerife, y los últimos dos de ellos se han dado en cosa de nueve meses. Después de comprobar con horror que el móvil no funciona y apenas tienes un 10% de batería, lo siguiente es buscar la forma de enterarte si eres el único que no tienes luz. Lo mismo tu hermana, la que vive en La Guancha, tampoco tiene. Tampoco hay manera de saberlo, pues ni el teléfono ni las redes sociales funcionan.

Como no creo en las personas que sientan cátedra respecto a cada cosa que sucede en el planeta, no seré yo quien se ponga a disertar sobre temas que desconozco. Debo admitir que soy un cero a la izquierda en materia de ceros... Energéticos. Lo mismo que lo son la práctica totalidad de las personas que desde ayer se afanan en explicar lo inexplicable: Siete horas sin servicio. Otra vez.

En efecto, no sé gran cosa sobre electricidad. En la vida he cambiado un enchufe y, más allá de cagarme en el mundo, qué quieres que te diga, no tengo ni idea de qué hacer cuando se va la luz en mi casa. Tampoco estoy muy al día de las últimas tendencias respecto a energías renovables, por lo que no sé la cantidad de molinillos que deberíamos poner en España para aprovechar la energía eólica, y desconozco si la energía solar es mejor o peor.

Lo que sí sé es que, como esto pasa a cada rato, en casa siempre tengo un "kit tinerfeño para apagones" dotado de un camping gas azul, un transistor para oír a Puchi, un paquete de velas, otro de fósforos y otro de pilas, además de un cargador de móvil y una caja de condones.

Ese despliegue propio de cuarenta años atrás y el lloriqueo cada vez que se va la luz son nuestras mejores armas ante un sistema eléctrico vulnerable y propenso a la sobrecarga. En realidad son seis sistemas aislados que funcionan a razón de uno por isla, salvo Lanzarote y Fuerteventura que están unidas. Eso es terrible, porque estamos aislados del resto del mundo, no podemos aprovechar economías de escala y tenemos que aprender a ser autosuficientes.

¿Deberíamos tener por objetivo generar y almacenar mucha más energía para que el suministro se vea asegurado? Deberíamos. Lo que pasa es que carecemos de toda capacidad para planificar lo importante y perdemos demasiado tiempo en no se sabe qué.

Además, está el pequeño detalle sin importancia de que la electricidad que consumimos la obtenemos en su inmensa mayoría de combustibles fósiles. Para ser más claros, quemamos el carísimo petróleo que nos viene del exterior para obtener electricidad. Llevamos décadas haciéndolo.

Dejando a un lado los primitivos ensayos de las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado, el primer análisis serio de la situación fue el borrador del Plan Energético de Canarias, tomado en cuenta el 21 de Mayo de 2003. El Parlamento autonómico no lo aprobó hasta 2007.

Ya en 2007 nuestra dependencia del petróleo para obtener energía era del 99,4%, y la aspiración era reducirlo al 72% en 2015. ¿Lo hemos conseguido? Obviamente, no. En 2020, todavía el 90% de la muchísima electricidad que consumimos es fruto de combustibles fósiles. Apenas el 10% por ciento restante proviene de las llamadas renovables. Y eso que tenemos sol y viento para aburrir.

El colmo de la sostenibilidad, vaya. Hay quien dice que deberíamos abastecernos al menos de un 70% de energías limpias. Parece que semejante logro requeriría inversiones cercanas a los seiscientos millones de euros al año, lo cual representa casi un 1,5% de todo nuestro Producto Interior Bruto.

Seiscientos millones al año... ¿Inasumible? Bueno, quizás no lo es tanto si pensamos que actualmente gastamos mucho más en quemar petróleo para iluminarnos, jugar a los videojuegos y cargar el móvil: Canarias soporta un sobrecoste de setecientos sesenta millones de euros anuales por la producción de electricidad.

Esto quiere decir que, con una población de 2,1 millones de canarios, deberíamos pagar un extra anual de 360 euros respecto a lo que se paga en el resto de España. Claro está, no contamos a los más de 13 millones de turistas que nos eligieron para pasar sus vacaciones en 2019, lo que incrementa nuestra población flotante y nos hace todavía más deficitarios.

Sí, querido amigo, querida amiga, no sé muy bien cómo cambiar una bombilla y no tengo mucha idea de qué hacer en caso de que un apagón como el de ayer venga a amargarnos la vida, pero en menos de un año hemos sufrido dos apagones seguidos y me preocupa nuestra capacidad para hacer chistes y nuestra nula aptitud para encontrar soluciones.

Pero no nos quedamos ahí. Vamos a añadir a la suma que apenas reciclamos un 18% de nuestra muchísima basura, los miles de metros cúbicos de agua sin tratar que se siguen vertiendo alegremente al mar, ahí al lado de donde nos bañamos, y los altísimos índices de dióxido de nitrógeno que contiene el aire que respiramos. Arrastramos un serio problema ambiental que está verdaderamente lejos de encontrar solución.