Fue a raíz de una gira con la banda japonesa que Kitaro y el sintesista alemán trabaron una amistad que llevó a este a producir el siguiente trabajo de la banda y a ayudar al teclista nipón a familiarizarse con las posibilidades de los sintetizadores de la mano de una de las mayores figuras de la época dorada de la música electrónica. A su regreso al País del Sol Naciente, Kitaro decidió que era hora de comenzar una carrera en solitario de la mano de la tecnología, iniciando así una carrera más que interesante. En sus primeros trabajos, la influencia de Pink Floyd era aún notoria pero con el tercero, el que vamos a comentar aquí hoy, comenzamos a percibir una personalidad musical independiente que iba a combinar magistralmente electrónica, instrumentos tradicionales, el folclore de su país y un innegable talento para la melodía.
Kitaro, al igual que Vangelis, por citar un músico con un estilo relativamente cercano, no recibió ningún tipo de formación musical ortodoxa sino que aprendió por sí sólo, primero con la guitarra, más tarde con los teclados y poco a poco practicando con todo tipo de percusiones y flautas tradicionales. De ese modo, en la mayoría de sus discos, especialmente en los de su primera etapa, el compositor se encargaba de todos los instrumentos que formaban parte de la grabación. Así, tras dos discos algo titubeantes, y de modo simultaneo a la grabación de su celebérrima banda sonora para la serie documental de la televisión japonesa dedicada a la Ruta de la Seda, Kitaro se centró en el que sería su primer gran disco en solitario, titulado “Oasis”. No parece casual que este fuera el primer disco del músico que no tenía título en japonés que luego se traduciría al inglés para su comercialización en el resto del mundo (algo que sí ocurría con la mayoría de los cortes). “Oasis” era un trabajo con vocación internacional y probablemente hoy siga siendo uno de los mejores de toda la trayectoria de su autor.
“Rising Sun” – Entre tintineos electrónicos se filtran sonidos de campanas como preludio a una melodía de aire y timbre tradicionales en la que de aúnan sonidos orientales y formas de los paisajes más abstractos de la música de la Escuela de Berlín. Tras esta introducción escuchamos una serie de arpegios que se repetirán durante todo el corte, una percusión muy sencilla y una sucesión de motivos en los que Kitaro utiliza el clásico sonido de sintetizador que le acompañará durante toda su carrera. Una serie de variaciones sobre el tema central se van sucediendo parsimoniosamente hasta enlazar con la siguiente pieza del disco.
“Moro-Rism” – El cambio es notable desde el primer instante con una marcada percusión que acompaña a una secuencia de reminiscencias germánicas. Los efectos sonoros son ya inequívocamente herederos de Schulze e incluso la melodía central se aleja de los aires tradicionales japoneses. Es el corte más breve del disco pero también uno de los más intensos aunque el final con un “fade out” muy brusco podría haberse elaborado mucho más.
“Cosmic Energy” – Una serie de efectos electrónicos se combinan con el sonido del gong para crear un ambiente tremendamente evocador de esos que presagian que algo va a suceder. En efecto, tras unos minutos de atmosféricos, aparece la percusión y una secuencia no demasiado compleja pero llena de energía que, con el apoyo de una tenue melodía de fondo configuran una base rítmica muy descriptiva y deudora de los momentos más intensos del Schulze de “Moondawn” o “Timewind”. La improbable mezcla entre la espiritualidad oriental y el sonido mecánico germánico daba aquí frutos de lo más inspirado. El tema concluye con una serie de efectos marinos que anticipan el siguiente corte.
“Aqua” – Seguimos con un sonido electrónico pero ahora en una vertiente mas relajada. Los acostumbrados arpegios de su autor se combinan con pulsaciones graves en una creación sonora que replica en cierto modo las texturas más etéreas de Jean Michel Jarre en discos como “Equinoxe” pero llevadas al terreno de un Kitaro, siempre amable e incapaz de incluir ningún tipo de sonido perturbador. No es el japonés un músico adecuado para el oyente que busque riesgo y sonidos agresivos, eso está claro, pero en su estilo es imbatible.
“Moonlight” – Probablemente sea este el tema más relajado del disco aunque tiene su interés. La serie de secuencias y melodías que se suceden y mezclan a lo largo del mismo termina por crear momentos de gran belleza que podrían corresponderse con los primeros minutos de “Cosmic Energy” aunque aquí son un corte independiente, quizá porque no evolucionan en un cambio como el que experimentaba el tema citado.
“Shimmering Horizon” – Toma ahora Kitaro las guitarras y otros instrumentos de la misma familia para ejecutar la parte central de un tema que deja entrever la influencia de David Gilmour en el músico, aunque la melodía central es ejecutada con sintetizador en el más puro estilo del compositor japonés. Este tipo de temas con la guitarra ocupando un papel importante se dejaban escuchar de vez en cuando en el Kitaro de estos años y en la banda sonora de “Silk Road” hay varios ejemplos.
“Fragrance of Nature” – El mejor tema de todo el disco, en nuestra opinión, y también de toda la carrera del músico japonés, es esta intensa pieza en la que tenemos de todo: percusiones y efectos sonoros en la línea del “On the Run” de Pink Floyd, la energía de los tambores japoneses, timbres característicos del sonido de la Escuela de Berlín y una melodía principal extremadamente sencilla pero atrayente a más no poder, con el añadido de que constituye una base excepcional para una serie de solos de sintetizador espectaculares. Una joya a preservar, incluso por parte de aquellos a los que el sonido, en ocasiones meloso, de Kitaro, no llega a entusiasmar. El tema se cierra con una preciosa coda en la que desaparecen percusiones y secuencias para centrarse en una pequeña melodía con aire de canción de cuna llena de sensibilidad.
“Oasis” – Un final que vuelve a estar plenamente sumergido en la electrónica, con varias series de arpegios simultáneas que van creciendo y extendiéndose hasta formar una tupida red de sonido de gran belleza (volvemos a acordarnos del Jarre de “Equinoxe 3”, por ejemplo) en lo que es un colofón perfecto para un disco excepcional.
Es posible que la gran sensibilidad musical de Kitaro hiciese de él un músico demasiado conservador en algunos momentos, que no tuvo el coraje de evolucionar su sonido, de experimentar con otro tipo de timbres o de buscar riesgos como sí hicieron, en un momento u otro, muchos de los músicos de su generación. Quizá por ello, siempre se sintió cómodo con la etiqueta de “new age” que muchos pusieron a su música. Hay un punto de inmovilismo en muchos de los considerados grandes de ese género que, por un lado, les aseguró un estatus y unos niveles de venta confortables en ese mercado pero que por otro, evitó que pudieran “acceder” a un prestigio mayor en otros círculos (en muchos ambientes la “new age” es considerada una categoría menor, cuando no es utilizada como un término despectivo). Sea como fuere, la música de Kitaro es la que es: tan reconocible como monolítica en las formas; algo que no es necesariamente malo pero que reduce el número de discos que llaman nuestra atención a los pertenecientes a su primera época.
Sin embargo, todo lo dicho sobre la carrera de Kitaro contemplada globalmente, no debe empañar trabajos como este “Oasis”, realmente fantástico y de un nivel comparable al de muchos clásicos del género y de la época en la que fue grabado. Por ello, no podemos sino recomendarlo a todos los lectores que aún no lo hayan escuchado. Puede adquirirse en los siguientes enlaces:
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Nos despedimos con una versión en directo del corte final del disco y que le da título: "Oasis".